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El ADN de la memoria

Una de las fotografías de la exposición "El ADN de la memoria" / NIEVES SANZ

Isaac Rosa

Qué hartura, tener que hablar de fosas franquistas a estas alturas, ¿verdad? Pasan los años, cambian las generaciones, a los hijos los suceden los nietos y a estos los bisnietos, pero nada, erre que erre: 80 años después de la Guerra Civil y 40 desde la muerte de Franco, seguimos enfangados en la batalla de la memoria histórica, y todo por culpa de esos que no se bajan del burro, que no se dan cuenta de que ya estamos en el siglo XXI y no dejan que superemos el pasado y miremos al futuro. Si alguien pensó, durante la Transición, que bastaría el paso del tiempo para cerrar heridas, ya ven que no: por culpa de unos que llevan décadas con lo mismo, anclados en el pasado. Lo dicho: qué hartura.

Pues no, no estoy hablando de las víctimas del franquismo y sus familiares, de su resistencia al olvido. Repasen el párrafo anterior y comprobarán que me refiero a otra “resistencia”, que no afloja por muchos años que pasen: la de quienes tantos años después siguen sin rendir el alcázar y continúan bloqueando la reparación de los asesinados y represaliados.

Que en la España de 2016 sean noticia una exhumación en el Valle de los Caídos, o una comisión para cambiar calles en Madrid, se lo debemos a la insistencia de los familiares en reparar a sus víctimas, sí; pero sobre todo es mérito de ese postfranquismo sociológico que tanto tiempo después sigue sin aceptar lo que en cualquier país europeo es normalidad democrática: dar un enterramiento digno, honrar a las víctimas, hacer justicia.

Ayer escuché a un representante de esa “resistencia”, joven además, decir que “en España cualquier familia que busque a sus sedes queridos va a contar con el apoyo de todas las instituciones”. Y añadió, en tono emotivo: “Es de justicia. Sería insoportable vivir sin tener los restos de un familiar querido”. Conmovedor, ¿verdad? Era Pablo Casado, el mismo que años atrás se burlaba de los “carcas” que “están todo el día con la guerra del abuelo y la fosa de no sé quién”. Miembro de un partido que por sistema se opone a cualquier iniciativa que tenga que ver con las víctimas del franquismo.

Yo no sé si ese memoricidio de los vencedores se hereda, pero la memoria de los vencidos sí que va en la sangre, en el ADN, de padres a hijos, de abuelos a nietos y bisnietos. Si alguien lo duda, que vaya a ver una exposición que la asociación Nuestra Memoria ha montado en Sevilla, y que se llama precisamente “El ADN de la memoria”. Una colección de hermosas fotografías que representan esa continuidad generacional, todas esas nietas y bisnietos que no van a parar hasta conseguir para sus familiares reparación, verdad y justicia.

Una de esas nietas, mi admirada Paqui Maqueda, lleva años luchando por la memoria de su bisabuelo Juan el Cubero, asesinado en Carmona junto a uno de sus hijos mientras otros dos eran encarcelados y la familia veía incautada su casa. Ha llevado su caso y el de miles de familias a los juzgados, al parlamento, a Europa, a la ONU y a la justicia argentina. Y no va a parar hasta conseguirlo. Y no importa lo que tarde, el tiempo no juega a favor de los memoricidas, porque si no es ella será su hijo, que comparte ese mismo ADN insumiso.

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