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El coronavirus está apagando la economía mundial

Imagen de una fábrica de mascarillas de Shanghái, que ha añadido líneas de producción para elevar su capacidad al 120%

Carlos Elordi

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Mientras la epidemia avanza sin causar, por ahora, destrozos catastróficos en la salud de las poblaciones afectadas, su impacto negativo en la economía mundial, y en la de cada uno de los países implicados, ya empieza a tener dimensiones extraordinarias. Las bolsas siguen cayendo, sin responder a las medidas que se están tomando para impedirlo. Los principales organismos internacionales reducen drásticamente sus previsiones de crecimiento. Y también lo está haciendo la producción, particularmente la industrial, pero también la de los servicios. Y, además, a un ritmo acelerado.

El miedo es el motivo principal, casi el único, de esta plaga que está paralizando la economía del mundo globalizado. El miedo a que caigan los beneficios de las empresas cotizadas explica que las bolsas estén sufriendo su peor crisis desde los dramáticos acontecimientos de 2008. El miedo a perder el dinero es la razón de que las inversiones se estén reduciendo hasta casi la nada. Pero el parón que se extiende por todo el mundo se debe, sobre todo al miedo de que la epidemia continúe aún durante mucho tiempo, hay quien habla de un año e incluso de dos.

Que en solo dos meses, de finales de enero a principios de marzo, el Fondo Monetario Internacional haya reducido su previsión de crecimiento de la economía mundial del 3,3 % al 2,9 % del PIB global y que la OCDE lo haya hecho para los países de su ámbito del 2,9 % al 2,4% advirtiendo, además, que si la situación sanitaria no mejora podría caer hasta el 1,5 %, confirma la preocupación de las autoridades y la gravedad de la situación.

Y varios de los analistas más respetados de los grandes diarios económicos del mundo han coincidido en decir que lo peor está por venir. Porque los efectos negativos del pánico que está paralizando los mercados van a seguir llegando y sumándose a los que hasta ahora ya se han producido. Y porque en el horizonte no se atisba remedio alguno para frenarlos. El ejemplo más claro de ello es la bajada de los tipos de interés anunciada hace pocos días para los Estados Unidos, rompiendo la férrea resistencia a hacerlo por parte de de Donald Trump, que no ha impedido que la bolsa de Nueva York siga cayendo y con ella las demás del mundo.

Porque por el momento, que más adelante también podría serlo, el rasgo principal de los actuales problemas no es de tipo financiero, sino de parálisis creciente de los mercados, porque en ellos están coincidiendo una caída de la oferta y otra paralela de la demanda. Se está reduciendo la producción y, al tiempo, está cayendo el consumo. En el primer caso, el origen del problema está en China, que desde diciembre está cerrando fábricas que suministran productos a todo el mundo sin que hasta ahora se hayan vuelto a abrir. Esa producción cesante no tiene alternativas en la mayoría de los casos, pero lo peor es que buena parte de la misma es de componentes imprescindibles para decenas de miles de empresas, grandes, pequeñas y medianas, de todo el mundo.

Desde el punto de vista de la demanda, la caída ha empezado afectando a las compañías aéreas, a los aeropuertos, a los cruceros, a la hostelería y a la restauración y también al sector de productos de lujo, de los que China es uno de los líderes mundiales. La reducción drástica de toda suerte de importaciones por parte de China -el 20 % del PIB mundial- está dañando gravemente a las empresas de países punteros, y a la cabeza de ellos a Alemania. Y todas y cada una de esas tendencias podrían perfectamente agravarse en el futuro. Porque está claro, y ninguna autoridad sanitaria lo ha desmentido, que la epidemia va a proseguir su marcha.

El sector financiero está sufriendo mucho en las bolsas de todo el mundo, particularmente en la española. Y si el proceso de deterioro no se interrumpe sus problemas podrían agravarse. Porque la banca está al final de la cadena. Y encima, empieza a agitarse otro fantasma: el del formidable endeudamiento mundial, de los estados y de las empresas, que ha alcanzado niveles récord, superando el 330 % del PIB del planeta. En las reflexiones de los analistas, la posibilidad de una crisis financiera como consecuencia de la fragilidad del sector empieza a abrirse espacio.

Los diarios económicos de todo el mundo detallan día tras día la lista de víctimas. Empieza a haber quiebras de empresas, aunque por ahora no son muchas, y son más frecuentes las restricciones de plantillas y de producción, por no hablar de las medidas de prevención ante la enfermedad que están tomando cientos de empresas, algunas de ellas entre las más importantes del mundo. El sector turístico es uno de los más afectados y podría sufrir graves contracciones en los meses que vienen y particularmente en el verano.

Por el momento no hay ninguna reacción colectiva por parte de los gobiernos. En Europa hay alguna reunión que no concluye en nada consistente, porque lo que haría falta es un drástico cambio de la política económica que colocara al Estado y a su capacidad de gasto como antídoto principal y de eso no pocos países de la UE no quien ni oír hablar. Una Norteamérica metida de lleno en su campaña presidencial, y con un Trump que empieza a dudar seriamente de su reelección, sigue a lo suyo. China bastante tiene con hacer frente a la epidemia y al destrozo económico que ha provocado y su anterior beligerancia en la guerra comercial con Estados Unidos no es el mejor antecedente para llegar a acuerdos con el resto del mundo. Japón, Corea del Sur, Australia y el resto de países asiáticos, incluido India, que esperaba salir de una recesión de años, se buscan la vida cada uno por su lado.

Pero tarde o temprano habrá una reacción. Porque si se abandona el proceso a su suerte el drama está servido. Y ningún país se va a escapar del mismo.

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