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Aun con Gobierno, ¿cómo salir de este pozo?

Pedro Sánchez: Con Iglesias no. EFE

Rosa María Artal

Lo peor de una relación fallida es cuando se descubre que no hay tierra a la que volver, que se había ubicado en coordenadas erróneas. En una insólita escalada de declaraciones agresivas, Pedro Sánchez colocó una potente carga de dinamita en el puente de la negociación con Unidas Podemos para la formación de su gobierno. Entrevistado por Antonio García Ferreras en Al Rojo Vivo de la Sexta TV este jueves, situó a Pablo Iglesias como principal escollo para un acuerdo. Con Iglesias no. La falta de empatía -cuando no la animadversión- con el líder de Unidas Podemos es evidente, pero de ahí a los insultos de grueso calibre que profirió hay una distancia. Sánchez llegó a negar las convicciones democráticas de Pablo Iglesias. Varios factores más nos llevan a la sensación de haber caído en un pozo al que no se ve salida sin daños.

Solo tres días después de haber respondido a Aimar Bretos en la Cadena SER que Pablo Iglesias “nunca le había pedido expresamente ser vicepresidente”, Sánchez comunicaba a su ejecutiva que sí se lo había requerido lanzando el titular. Una de las dos veces, mintió. Y aunque la mentira es contemplada como un deporte que practican con soltura muchos políticos españoles, hemos de ser conscientes de que jamás nada sano se edifica sobre la falsedad. Jamás. Es lo que desplaza esas coordenadas que no permiten regresar. Estos titulares de vídeos recopilatorios -a los que podrían añadirse muchos más- demuestran las declaraciones contradictorias de Pedro Sánchez. Una y otra vez las suelta sin pestañear.

El candidato a la presidencia ve en Pablo Iglesias el obstáculo insalvable para un gobierno de coalición. Ahora, la excusa toca ser Catalunya. Necesita “un vicepresidente que crea en la democracia española, que existe una clara separación de poderes y que nadie es detenido por sus ideas”. Hace bien en poner apellido a la democracia: española, en su singularidad. Con el dictador Francisco Franco en mausoleo de honores y su herencia impune perpetuada en múltiples estamentos del Estado. Su desprestigio fundado es un hecho.

El propio Sánchez así lo creía en su discurso del 31 de Mayo de 2018, cuando -con el apoyo imprescindible de Unidas Podemos y de partidos nacionalistas-, dijo “esta moción nace de la evidencia de que no queda otro camino para defender el prestigio de instituciones gravemente dañadas”. Argumentó, con razón, que “la corrupción actúa como un agente disolvente y profundamente nocivo para cualquier país. Disuelve la confianza de una sociedad en sus gobernantes y debilita en consecuencia a los poderes del Estado”. Ataca de raíz a la cohesión social, añadió, y “destruye la fe en las instituciones y, más aún, en la política, cuando no hay una reacción firme desde el terreno de la ejemplaridad”.

Algo han mejorado algunas instituciones: el gobierno, sin ir más lejos. Pero, en fin, podríamos hablar de cómo unos consejeros de la órbita PP revocan una sentencia para librar a Ana Botella de pagar una cuantiosa multa por haber vendido pisos de protección oficial a fondos buitre en los que además trabajaba uno de sus hijos. O de las comisiones de investigación que se cierran. La suma de PP, PSOE y Cs s vetó que se abriera una sobre las graves acusaciones que vinculan al CNI con el Iman de Ripoll y los atentados de Barcelona y Cambrils. Es un asunto que merece explicación en el sentido que sea. Sigue en vigor una vergonzosa Ley Mordaza y la Reforma Laboral. Hay varias cosas más que no han devuelto la fe en las instituciones.

No fue Pablo Iglesias, precisamente, el más acérrimo defensor del procés catalán. Todo lo contrario. Mucho más apoyo mostró Iñigo Errejón a quien contemplan con simpatía en el PSOE. En estos días, Iglesias declaró que acataba por escrito lo que Sánchez decidiera al respecto como presidente del gobierno. Ni siquiera es ése el problema, cuando todo huele a excusa. Es como si precisara humillar al aliado y ganar con ello el aplauso de su grada. Porque está pasando.

Las aficiones de los contendientes –es lo que parecen- andan por los medios y las redes en un nivel de virulencia que asusta. Sin parangón al que les suscita nadie de la triple derecha, ni siquiera la ultraderecha declarada. Iglesias es el enemigo número uno y Unidas Podemos la cueva de la ignominia para ellos. Les niegan hasta su participación en la subida del salario mínimo o el aumento del permiso de paternidad. El síntoma más preocupante es esa visceralidad, ese odio sembrado al que se ve difícil terapia. En un presunto aliado, además. Habría que apelar a quienes dentro del PSOE no compartan esta táctica.

El gobierno de La Rioja es hoy piedra arrojadiza contra Pablo Iglesias. Directamente. Un ejemplo entre otros que parece el único. Podemos consuma su boicot a un Gobierno socialista en La Rioja, titulan. Una sola diputada, desmandada y en precario en su propio grupo, exige demasiado para dar su único voto y tumba en primera instancia un gobierno del PSOE tras años de derecha dura. Mal. Pero no tienen buena suerte en La Rioja. La aspirante… del partido de Pedro Sánchez, como se diría, califica en un argumentario a UPN (Unión del Pueblo Navarro) de partido independentista. Y casi nadie se ha querido enterar.

Firmamos un manifiesto una serie de personas pidiendo un gobierno de progreso porque nuevas elecciones traerían con gran probabilidad a esa triple derecha que ya campa en sus desafueros por diversos gobiernos municipales y autonómicos. Pero ¿cómo? ¿Se puede siquiera salir de este círculo de mentiras, traiciones, odios y sinrazón? 

En buena parte, el freno a ese gobierno de progreso venía porque las encuestas pronostican éxitos y fracasos con mayorías más cómodas. Absoluta ninguna, que quede claro. No se puede jugar con las necesidades reales de la gente por cálculos interesados de poder. Y, mucho menos, apostar a la ruleta los resultados del 28A que hacían posible un gobierno socioliberal o socialdemócrata al menos. Hablar de radicalidades más allá de eso es mentir nuevamente. Y de forma interesada.

En el PSOE no parecen contemplar la posibilidad de no seguir en La Moncloa. La ministra de trabajo en funciones se lamentaba de no poder contar con Calviño si finalmente se coloca en el FMI. ¿Y si se van todos a la oposición? Asombra que no se lo planteen. Y es una posibilidad cierta porque los  votantes de esta derecha fichan, como dice el tópico, así les atoren la nariz los gases de la corrupción y el retroceso ideológico. Vemos lo que están haciendo ya allí donde gobierna esta alianza escorada, además, a la idiocia sin escrúpulos.

  Finalmente, Pablo Iglesias, líder de Unidas Podemos ha decidido apartarse. Acepta el veto de Sánchez y renuncia a formar parte del gobierno e impulsar negociaciones si no hay más vetos. Pero el daño ya está hecho y, visto lo visto, ni siquiera se descartan nuevas cortapisas. Máxime cuando la reacción de “fuentes del PSOE”, se diría que vuelve a ir en la línea de remarcar una supuesta derrota y claudicación: “No podía más que dar un paso atrás”, han dicho. Cuando seguidores de Iglesias - y no solo seguidores - han calificado su postura de generosa y valiente. Difícilmente hay un germen peor para colaborar en una tarea de enorme trascendencia que ese polvorín que todavía queda. 

Si algo fracasa aún y son capaces de entregar a esa triple derecha también el gobierno de España todo está perdido. Por mucho que jaleen los medios afines. La involución no se recupera en el mismo tiempo en el que trabaja su obra destructora. Pero ¿qué gobierno puede haber en estas condiciones? De coalición o en solitario. Pedro Sánchez ha quedado dañado con su actuación. Contradicciones, mentiras, virulentas declaraciones y actitudes no son avales que den seguridad. Más aún, como dijo el propio candidato del PSOE hace poco más de un año “destruye la fe en las instituciones y, más aún, en la política”.

¿Qué se puede hacer? ¿Cambiar de candidatos? ¿Buscar otras tierras? En los cuentos malos, al final resulta que todo fue un sueño, una pesadilla, y se vuelve a la historia posibilista. Lo peor es que esto ni siquiera es un cuento malo, ni siquiera es un cuento, es una preocupante realidad. Y dudo que, incluso con gobierno, haya respuestas a cómo salimos del pozo, al menos indemnes.

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