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Futbolistas, médicas o cuidadoras: cuando las ocupaciones femeninas están devaluadas

El equipo de fútbol del Barcelona femenino celebra un gol en el partido contra la sección femenina del FC Minsk.

Sílvia Claveria

Las futbolistas de la liga Iberdrola han decidido ir a huelga a partir del día 16 y 17 de noviembre. Reclaman, entre otras cosas, que sean reconocidas como profesionales, tener un convenio colectivo, un salario mínimo de 12.000 euros, jornada completa, y que se respeten los derechos laborales. En definitiva, solo exigen derechos básicos como poder cobrar en caso de lesión o maternidad, y se percibe crudamente como dista esta situación de la de sus homólogos masculinos. La desigualdad de género en el fútbol no es una excepción, sino otra muestra más de que las profesiones feminizadas tienen un reconocimiento menor, y con ello una retribución económica más pequeña.

El salario medio de aquellas ocupaciones donde las mujeres son mayoría –más de un 66% de trabajadoras mujeres– es menor que en aquellos trabajos donde los hombres representan una proporción alta –más de un 66%–. Como explica Marga Torre, esta brecha se mantiene cuando se comparan ocupaciones equivalentes en términos de experiencia, formación y número de horas trabajadas. Además, la diferencia de salario es mucho mayor cuando las ocupaciones requieren menor nivel educativo. Es habitual observar que aquellos que se dedican a conducir camiones tienen un sueldo mucho más alto que aquellas que se dedican a la limpieza o de asistente de cocina, por ejemplo.

Anteriormente, esta diferencia en el salario se explicó porque se asumía que los trabajos masculinizados tenían niveles de productividad mayor. También, se pensó que era resultado de la mejor organización sindical de las ocupaciones masculinizadas. Sin embargo, los estudios recientes muestran que la teoría que tiene más capacidad de explicación es la teoría de la devaluación. Según la cual, el trabajo de las mujeres sufre discriminación porque los rasgos y habilidades identificados con la feminidad se valoran mucho menos que aquellos relacionados con la masculinidad. Los empleadores subestiman este tipo de tareas, y por tanto pagan mucho menos.

También se muestra que la entrada de mujeres en una ocupación dominada por los hombres disminuye el valor de esta ocupación y, en consecuencia, su salario relativo. Es el caso de ocupaciones como la de médico, abogados o de recursos humanos, entre otros. Por eso, Claudia Goldin, una de las más prestigiosas economistas en el estudio de las brechas salariales, describía que una de las causas de discriminación de género en la contratación tiene el objetivo de mantener fuera a las mujeres de ese ámbito profesional y evitar así un declive del estatus y de los ingresos de esa ocupación.

Las ocupaciones feminizadas no solo se encuentran peor remuneradas, sino que muchas veces no gozan ni de los mismos derechos laborales. Los sindicatos de las empleadas domésticas (donde el 88% son mujeres) reclaman hace años que se les reconozca dentro del régimen general. De momento, estas profesiones están reguladas por un sistema especial para empleados del hogar donde no cotizan por su remuneración real, ni tienen un mecanismo para amortiguar las lagunas de cotización –como tienen la mayoría de trabajadores, ni tienen derecho a paro–.

El deporte presenta enormes desigualdades en salarios o en las dotaciones económicas de los premios en función del género. Estos días, muchos van a ser los que van a argumentar que las jugadoras de fútbol no tienen tanta calidad o espectacularidad. De hecho, José María García ya declaraba hace unos días que el “fútbol femenino es una mentira”. Estas palabras no hacen más que apuntalar la teoría de la devaluación; es decir que ese trabajo está menos valorado o tiene menos valía solo por el hecho de que lo realizan las mujeres. Es necesario que se reconozca y se protejan los derechos laborales de las jugadoras, y de todas las ocupaciones feminizadas.

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