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José Guirao: La carambola feliz

José Guirao.

Alberto Anaut

A la segunda va la vencida. El nombramiento de Pepe Guirao como segundo ministro de Cultura (y Deportes) del flamante gobierno Sánchez ha caído como un bálsamo en el sector. Al presidente le ha salido una jugada perfecta. Los hay con suerte; no siempre surge una oportunidad tan rápida de remediar un gran error.

José Guirao llega cargado de experiencia. Responsable de cultura de la Diputación de Almería con solo 24 años; director general de Bienes Culturales de la Junta de Andalucía con Rodríguez de la Borbolla a los 29 años en una época en la que se puso en marcha todo y se hizo casi todo; director general de Bellas Artes del Gobierno de España con Carmen Alborch de ministra a los 34 años y director del Reina Sofía un años después (saltando directamente desde el Ministerio), la carrera administrativa del nuevo ministro de Cultura es impecable. 

Su paso por el Reina Sofía fue largo y atravesó con éxito las turbulencias políticas. Socialista y nombrado por un gobierno socialista, supo convivir y sobrevivir a un largo periodo de ministros del Partido Popular (nada más y nada menos que Esperanza Aguirre y el mismísimo Rajoy), con el apoyo firme del todopoderoso secretario de Estado Miguel Ángel Cortés. 

Pese a que dirigir el Reina Sofía (donde por cierto se atrevió a quitar el cristal que protegía y oprimía al Guernica y puso en marcha la ampliación, no muy afortunada, de Nouvel) podría ser el cénit de una carrera profesional, en el caso de Guirao no fue así. Su nombramiento como director de la Casa Encendida en 2001, un centro de cultura contemporánea abierto a nuevas generaciones y nuevos públicos, impulsado por la antigua Caja Madrid, le dio la oportunidad de explorar con mucho éxito nuevos territorios y mostrarse como un gestor sólido y muy poco convencional. El hombre que había impuesto la calma y en cierto sentido la normalidad en el Reina, se convirtió durante 12 años en uno de los gestores culturales más modernos y atrevidos del país. La caída de Bankia (heredera de Caja Madrid) le llevó a dirigir los restos del naufragio de una de las mayores obras sociales de España, que bajo la marca de Fundación Montemadrid, ha mantenido viva la fabulosa Casa Encendida. 

Buen gestor, ordenado y eficaz, a José Guirao le gusta rodearse de buenos equipos y de segundos del máximo nivel. Tres ejemplos lo demuestran: Miguel Zugaza, que fue su primer subdirector en el Reina Sofía; Carlos Alberdi, subdirector en los arranques de La Casa Encendida y más recientemente, Lucía Casani, a la que supo entregar el testigo de la nave cuando le tocó pasar a controlar los restos del naufragio de Bankia.

Cocinero antes que fraile, el nuevo ministro sabe donde se mueve y sabrá moverse bien. Refinado, tranquilo, culto, dialogante, afable y con un envidiable sentido de la realidad, José Guirao ha dicho, antes de jurar el cargo, que sus prioridades son la fiscalidad de la cultura y la nueva Ley de Mecenazgo. Empieza, pues, en la casilla en la que han fracasado sus predecesores en el poder cultural. José María Lasalle, la gran esperanza blanca del PP como secretario de Estado de Cultura, llegó anunciando la Ley de Mecenazgo y se fue sin ni siquiera haberla sacado del cajón. Por lo que respecta al IVA, el castigo del 21 por ciento lleva ya un par de años suavizándose y ahora solamente falta que le llegue el turno al mundo del arte. Parce que con Guirao –que viene del ramo- eso estará asegurado aunque la decisión la tome Hacienda. Tal vez la presencia en este ministerio de otra andaluza, María Jesús Montero, le ayude a conseguirlo.

La vuelta de un Ministerio de Cultura era un buen símbolo, un mensaje del presidente Sánchez, pero necesitaba un jinete capaz de darle sentido. La deriva de la cultura española en los últimos años ha traído al sector una nube negra de pesimismo. La crisis no solamente ha mermado los presupuestos, sino que ha dejado al rey desnudo; la sensación de que a los políticos no les interesa nada la cultura se ha instalado en el mundo de la creación. A José Guirao le toca intentar poner a la cultura española en su sitio y convencer a Pedro Sánchez de que esta batalla es una magnífica aventura para construir un país más moderno y más valioso. Las primeras declaraciones del nuevo ministro, reclamando también atención para las humanidades, dan pistas de que estamos también ante un político que quiere jugar la partida de la cultura en serio. Existe la posibilidad de que el gran error de Sánchez nombrando a Màxim Huerta, que cayó como un jarro de agua fría, se acabe convirtiendo en una carambola feliz.

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