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El procés, según Berlanga

El juicio del procés se adentra en el 1-O, con mandos policiales de testigos.

Alfonso Pérez Medina

El 1 de octubre de 2017 un pequeño pueblo de la comarca barcelonesa de L’Anoia consiguió sortear la prohibición del Tribunal Constitucional de celebrar el referéndum de independencia para Catalunya engañando a la Guardia Civil. A Sant Martí Sesgueioles acudieron varios agentes con un mandato judicial debajo del brazo que ordenaba impedir las votaciones y creyeron haberlo conseguido cuando, venciendo la resistencia de la mayoría de los 350 vecinos del municipio, entraron en el pequeño colegio electoral y se llevaron la urna que con tanto celo protegían. Pero no. Porque mientras simulaban que les habían chafado el referéndum y entregaban a la autoridad una caja de cartón utilizada en la consulta del 9N de 2014, los vecinos se turnaban para ir introduciendo sus votos en la urna de plástico verdadera, procedente de China como todas las demás, que unas horas antes habían colocado en el garaje de una casa particular.

Si no fuera por la dramática fractura entre catalanes y de una parte de ellos con el resto de españoles y por las durísimas penas de cárcel a las que se enfrentan los acusados, el mosaico de escenas que está dejando el juicio que se celebra desde hace siete semanas en el Tribunal Supremo podría llevar a la conclusión de que la hoja de ruta del proceso independentista catalán, esa que se plasmó en el documento Enfocats y cuya paternidad nadie quiere asumir, responde a un guion, quizá inédito, de Luis García Berlanga.

No por casualidad, “esperpéntico” fue el adjetivo empleado por un teniente de la Guardia Civil destinado en el municipio barcelonés de Manresa que tuvo que describir en el juicio cómo, en el fragor de los días locos que se sucedieron en Catalunya desde la aprobación de las leyes de desconexión en el Parlament hasta la aplicación del artículo 155 de la Constitución, unos cuantos estudiantes del municipio acabaron manifestándose frente a los hijos de los agentes, con los que al día siguiente, aplazadas las reivindicaciones, continuaban compartiendo la clase de matemáticas y el patio durante el recreo.

A un metro del suelo, junto a la puerta principal, el edificio tiene un mástil con la bandera de España que el teniente ordenó retirar en la noche del 20 de septiembre para evitar que las dos mil personas que se manifestaban hicieran “cosas no muy acordes con la enseña nacional”. Aprovechando la desnudez del palo, alguien colocó una estelada y aquella noche se dibujó en el cielo de Manresa la ilusión de que hasta el Duque de Ahumada había capitulado ante el imparable empuje de la República Catalana. Mientras tanto, según el relato del mando policial, los agentes presenciaban la colocación de la bandera por el circuito cerrado de televisión y se repetían la consigna que se habían prometido llevar a término para evitar “males mayores”: “Aguantad, aguantad y, si se puede, aguantad un poco más”. Después se llevaron la enseña catalana sin más explicaciones y eso incomodó al testigo. “Nos la podían haber dejado de recuerdo”, apuntó.

En el cuartel de la localidad tarraconense de Valls pensaron que la mejor manera de neutralizar a la Guardia Civil era colocar cinta adhesiva en las puertas de la casa-cuartel pero el plan resultó fallido cuando se toparon con uno de esos sargentos a los que no hay pegatina que se le resista. Él solito, según contó orgulloso ante los siete miembros del tribunal, quitó las cintas adhesivas de todas las puertas y los carteles a favor del referéndum que habían colocado los manifestantes en las inmediaciones del edificio, incluyendo uno de la CUP que, según se le escuchó decir en la sala de vistas, tenía “un mensaje raro aunque delante de todo eso ponía un 'sí'”. De suerte que no hay trapo al que no entre el letrado de Oriol Junqueras y Raül Romeva, Andreu Van den Eynde, su interrogatorio se prolongó casi dos minutos en tratar de discernir con el testigo si uno de esos carteles fue colocado en la tapia de la casa-cuartel, propiedad de la Dirección General de la Guardia Civil adscrita al Ministerio del Interior del Gobierno de España, o en una señal de tráfico cercana, jurisdicción exclusiva del Ayuntamiento de la localidad que gobiernan en coalición independentista Junts per Catalunya y ERC.

La pelea de los carteles recuerda a la de los lazos amarillos que unos colocan por la mañana y otros retiran por la noche, por los que el presidente de la Generalitat, Quim Torra, se enfrenta a una querella por desobediencia que podría dejarle fuera de la vida política los próximos dos años. Cuando la Junta Electoral Central ordenó a Torra quitar los lazos para liberar las instituciones de símbolos partidistas, al president se le ocurrió una idea que parecía genial en su cabeza: sustituirlos por lazos blancos con una raya roja manteniendo el mensaje original que seguía pidiendo la “libertad para los presos políticos”. Inexplicablemente no coló.

La galería de personajes berlanguianos que deja el juicio del procés, un movimiento impulsado entre tractoradas y manifestaciones de coches de bomberos, es inabarcable: desde el teniente coronel Baena, que lucha contra un “polvorín insurreccional” en el que no hay heridos ni daños al tiempo que niega ser el Tácito de Twitter que critica abiertamente a los dirigentes independentistas a los que investiga; hasta “el tal Toni”, el hombre sin rostro al que decenas de empresas hacían por la cara trabajos para promocionar el referéndum que casualmente llevaban el logotipo de la Generalitat.

Sin restar ni un ápice de protagonismo al personaje indiscutible de la semana: el presunto observador internacional alemán Bernhard Von Grümberg, que confesó al tribunal que a pesar de la sesuda observación que realizó durante varios días sigue sin poder distinguir a un guardia civil de un mosso d’esquadra, y que justificó su visita a la Catalunya del 1 de octubre con un informe que envió a su partido y compartió con sus amigos de Facebook. Cuando intentó pedir “consenso” para solucionar “el conflicto catalán”, el presidente del tribunal, Manuel Marchena, le contestó con una cita que habría firmado el mismísimo Berlanga: “Su opinión es muy respetable y muy interesante pero, al tratarse de una opinión, prescindible”.

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