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Una posible interpretación del 25-N

Dídac Queralt

Las elecciones al Parlamet de Catalunya del 25 de noviembre han servido a los catalanes para comunicar dos mensajes:

Primero, el rechazo generalizado a las medidas de austeridad llevadas a cabo por el gobierno de CIU. De ahí, el crecimiento de ERC, ICV, las CUP y Ciutadans (dándoles a estos últimos el beneficio de la duda). Todos estos partidos, además, llevan años reclamando nuevos canales de participación ciudadana y un fortalecimiento de los mecanismos de rendición de cuentas. Este primer mensaje coincide, además, con los precedentes europeos desde el estallido de las crisis financiera, y refuerza la teoría del voto económico. Los catalanes, en definitiva, no han sido ciegos a la pérdida de poder adquisitivo y el aumento de las desigualdades.

Segundo, el apoyo mayoritario al derecho a decidir. La campaña, y las semanas que la precedieron, estuvieron cargadas de augurios catastrofistas para la economía y el bienestar de los catalanes en caso de secesión. Aun así, la mayoría a favor de la consulta no parece haberse resentido. Todo lo contrario, ha incrementado ligeramente su ventaja y enriquecido su pluralidad ideológica. Si tomamos el reparto de escaños como aproximación del resultado de un hipotético referéndum sobre la independencia de Catalunya, el 64% de los catalanes (CIU, ERC, ICV y CUP) estaría hoy a favor de constituirse en un nuevo estado. La cifra bajaría hasta el 60% si sólo la mitad de los votantes de ICV apoyasen la secesión.

La jornada electoral deja espacio a otras reflexiones. Por un lado, sorprende la capacidad retentiva del PSC. Todos los observadores, yo el primero, esperaban un desplome electoral que no ocurrió. Sí, los 20 escaños que mantienen resultan pírricos para un partido que se presentaba como la alternativa de gobierno. Pero la caída puede ser insuficiente para desencadenar una catarsis interna del partido. En los próximos meses veremos si la actual cúpula aprovecha la muestra de confianza de sus votantes para reconstruirse en un partido de gobierno, o si, por el contrario, es instrumentalizada para mantener un status quo que ha llevado al PSC a su mínimo histórico.

Otro resultado destacado del 25-N es el de los partidos anti-incumbent o establishment, esto es, aquellos en contra del sistema de partidos actual, las políticas que de él emanan, y su sistema de rendición de cuentas. Los ajustes derivados de la crisis parecen haber hecho a los votantes más sensibles a la impunidad de prácticas corruptas y decisiones irresponsables (véase el Caso Palau o el rescate a Bankia). El auge de las CUP y Ciutadans debe interpretarse como una llamada de atención a los partidos mayoritarios para combatir sin ambigüedades la corrupción interna de sus organizaciones, adoptar nuevos canales de comunicación con la sociedad civil y, quizá, reformar el sistema electoral.

En las próximas semanas comprobaremos la capacidad de reinventarse de Artur Mas. A su favor, no ha disimulado el fracaso electoral de CIU. Aventurándome a lo que pueda suceder, descarto su dimisión por la ausencia de una alternativa madura dentro de la federación catalanista. Artur Mas deberá pactar con las otras fuerzas soberanistas para avanzar en uno de los dos mandatos que se desprende de estas elecciones: organizar una consulta popular. Otro cantar será la elaboración de los presupuestos de la Generalitat de 2013, por ahora renovados automáticamente. Esta negociación servirá para comprobar la ductilidad ideológica de ERC, partido en el que recae la responsabilidad de paliar los efectos regresivos de las políticas de austeridad. ERC tiene por delante una difícil papeleta.

Por último, y barriendo para casa, los resultados electorales obligan a replantearnos la metodología demoscópica. Hay tres elementos que merecen reflexión. De un lado, el tamaño de las muestras, quizá insuficiente para cubrir la variedad ideológica en sociedades complejas. Del otro, los sesgos derivados de las entrevistas telefónicas y/o telemáticas. Y por último, los métodos para inferir el voto oculto en las encuestas. Todos tenemos deberes.

El aumento de 11 puntos en la participación demuestra que la sociedad catalana no esta dormida, y que reclama cambios en varias direcciones: menos austeridad, más participación y auto-determinación. Los resultados de esta última, sin embargo, continúan abiertos.

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