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Yo quiero verte danzar

Franco Battiato durante un concierto en Milán en 2012

Montero Glez

A finales de los años 80, cuando los sintetizadores y las baterías electrónicas dominaban la escena musical, apareció un tipo narigudo que cantaba canciones metafísicas con acento italiano. Respondía al nombre de Franco Battiato y su manera de interpretar era tan particular que me llegó a gustar más de la cuenta.

A diferencia de los modernuquis de entonces, Battiato parecía burlarse de sí mismo. Con pintas de profesor despistado, aprovechaba el sonido de los cacharritos electrónicos para adentrarse en dimensiones más cercanas al rock progresivo que al techno pop de la época ochentera. Por otro lado, sus letras marcaban la diferencia pues traían parajes olvidados donde giran derviches al son de cascabeles orientales. Con estas cosas, Battiato conseguiría lo más difícil, quiero decir, que sus temas se pinchasen en las discotecas de moda; junto a Pet Shop Boys, George Michael o Whitney Houston. Yo, que nunca fui de multitudes, me arrimaba a las puertas de aquellas discotecas cada vez que algún tema de Battiato llegaba hasta la calle. Ya dije que sus canciones me llegaron a gustar más de la cuenta.

Recuerdo que el dúo de humoristas Martes y 13 dedicaron a Battiato su particular parodia. Con risitas en off y una puesta en escena copiada de los Hermanos Calatrava, el dúo Martes y 13 ridiculizaba al artista italiano. Le bautizaron como Franco Nappiato y, para mayor escarnio, uno de los humoristas salía ataviado con gabardina y una prótesis aumentada de su apéndice nasal. En fin, todas las épocas tuvieron sus humoristas, así como sus bufones y, por aquel entonces, los graciosos de turno eran Martes y 13. Qué le vamos a hacer.

Todo esto viene a cuento porque en los últimos días, las noticias sobre el estado de salud de Battiato han venido sembradas de dudas desde que su amigo, el cantautor Roberto Ferri, le dedicase un poema que ha hecho saltar las alarmas. Según Ferri, el amigo Battiato se ha perdido entre la niebla de su propia memoria y aquel hombre con pintas de profesor despistado, que parecía haberse dejado las llaves dentro de la casa, ya no volverá a encontrar el camino de vuelta.

Con estas cosas tan tristes, mi memoria se detiene en aquellas noches salpicadas de luz halógena, a  finales de los 80, y me doy cuenta de que el tiempo ha devorado un buen trecho de mi vida; un jalón que sólo puedo recuperar volviendo a  aquellas canciones de Battiato que me hacían girar la calle y que me llevaban a arrimarme a las puertas de las discotecas más de la cuenta.

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