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La mancha humana

El biólogo Francisco Ayala

Jose A. Pérez Ledo

En La mancha humana, de Philip Roth, el decano de una universidad estadounidense es invitado a abandonar la institución tras ser acusado de comportamiento racista. Durante una de sus clases, el profesor comenta que un par de estudiantes, ausentes del aula desde el principio de curso, parecen haberse desvanecido “como humo negro”. Esos alumnos resultan ser afroamericanos, lo que provoca un escándalo mayúsculo y acaba forzando la jubilación el decano.

Las resonancias entre el arranque de esta novela y la historia que estos días estamos leyendo sobre el profesor Francisco Ayala son evidentes. Los medios nos han ofrecido dos versiones antagónicas. Están, por una parte, las denuncias de cuatro mujeres que afirman haber sido víctimas de comentarios inapropiados en el entorno laboral y de contacto físico no deseado. Y está, por otra, la versión del brillante biólogo, quien, secundado por algunos de sus colegas, niega haber cometido abuso alguno. Modales de caballero europeo, argumenta él para justificar las acusaciones.

Si dejamos al margen lo que deseamos creer, lo cierto es que carecemos de datos suficientes para hacer un juicio incuestionablemente justo sobre este asunto. Eso, por supuesto, no ha impedido que muchos se pronuncien al respecto. Están quienes sostienen, con total convencimiento, que Ayala es un acosador. ¿Por qué, si no, iban a inculparlo esas mujeres? Y están también quienes ven en todo esto una muestra del complot feminista que busca, según parece, la destrucción de todos los prohombres blancos, del capitalismo y de no se sabe qué más. La conjura de las locas.

A los unos y los otros debemos presuponerles una intención noble. Porque, en esencia, los unos y los otros pretenden lo mismo: alinearse con la víctima. Con quien perciben como víctima. Las cuatro mujeres agredidas. El profesor mancillado, la mancha humana. Difieren los prejuicios y los sesgos. Difiere la ideología.

Con todo, resulta sorprendente la vehemencia de algunas de esas posturas. Llama la atención que personas habitualmente serenas y sensibles adopten un hooliganismo acrítico en cuestiones tan grises y cenagosas como esta, sea en una dirección o en la contraria.

En el caso de Ayala está claro quién ostentaba el poder y, por tanto, quién podría haber abusado del mismo. Pensar que se trata de una conspiración de cuatro mujeres y dar por hecho que, como en la novela de Roth, la universidad ha cedido a la presión de la corrección política me parece posible, de acuerdo, pero muy aventurado (fruto, sin duda, de mis prejuicios, mis sesgos y mi ideología).

Una cosa sí está fuera de toda duda. En el asunto de Ayala, como en otros de similar naturaleza, convendría no ser excesivamente entusiastas en la expresión de nuestro juicio. Al menos, hasta que tengamos más datos, si es que algún día los tenemos. Para supurar pasiones irracionales ya se inventó el fútbol.

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