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The Guardian en español

Las extrañas consecuencias del asesinato de Suleimani: un bombardeo coreografiado y 176 muertes “por error”

Soleimaní, el héroe de los Guardianes de la Revolución elevado a mártir

Martin Chulov

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El coche destrozado de Qasem Suleimani aún ardía cuando por todo Oriente Medio empezó a hablarse de las posibles consecuencias de su muerte. Se desataría el caos, la furia y la inestabilidad. Tal vez hasta una guerra. Tanto los que criticaban el asesinato como los que lo aplaudían estaban de acuerdo en algo: las cosas nunca volverían a ser iguales.

En una región que todavía está asimilando el impacto, esa máxima sigue vigente una semana después. Sin embargo, el asesinato más trascendental de los tiempos modernos no ha provocado hasta ahora el caos previsto por muchos. Al revés: las principales zonas donde el general iraní ejercía su extraordinaria influencia están, por el momento, extrañamente tranquilas.

Mientras tanto, la inquietud y la inestabilidad siguen en Irán, no tanto por su muerte, sino por la de los 176 pasajeros del avión ucraniano que en los días de pánico posteriores al asesinato de Suleimani murieron al ser alcanzados en el cielo por un misil iraní. Al orgulloso ejército iraní le traicionaron los nervios tras perder a su general más formidable y quedar en evidencia por un contraataque débil y parcialmente coreografiado con Washington. Tan abrumadora era la evidencia de su participación en el derribo del avión que no le ha quedado más remedio que admitirla.

A nivel internacional, el hecho de que la Guardia Revolucionaria iraní haya reconocido finalmente un error de sus artilleros funcionó relativamente bien. Su mea culpa ha contrastado de manera notable con las repetidas negativas de Rusia por el derribo, cinco años antes, del avión de pasajeros malayo MH17. Tras una semana de miedo, odio y catástrofe, el reconocimiento iraní es percibido como una forma de empezar de nuevo.

Pero en el frente doméstico las cosas no están igual. En Irán no ha caído bien el giro de 180 grados de la Guardia Revolucionaria ni el error colosal de derribar el avión. De la efusión de dolor y orgullo que revitalizó al régimen cuando llevaron los restos de Suleimani por todo Irán se ha pasado a la vergüenza. La mayoría de los misiles disparados contra las bases estadounidenses falló y lo más probable es que así estuviera planeado. Uno de los pocos cohetes que alcanzó un objetivo dio en el blanco equivocado. La Guardia Revolucionaria, la institución más poderosa del país, se enfrenta ahora al escarnio.

El cálculo de los líderes iraníes, que ante la contundencia de las pruebas consideraron menos perjudicial admitir el error que negarlo, puede salvarlos a medida que disminuya la ira de sus ciudadanos. Pero exponer a la Guardia Revolucionaria a un ridículo semejante no es algo que caiga bien, especialmente cuando se produce tan poco tiempo después de la muerte de un hombre que en casa se veía como incansable y en el extranjero como intocable.

La repentina desaparición de Suleimani es una conmoción brutal para los que lo han temido y reverenciado durante los 20 años en que se pasó por la región como un señor, imponiendo su voluntad y haciendo avanzar impunemente los intereses de Irán. Toda la ambición regional iraní manifestada en un hombre, una figura mesiánica a la que pocos se atrevían a contradecir. Mucho menos, matar.

Se pensaba que un final violento de Suleimani desencadenaría, probablemente, el caos. Pero ahora que está enterrado y los misiles del ejército, disparados  –con la humillación nacional e internacional correspondiente–, el ánimo general en la región es de una extraña tensa calma.

Los poderosos agentes iraníes en el extranjero, como milicias chiíes, donde se pensaba que iba a producirse la reacción, se han quedado mudos. Los enemigos han empezado a relajarse después del alerta máxima en que los puso el ataque de los drones sobre Bagdad en la madrugada del 3 de enero. Y los rivales políticos se están acostumbrando a toda velocidad a vivir sin la formidable presencia de un hombre que, a menudo, se interponía en su camino.

En Turquía, Israel, Rusia y Arabia Saudí, los países que luchan con Irán por influencia y poder en la región, conocían bien a Suleimani. De las conversaciones producidas la semana pasada con los representantes de las cuatro potencias regionales se deduce una combinación de sorpresa por la muerte y alivio por las secuelas. La percepción es que la influencia de Irán en la región ha sido abruptamente debilitada.

Moscú parece tenerlo mucho más fácil ahora en Siria, donde Suleimani peleaba con Vladimir Putin la influencia sobre Bashar al Asad. Hasta que el sustituto de Suleimani desarrolle su propia autoridad, algo que probablemente no ocurrirá de la noche a la mañana, Rusia se ha quedado sin obstáculos aparentes para hacer su voluntad al margen de una visión iraní para la Siria de posguerra que nunca compartió.

En Líbano, la principal zona de proyección exterior iraní, Hezbolá está calibrando la situación tras la pérdida de su patrocinador más importante. Su líder, Hassan Nasrallah, fue considerado durante mucho tiempo tan intocable como Suleimani. Ahora se siente más frágil que nunca por un posible cambio de perspectiva en Israel, donde hasta ahora lo consideraban un objetivo demasiado arriesgado salvo en caso de guerra.

Arabia Saudí, archienemiga de Suleimani, también temía lo que podría desencadenar su muerte. La relativa falta de reacción regional, al menos por ahora, ha tranquilizado a la monarquía absoluta. En Turquía también sienten un mayor margen de maniobra para actuar en el norte de Siria y con los kurdos de la región, cuyas conexiones con Irán había sido difícil manejar en los últimos años.

En Irak, donde tal vez el peso de Suleimani se sentía más que en ningún otro país, se está calibrando cuidadosamente la nueva situación dentro del gigantesco entramado de representantes armado por el general tras la invasión estadounidense. La batuta de los socios de Irán se sentía en muchos de los asuntos iraquíes, pero eso también es menos verdad hoy que hace una semana.

El proyecto regional que con tanto esfuerzo construyó Irán ya no parece tan sostenible y en algunas partes está en una posición claramente inestable. Antes del asesinato, pocas de estas consecuencias podrían haberse dado por hechas. Y algunas podrían dar marcha atrás si el sustituto de Suleimani reafirma pronto su autoridad al frente de la fuerza Quds. Pero eso parece poco probable, teniendo en cuenta la extensión y profundidad del trabajo de Suleimani. La muerte de Suleimani marca un momento decisivo para Oriente Medio, es cierto, pero tal vez por motivos diferentes a los que sus amigos y enemigos habían pensado.

Traducido por Francisco de Zárate

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