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El PP apura los tiempos con Cifuentes para embarrar a Ciudadanos y agitar el fantasma de “los radicales de Podemos”

Cristina Cifuentes en el Congreso del PP de Madrid, el 18 de marzo de 2017.

Andrés Gil

El capítulo 5 de la serie Boss, el alcalde de Chicago, protagonizado por Kelsey Grammer, se ve envuelto en un escándalo de residuos tóxicos en un municipio colindante. De repente, todas las televisiones, una a una, conectan con el lugar de los hechos en directo y le señalan como culpable. Convoca a su equipo de crisis, que se encomienda para que el final del día las televisiones cambien su emisión. Y así es: una a una, con el paso de las horas, dejan de conectar con el lugar del vertido para informar de otros asuntos. En ese momento, el alcalde, llamado Tom Kane, se siente de nuevo el Boss

Esta misma escena se ha estado viviendo en la Puerta del Sol desde que el 21 de marzo eldiario.es publicara que Cristina Cifuentes había conseguido un máster con notas falsificadas. Pero ni Catalunya, ni Siria ni el penalty del Bernabéu en el minuto 93 ante la Juventus han eclipsado el escándalo de su máster y han conseguido que las televisiones, una a una, empiecen a desterrar el asunto. Al revés, el caso de Cifuentes se ha visto acompañado del de su compañero de partido, Pablo Casado.

Hasta tal punto el asunto está achicharrando a Cristina Cifuentes, que ya nadie en el Partido Popular duda de que está amortizada. ¿Por qué? Porque el partido tiene que elegir: una persona o un gobierno. Y ante esa disyuntiva, todo partido lo tiene clarísimo: un gobierno. Pero, mientras tanto, intentará hacer todo el daño posible a sus rivales.

Ahora mismo el PP de Madrid está en su peor posición posible: su presidenta, envuelta en un escándalo y abocada a la dimisión para salvar el gobierno. Y con el gobierno, salarios, prebendas, favores, influencia y administrar un presupuesto de 20.000 millones de euros. Y, todo ello, cuando el partido viene de ver en prisión a dos de sus ex secretarios generales –Ignacio González y Francisco Granados– y la dimisión de Esperanza Aguirre, acechada por los escándalos de corrupción durante sus mandatos.

El PP sólo puede mejorar su posición relativa con el resto de rivales. Y es lo que está intentando hacer en estos días, mientras estira los plazos de la moción de censura, que se vislumbra para el 7 de mayo.

Para mejorar su posición relativa se necesitan dos factores: que crezcas tú o que se erosione el resto. Y el PP está en la segunda. ¿Cómo? Embarrando cada día a Ciudadanos, actor fundamental para la caída de Cifuentes si mantiene su pulso: o cambia el PP a su presidenta en Madrid o pierde Madrid –es decir, apoyaría la moción de censura de Ángel Gabilondo–.

Y a Ciudadanos lo embarra de dos maneras: asimilando el caso de Cifuentes con el de Toni Cantó, toda vez que ya nadie en el PP respalda la versión de la presidenta madrileña sobre su máster. Es decir, recurre al y tú más, cuando el recurso del y tú más siempre lleva consigo un “yo” culpable, aunque se intente trasladar que es “menos culpable” que el otro. Pero culpable, al fin y al cabo.

Todos los líderes del PP quieren hacer a Toni Cantó tan culpable como Cifuentes, hasta el punto de que piden su dimisión como presidente de la comisión de Calidad Democrática... Ergo Cifuentes también debería ser dimitible.

A Cristina Cifuentes le cambiaron las notas dos años después de haber acabado el máster. Un máster cuyo trabajo final no aparece; cuyos alumnos no recuerdan a Cifuentes en clase ni en los exámenes; y cuyas actas del tribunal de TFM y de las convalidaciones se han demostrado falsificadas. El caso de Cristina Cifuentes está en la Fiscalía, que investiga posibles delitos de falsificación de documentos públicos a instancias de la propia Universidad Rey Juan Carlos y de una denuncia presentada por alumnos. ¿Y cuál es el caso de Toni Cantó? Que en su ficha de diputado en la legislatura 2011-2015, aún en UPyD, ponía “Pedagogo”, cuando en realidad no tenía ningún título en pedagogía: simplemente era un actor que se sacaba un dinero como profesor de teatro.

Pero esto ya no es cosa de partidos. Es de opinión pública. Los partidos ahora juegan sus bazas pero sabiendo que tienen limitaciones, aunque a veces consiguen que el ciudadano se desenfoque y crea lo que quieren que crea. Pero este caso no es cuestión de los medios de comunicación, sino de los madrileños a los que ha engañado Cifuentes. Y eso ya no se puede dar la vuelta.

Por eso ya nadie en el PP suscribe la versión de Cifuentes; ya nadie defiende que haya escrito su trabajo de fin de máster y que lo haya presentado el 2 de julio de 2012 a las 15.00 en Vicálvaro. No lo hacen. Hablan de Ciudadanos, de Toni Cantó, y de la izquierda, la amenaza de la izquierda.

Como ocurrió hace exactamente 15 años, cuando parecía que Rafael Simancas (PSOE) y Fausto Fernández (IU) iban a impedir que Esperanza Aguirre llegara a Sol. Y comenzó el relato de la izquierda peligrosa, la que iba a acabar con los conciertos escolares, la que iba a impedir el desarrollo próspero de la economía madrileña en infraestructuras y viviendas, la que subiría los impuestos y haría crecer el desempleo. Pero llegó el tamayazo, se truncó el gobierno de izquierdas y se instaló el PP de Aguirre e Ignacio González en la Puerta del Sol.

Cifuentes ha desempolvado ese discurso y agitan el fantasma de la izquierda radical de Podemos, como si el 8 de mayo España se fuera a convertir en Corea del Norte si prospera la moción de censura de Gabilondo. Y hablan de subida de impuestos, del fin de “la recuperación económica” y de la incertidumbre económica y el caos “del tripartido de la oposición”.

Y apuntan a un punto débil de Ciudadanos: “Ustedes, que han hecho campaña por Leopoldo López, ahora van a ir de la mano de los chavistas para echar a Cifuentes del Gobierno, con quien tenían un acuerdo de investidura que estamos cumpliendo punto por punto”. ¿El problema? Que por mucho que alguien quiera ver en Lorena Ruiz-Huerta una revolucionaria peligrosa, nadie puede pensar que el hipotético presidente, el socialista Ángel Gabilondo, vaya a instalar soviets en cada municipio de la comunidad autónoma; a sacar a la región del euro y a expropiar a la banca. Y eso lo sabe el votante de Ciudadanos y lo saben los dirigentes de Ciudadanos.

Por eso, cuatro semanas después de estallar el escándalo, los canales de televisión –como en aquel capítulo de la serie Boss–, siguen conectados al escándalo. Por eso, el PP sabe que Cifuentes tendrá que caer si quiere salvar Madrid. Y apura los tiempos para embarrar a Ciudadanos y agitar el fantasma de “los radicales de Podemos” en una huida desesperada para abrillantar su honra a costa de ensuciar la de los demás.

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