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La mazmorra real

Iñaki Urdangarin llega al Hogar Orione de Pozuelo de Alarcón, un centro dedicado al cuidado de personas con discapacidad.

Elisa Beni

“Para el que está en la cárcel, las lágrimas son parte de la experiencia de cada día. Un día en la cárcel en el que no se llore es un día en que el corazón está duro, no un día en que el corazón esté alegre”

Oscar Wilde. De profundis (Epístola in carcere et vinculis)

A veces el infierno no son los otros, sino su ausencia. Este es el drama del ex duque de Palma, cuñado de Felipe VI y yerno de Juan Carlos I, El Emérito. Hemos asistido esta semana a una insólita salida de prisión de quien fuera condenado a cinco años y diez meses de prisión sin que haya cumplido ni siquiera un cuarto de su condena y, hasta donde yo he visto, no se ha producido ni el revuelo mediático ni la indignación popular que se podría esperar de un acontecimiento tan injusto, por desigual, como este.

De la salida bajo la atenta mirada de las cámaras de Iñaki Urdangarin esta semana pueden concluirse dos asertos inamovibles, tanto como los grabados en piedra: uno, que el sistema no está hecho para aquellos que disfrutan de hecho el privilegio de vivir por encima de él y dos, que para poder aplicar los privilegios de clase o los políticos a aquellos a los que no ha quedado otro remedio que pasar por el rodillo del Estado de Derecho –muy a pesar del propio sistema– solo hay que tener un poco de paciencia y esperar a que el populacho democrático esté ocupado en otras cosas. Ese tiempo antes podía resultar eterno pero, ahora, en el mundo del interés fungible y de la indignación intercambiable, es muy limitada la espera.

Urdangarin está recibiendo un trato de favor porque el trato de favor que se le dio desde el origen le está destrozando. Así podríamos resumir la situación que se describe en el auto del juez de Vigilancia Penitenciaria y en el informe del fiscal que se opone a esta descarada mascarada para ocultar un trato único, privilegiado, impensable para cualquier otro penado. De facto la Fiscalía ha recurrido esta decisión pero la prueba de fuego ha sido hecha, el experimento ha dado resultado.

El caso Urdangarin ha caducado en la indignación popular y, poco a poco, será fácil que se readapte hasta la legislación para que el marido de la Infanta de España vuelva al lugar entre las élites del que muchos aún creen que no debió salir. Cuentan con que los progresistas se sientan incómodos rechazando lo que se presenta como reinserción y que desde otros sectores, tan agresivos con que se aplique el proceso a determinados reclusos, no va a haber queja.

Olvidan que el reproche penal que el Estado hace al ciudadano Urdangarin es idéntico al que le hace a cualquier otro, incluidos los políticos y banqueros y otros chorizos de cuello blanco, y olvidan también que el reproche social es aún mayor puesto que teniéndolo todo, unos privilegios inalcanzables para la mayoría de la población, decidió cruzar una línea que le está vedada incluso al más desesperado de los españoles.

Leer al fiscal en este asunto es muy esclarecedor. Un fiscal que dice en su escrito que se trata de una maniobra. Y lo dice con todas las letras. Esta vez no es como cuando algunos intentábamos explicarles por qué el sistema judicial se estaba intentando gripar para salvar a la hija del Rey, sobre todo, pero también para intentarlo con su marido. Esta vez está escrito en papel con membrete. Urdangarin pidió la aplicación del articulo 100.3 del Reglamento Penitenciario e Instituciones Penitenciarias no le respondió. Un silencio administrativo que era una negativa en sí mismo. Ahora sus abogados lo han sacado por el 117.3, que además está pensado para otra cosa: “Lo que encubre una maniobra para eludir la autorización administrativa que exige la aplicación del artículo 100”.

La tal maniobra, que ha sido aceptada por el juez, se produce cuando a un penado que no ha cumplido ni un cuarto de la condena –momento en el que se puede aspirar a tener algunos permisos– se le permite salir dos días de la semana a hacer algo que, primero, no es un puesto de trabajo; segundo, para lo que carece de cualificación alguna; y por último, que no es un programa específico de tratamiento para penados. Esto lo dice el fiscal muy finamente, como también que lo que se ha hecho con el cuñado real es lo opuesto a lo que se hace con el resto de penados que primero consiguen el derecho a esos permisos y, más tarde, se pueden integrar en un programa de reinserción.

Deberíamos hablar también sobre los objetivos de reinserción social y de reeducación a los que se dirige la pena. Lo cierto es que el sistema tampoco está previsto para aquellos que nunca han dejado no ya de estar insertados sino de estar injertados en los círculos de poder del país. Estos delincuentes, estos penados, no precisan ser reinsertados en una sociedad, la alta sociedad, que volverá a recibirlos en sus salones a la par que a su próximos muy pronto. No, estos delincuentes lo que precisan es ser reeducados y, en mi opinión, esa reeducación pasa por hacerles sentir que los privilegios de los que disfrutan no les hacen distintos ni mejores que al resto, que esos privilegios no les permiten traspasar barreras que los demás ciudadanos respetan, que no están por encima del bien y del mal y, sobre todo, que hicieron mal. Esa reeducación es la que no sé si el sistema arbitra bien, ahora que tenemos tanto chorizo con pedigrí.

El juez ha dictado hace unas horas unas condiciones que no introdujo en su auto ante el evidente cachondeo que suponía que un penado pudiera usar móviles, otras comunicaciones, ver a la familia y salir al restaurante de la esquina sin tener derecho a permisos. Todo es insólito. Como ese párrafo del auto que dice sobre esos desplazamientos de 200 kilómetros diarios que “el problema de cómo realizarlos es del interno y de su entorno”. ¡Pero qué me está contando, señoría! Esos 1.600 kilómetros al mes y esos escoltas oficiales de la Policía o la Guardia Civil, que no sé por qué conserva un penado, los pagamos los ciudadanos. Los pagamos igual que esos furgones de transporte penitenciario en los que pasean de centro a centro, casi como a ganado, esposados y en espacios angustiosos, al resto de reclusos de este país. Pueden preguntárselo a los presos catalanes, que también vivían perfectamente integrados en la sociedad alta y que aún son presos preventivos.

Eso sin mencionar que en su escrito, los abogados de Urdangarin ya avisan de que el centro que han buscado ellos tiene desde febrero aprobado que la colaboración sea diaria. Si esto se consagra ¿cuánto tiempo va a pasar a partir de noviembre para que el exduque salga cada día de prisión a costa del erario público y además disfrute de otros 36 días de permiso con su familia? Poco. Han probado y el escándalo no ha existido y el interés se ha mostrado moderado. Si esta dosis homeopática de trato de favor pasa sin problemas, las cucharadas grandes se irán administrando de forma paulatina.

Dice el juez en su curioso auto que el aislamiento es una pena inhumana y estoy de acuerdo con él. Falta que alguien le contestara a sus reflexiones que Urdangarin lleva en el pecado la penitencia. Tanto le han ultra protegido que esa misma protección amenaza con destruirle. Cuanto más fácil era haberlo trasladado, en un furgón penitenciario, al módulo de respeto de Soto donde están ingresados otros muchos personajes con los que compartió cóctel muchas veces. Pero el marido de la Infanta de España no podía convivir con delincuentes, siquiera con los más ilustres. Solo que el marido de la Infanta de España, el yerno del Rey, es un delincuente y ese es el único punto sobre el que debería reflexionar él, su entorno, los que le quieren y los que quieren agradar a su familia.

Si después de esto ni él ni todos ellos han aprendido nada, debemos concluir que poco hemos conseguido como sociedad más allá de que todo parezca cambiar para que realmente no cambie nada.

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