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Nosotros, inmunes y la democracia, indemne

Francia anuncia dos casos confirmados de coronavirus, los primeros en Europa

Elisa Beni

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“Ha prendido una forma de pánico colectivo y algunos parecen dispuestos a renunciar a un montón de derechos fundamentales. Eso no es sano”

Sacha Houlié (Diputado de La Republique en marche)

Sin saber aún el día ni la hora, todos velamos. Muchos están conjeturando opciones sobre la forma de deshacer la anormalidad en la que nos hallamos inmersos y algunos, no sé si demasiados, tienen tanta prisa por hacerlo que están aventurando planes que pueden resultar aceptables bajo una visión de máximos –todo lo que podríamos hacer– pero que en muchas ocasiones no tienen en cuenta los inconvenientes, e incluso la imposibilidad, de adoptarlos sin poner a los pies de los caballos el bagaje de los derechos fundamentales inalienables en un estado democrático.

No debemos olvidar que la misión más importante es salir de esto de la mejor forma posible y sin realizar una cesión de derechos lesiva para la integridad democrática. Lo mismo que se ha predicado siempre en todas las crisis, bien haya sido el terrorismo de ETA, bien el yihadista: la lucha ha de hacerse dentro del Estado de Derecho y sin violentar las normas básicas ni los derechos fundamentales. La tentación siempre ha estado ahí, como le sucedió a Estados Unidos con la Patriot Act o Guantánamo, y en nuestro propio país vimos cómo se alteraron normas penales que después se han aplicado a situaciones que nada tienen que ver. La misión es conseguir salir inmunes al virus, pero también indemnes como democracia.

El debate está sobre la mesa. En las redes sociales y en algunas encuestas realizadas en Francia u otros países, van apareciendo grupos de ciudadanos a los que cualquier coste les parece bueno para salir de esta pesadilla y detener las muertes, pero también la crisis económica y la anormalidad de nuestras vidas. Cuidado, ni es tan fácil, ni todo vale.

El otro día un prestigiosísimo epidemiólogo, Oriol Mitjà, planteó una propuesta para salir del confinamiento de forma progresiva. No dudo de que esta será muy buena desde el punto de vista de la ciencia, pero plantea algunos escenarios muy difíciles de asumir en una democracia liberal. Hablaba Mitjà de realizar tests masivos a la población para dotar a cada individuo después de una especie de “DNI vírico”, así lo llamaron, un certificado de inmunidad que permitiera los movimientos y que, además, se incorporara a algún tipo de aplicación gubernamental. Aquí comienzan a vislumbrarse problemas.

A veces pienso que el hecho de que esta pandemia nos amenace a todos, sin excepción, ha abierto una especie de dique que nunca hubiéramos rebasado con anterioridad. ¿Alguien planteó en su día la instauración de un carné de sidoso? ¿Lo hubiéramos aplaudido? Los datos médicos personales son sagrados. Prueben si no a preguntar por los análisis o el estado de salud de un familiar por teléfono. Nunca dan ni el mas mínimo dato. Lo mismo sucede con otra de las propuestas del epidemiólogo: “Cuando se diagnostique un positivo, los datos de sus contactos se capturarán de forma automática”. Pues mire, señor Mitjà, no, muchos no vamos a aceptar que el Estado capture o chupe o meta las narices en nuestros contactos y nadie debería estar de acuerdo con ello. Lo de enviarles además un código verde, naranja o rojo para avisarles de nuestra “infectividad” está fuera de todo lo posible en este país. No me cabe ninguna duda de que un Gobierno progresista no caerá en la tentación de explorar tales vías.

Y es que, puestos a poner en cuarentena la democracia, tenemos desde la solución final de Orban en Hungría, esa que ha aplaudido Vox, hasta un bonito abanico de propuestas, algunas de las cuáles pueden ser asumidas mientras que otras resultan simplemente inaceptables. El backtracking es como un milhojas, tiene miles de capas, y hay que recordar que un estado democrático no debe superar aquellas cuya intromisión y remisión de derechos es proporcional y lógica para el efecto buscado.

Así países como Suiza, Francia o España están recogiendo de las operadoras los datos desagregados y anonimizados de movimientos que han permitido saber cuántos millones de parisinos o madrileños se largaron a sus segundas residencias o si hay grandes masas que se salten el confinamiento lejos de sus domicilios. Bien, en esos datos nada hay de cada uno y solo se aprecia el conjunto. Suiza ha introducido también una función para detectar las reuniones de más de 20 personas en 100 metros cuadrados.

Polonia, por su parte, ha lanzado una aplicación de reconocimiento facial para controlar las cuarentenas. Cuando esta lanza un aviso tienes 20 minutos para enviar un selfie que será geolocalizado para comprobar que estás en tu domicilio y, si no lo haces o te retrasas, una patrulla de Policía se dirige a tu casa. En este país han respetado la voluntariedad, es decir, tan invasiva iniciativa exige que el ciudadano se dé de alta y acepte las normas; de no hacerlo es la Policía la que realiza las visitas a domicilio de forma aleatoria para comprobar. En Israel el servicio interior, el Shin Bet, está obteniendo sin autorización judicial las coordenadas de geolocalización de individuos concretos. Todos los infectados se ven controlados durante los 14 días anteriores a su positivo y así los que se hayan cruzado con ellos reciben un SMS para que se pongan en cuarentena. La respuesta a estos interrogantes, que se pondrán sobre la mesa, debe ser también de índole europea y de hecho la CEPD el 19 de marzo se dirigió a los estados miembros para recordarles la normativa.

La tentación de renunciar a conquistas de nuestra sociedad que tantas muertes costó conseguir siempre se pone sobre la mesa. El miedo y la falta de espíritu democrático y de amor a las libertades siempre hace que muchos consideren fácil ceder nuestros logros para obtener una inalcanzable seguridad total. La libertad y el miedo no riman y nunca seremos pocos para recordárselo a una sociedad infantilizada y con falta de músculo de sacrificio y de defensa de lo común.

Salgamos de esta catástrofe con espíritu democrático. Hagamos todo lo que esté en nuestra mano sin destrozar ese marco de derechos que rige nuestra convivencia y que vamos a necesitar tener íntegro después. No es que yo tema el mal uso que vayan a hacer los gobernantes ahora, que no se trata de eso, sino que tengo por cierto que cada paso atrás que damos en ese sentido se queda ya para siempre.

Seamos los primeros en el peligro de la libertad, como dice el hermoso lema de la ciudad de Málaga, porque eso también es una vacuna contra el totalitarismo.

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