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La banalidad del mal

Refugiados tras intentar pasar de Turquía a Grecia por el río Evros (Tolga Bozoglu.EFE).

Rosa María Artal

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Otra vez los refugiados vagando en la desolación. Otra vez miles de personas convertidas en moneda de cambio de intereses estratégicos y sobre todo económicos. La brutal represión del gobierno griego a los desplazados que acogía Erdogan -y que lanzó a las fronteras con engaños- ha mostrado la inhumanidad a cara descubierta, ahora ya sin asomo de disimulo. Casi cualquier noticia palidece ante la raíz que a tantas sustenta: crece la banalidad del mal, lo vemos en la nueva crisis de los refugiados y en actitudes patrias de feroz deshumanización. Detrás llega el abismo.

Antes están las guerras de la codicia, la hipócrita venta de armas, el tablero de poder mundial que se juega bajo las bombas que caen sobre poblaciones indefensas. La guerra de la Siria que también quiso hace más de diez años su primavera de libertad ha causado miles de muertos y desplazados. Terror infinito. Tras imágenes espeluznantes, la UE se sacudió –literalmente- el problema de los refugiados pagando a Erdogan, el presidente de Turquía, de corte autoritario, para que se ocupara de ellos. Nunca debió hacerlo, pero ocurrió así. Aquella viñeta de 2016 lo explicaba con total crudeza.

Erdogan quiere más dinero y más apoyo a sus estrategias de poder. Tras la –teórica- retirada de EEUU de Siria, lanzó la ofensiva turca contra las fuerzas kurdas. También ha mandado efectivos a Libia. Erdogan avisa desde hace tiempo de lo que quiere pero ahora acaban de matar a 33 soldados turcos en Siria y necesitaba un golpe de efecto en casa. Y mandó a los refugiados a vagar de nuevo hacia Grecia como entrada de la Unión Europea, diciéndoles que se habían abierto las fronteras.

Y Grecia, de nuevo en manos del partido conservador Nueva Democracia, los ha recibido salvajemente. Inclusoatacando a las lanchas de refugiados en el agua. Un niño que cayó al agua y un hombre-por disparos- han resultado muertos. Grupos fascistas han completado la labor de represión, agrediendo a refugiados, a miembros de ONG y periodistas. De esos periodistas que nada tienen que ver con los voceros de las cloacas españolas, y que se juegan la vida, sin protección de quien debe prestarla, como cuenta entre otras muchas cosas Hibai Harbide. Con enorme generosidad, con el espíritu del periodismo puro, para que veamos este horror.

Y la UE acata y respalda las graves violaciones que se están produciendo. Pide a Turquía que cumpla el acuerdo y apoya a Grecia, que le sirve de escudo. Escudo ante la llegada de seres humanos desvalidos. Grecia -que sin duda ha recibido ya numerosos refugiados- se ha permitido decir ahora que suspende durante un mes el derecho a pedir asilo, uno de los que recoge, por supuesto, la DDHH. Mientras sabandijas de todo pelaje aplauden la medida y no se conmueven ni con la aterrada expresión de los niños gaseados y la impotencia de sus padres. Esta gentuza no tendría un lugar en una comunidad civilizada, el rechazo social sería explícito. Es consecuencia del error de confundir las banderas con lo que constituye un país: básicamente, una organización de personas reunidas por el bien del conjunto. De excluir a las personas de la ecuación en los hipernacionalismos. Como hace la triple derecha española.

El mal se ha analizado desde todos los puntos de vista posibles. Desde el moral, sin duda, y desde la psicología, la sociología, el derecho, la política o la filosofía. A través de los tiempos se ha venido dando una especie de justificación a la maldad, que estaría condicionada por un determinismo inexorable de la condición humana. El hombre es un lobo para el hombre, decía Hobbes. A lo largo del tiempo fue el ilustrado Rousseau quien mejor le refutó: el ser humano es bueno por naturaleza y es la sociedad quien lo corrompe. Maquiavelo hacía depender la maldad de las circunstancias.

La gran aportación la trajo Hannah Arendt, alemana de origen judío, controvertida en su momento incluso, que quiso indagar por qué había triunfado el nazismo en la idea de que nunca más se repitiera la barbarie que desencadenó. A ella se debe el concepto de “la banalidad del mal”. Es lo que ahora crece en los sectores infantilizados y egoístas de la sociedad. La trivialización de la violencia y el vacío del pensamiento llevan a esa banalidad donde el mal se asienta.

No es difícil ver que aquel deseo de que nunca más se repitiera lo que trajo el fascismo ha quedado en poca cosa, aún no en nada. Muchos intereses se trabajan ese sector de la especie humana donde la falta de criterio, la ruindad y la crueldad anidan. O en el que la indiferencia o la cobardía les dejan paso.

En España ahora mismo contamos con un gobierno progresista, atacado sin cuartel por fuerzas retrógradas y hasta por la estupidez más insoportable. Legiones de abducidos se prestan a confusiones flagrantes como equiparar a los agresores con sus víctimas, dando por hecho que están en el mismo plano y ambos tienen razones legítimas. En uno de los lados, el derecho a la vida y a la integridad, nada menos; en el otro, quien las agrede y las quita. Una ley de libertad sexual, en donde el consentimiento explícito es indispensable, ha sido aprobada este martes. Algo obvio que, sin embargo, se discute y se rechaza.

La polémica del día es que en Operación Triunfo una periodista ha defendido en una charla a los alumnos el feminismo y hay que cerrar RTVE, dicen. Inés Arrimadas, otros políticos y medios censuran que se haya criticado el “feminismo liberal” y que se haya calificado a la ultraderecha de “el mal”. El machismo mata: tres mujeres asesinadas en el mismo día, el miércoles pasado, son la prueba. Uno de ellos, es que “estaba enamorado” nos dice “la prensa”. Tenía sus “razones”, el hombre. Y el machismo agrede, abusa y humilla, en manada si se tercia. Y, sí, la ultraderecha es “el mal”, así entendido, cuando se desparrama. O mejor, el daño, la perversidad. Resulta inaudito que no se recuerde o no importe quién desató la Segunda Guerra Mundial. Y es que la ultraderecha procura ser banalizada para que cuele mejor.

Cayetana Álvarez de Toledo se multiplica negando la discriminación de la mujer y la violencia machista, aplicando en insulto su concepto de lo que es la agresión mediática a los valores de la Democracia. Ella, cabeza de tripartitos ultras. Ella, que escribe al presidente de la Asamblea Nacional Francesa para que actúe contra un eurodiputado en posesión de su acta legal, desde su residencia ideológica en tiempos de las Cruzadas. Habla de abdicación del Gobierno español y hace una llamada a levantamientos populares en contra. El franquismo en toda su crudeza revive en el PP. Su candidato a lehendakari, entretanto, acusa a Sánchez de pactar con asesinos y golpistas. Y no pasa nada. Rocío Monasterio por su parte parece tener el vicio compulsivo de hacer trampas, mientras desgrana su discurso ultra con cara impávida. Lo último de la líder de Vox, haber registrado varios planos ante el Ayuntamiento de Madrid con firmas falsificadas de una de sus clientas, que cuenta hoy Eldiario.es en exclusiva. Esos van siendo los gérmenes del mal que conducen a caminos indeseados. Los que ya se asientan en España con la ultraderecha en las instituciones y sus alianzas políticas cada vez más indiferenciadas de PP y Ciudadanos.

Este martes se cumplían 44 años de cuando, fallecido Franco ya, el gobierno de la Transición en el que eran ministros Fraga Iribarne –fundador de Alianza Popular, luego Partido Popular- y Martín Villa mandó cargar brutalmente contra una huelga en Vitoria Gasteiz. Cinco trabajadores resultaron muertos. Todo ha pasado antes. Y avisa desde la distancia o desde el propio presente. Lo que ocurre con los refugiados en Turquía y Grecia puede ocurrirnos a cualquiera de nosotros. De un lado y del otro de sus equidistancias. Ya se disparó en el Tarajal, Ceuta, en el agua, a emigrantes, con 15 muertos como balance. Al paso que vamos cabría vernos también nadando en las aguas de la desesperación. Hay al menos un intento de que aquí y ahora las cosas cambien.

Por supuesto que una sociedad no puede ser homogéneamente inmaculada. Qué espanto. Pero hay una drástica diferencia entre una sociedad plural y otra infectada de seres mezquinos, perversos, manipuladores, que pueblan la vida pública en busca de sus propios intereses y son lavados y promocionados por sus compinches mediáticos. El mal deja huellas mucho más allá de lo que se ve. Cuando tengan un rato vean este impresionante reportaje de En Portada, de TVE, El psiquiatra de Alepo. Miren en los rostros turbados y ausentes lo que vendrá de niños y padres gaseados, perseguidos, ahora mismo. ¿En razón de qué?

Vigilen la banalización del mal y a sus propagadores en particular. Se ha colado en nuestras vidas con su poder incomparablemente destructor.

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