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Que parezca un accidente

Rivera afirma que Ciudadanos no aceptará ninguna medida que el PP pacte con Vox que altere el programa que firmaron

Antón Losada

En una de las muchas secuencias magníficas que nos deja la portentosa serie El ala oeste de la Casa Blanca, un miembro del staff presidencial acude despavorido pidiendo auxilio al jefe de prensa.

−Creo que tenemos un problema y la prensa lo sabe. Verás, me he acostado accidentalmente con una prostituta −anuncia el atribulado alto cargo−.

−¿Qué pasó? ¿Tropezaste con ella? −es la sardónica respuesta del responsable de prensa−.

Si cambian a los protagonistas y ponen a Albert Rivera y sus tribulaciones para llegar al Gobierno de Andalucía pactando con el PP y con los votos de Vox, tendrán el mejor resumen del dilema naranja. Cs y Partido Popular necesitan los votos de la extrema derecha. La diferencia reside en que los populares están dispuestos a pagar el precio de ese apoyo, mientras que los naranjas pretenden que parezca un accidente en el cual no han tenido ni arte, ni parte.

A Pablo Casado no le incomoda negociar y pactar con Vox porque, al fin y al cabo, seguramente no deje de verlos como hijos pródigos que han abandonado la casa paterna popular pero que acabarán por volver antes o después; o al menos eso creen en la sede de Génova. Solo se trata de militantes y votantes populares cansados, despistados o cabreados por la blandenguería marianista. Cuanto antes y más se hable con ellos y más se les de la razón a modo de terapia, más pronto volverán al hogar.

En la estrategia de Casado, Vox supone una herramienta que impide que muchos votantes de derechas sigan yéndose a la abstención y ofrecerán el apoyo que le permitirá recuperar municipios y autonomías tras las elecciones de mayo. Vox no es un problema, es una solución. Si a esa evidencia táctica sumamos la constatación de que la distancia ideológica entre el nuevo PP de Casado y la formación de Santiago Abascal se reduce con cada marianista eliminado en las listas o en las portavocías populares, entenderán por qué cada día se les ve más sueltos apropiándose del discurso ultra en materia de género o inmigración.

Para Albert Rivera y los suyos, Vox representa cualquier cosa menos una solución. No quiere su votos, porque implica limitar su capacidad de pescar en el caladero del centro izquierda y darle munición al PSOE, su principal competidor en esas latitudes; pero los necesita y no puede arriesgarse a rechazarlos, exponiéndose a verse señalado por el entorno conservador como el traidor que ya pactó antes con Susana Díaz y ahora frustra que gobierne la derecha por primera vez en Andalucía.

Interponer al PP para evitar todo roce con Vox fue una primera solución de urgencia. Pero Rivera y los suyos intuyen cada vez con mayor certeza que ese dique de contención acabará desbordado por la realidad de que los de Abascal vienen dispuestos a marcar su espacio y dejar su huella en el gobierno y en las políticas; especialmente ahora, tras constatar lo fácil que resulta mover las líneas rojas de sus socios cuando se trata de permitirles llegar al poder. Rivera quiere que parezca un accidente, pero a Abascal y los suyos solo les vale que sea consentido.

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