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Confesiones del alma de Curro: “Pasamos de ser lo más importante de la Expo a los enormes olvidados”

Pilar Pinazo rodeada de atracciones infantiles de Curro

Alejandro Ávila / Luis Serrano

“¡Mis niños!”, grita Pili al ver las gigantescas estanterías repletas de aquellas atracciones infantiles que decían: “Hola, soy Curro, el de la Expo 92. ¿Quieres jugar conmigo?”. Pilar Pinazo es Curro y Curro es Pilar Pinazo. El destino los unió hace más de 25 años y sus personalidades se han fundido en una radiante sonrisa. Pilar era una de las seis amigas de Curro, las personas que durante más de seis meses se enfundaron aquel ultamoderno traje de poliamida que, mediante varios ventiladores asidos en un cinturón, se llenaba de aire y les proporcionaba una enorme flexibilidad y expresividad.

Pilar Pinazo, Pili, tiene 46 años. Cuando se convirtió por primera vez en Curro era una estudiante veinteañera del barrio de Nervión. Risueña y parlanchina,  su sonrisa sigue siendo tan radiante como la que Heinz Edelmann le dibujó a la mascota de la Exposición Universal de Sevilla a finales de los 80.

Mientras pasea entre sus 'niños' en Antigüedades Romano, en Alcalá de Guadaíra, Pilar explica que “la personalidad de Curro es muy parecida a la mía. Me dio la oportunidad de mostrar una picaresca que no podría haber tenido siendo yo misma. Y con eso me refiero a quitarle una pamela a una reina, bailar en medio de un acto de protocolo o llevarme en brazos un niño de otra señora”.

Desde abril hasta octubre de 1992, Mamen y Pilar Pinazo, Lucía Tejero, Ángel Ramos, Candela Fernández y Agustín López actuaron en actos protocolarios, se hicieron mil y una sesión de fotos por todo el recinto de la Cartuja, desfilaron a su aire en la cabalgata vespertina y sellaron los famosos pasaportes de la Expo, haciendo alguna travesura de las suyas, como poner sellos en los rostros y los bolsos de las más emperifolladas. Curro era omnipresente: no sólo en forma de divertida mascota, sino de todo tipo de 'souvenirs': desde tazas a pegatinas, pasando por camisetas o pins.

“Los actos de protocolo eran los que menos nos gustaban. El rey Juan Carlos era maravilloso y nos daba nuestro sitio, mientras que había otros que nos decían que nos estuviéramos 'quietecitos'. A esos los fastidiábamos un poco. Al fin y al cabo, tratábamos de amenizar lo que era un rollo”, desgrana con picardía. 

“Para ser Curro hacía falta frescura, dinamismo, espontaneidad y diversión. Su personalidad fue surgiendo de manera espontánea y lo empezó a crear mi hermana Mamen, que fue el primer Curro. Si tuviera que definirlo diría que es como un niño: espontáneo, divertido y entrañable. Hacía las mismas tonterías delante de un niño que de un rey. Todo el mundo recuerda cuando Curro, interpretado por mi hermana Mamen, se puso a imitar a un soldado de guardia en la Plaza Roja de Moscú”, relata Pilar refiriéndose a esa promoción mundial que llevó a la mascota sevillana por medio planeta.

A Pili le tocaron viajes tan “golosos” como Holanda, Estados Unidos, Alemania o Mónaco, donde aquella joven veinteañera pudo ver con sus propios ojos el mundo. Ella prefería, sin embargo, los viajes por España, donde iba acompañada por azafatas que cuidaban de ella.

Explica Pilar que entre Sevilla y Curro no hubo un amor a primera vista, sino un amorío cocinado a fuego lento, que se tornó en auténtica pasión. “Dentro de Curro sentías lo duro que es el peso de la fama. La gente se abalanzaba sobre ti para hacerse una foto, abrazarte… Llegabas a temer por tu vida. Curro encajaba más con los adultos que con los niños, a los que les entraba pavor al verlo en las distancias cortas, ya que el traje hacía mucho ruido, era muy alto y les causaba extrañeza”.

Pilar tiene mil anécdotas de aquellos días. Ella, que se define como una persona muy sensible, afirma “que hacer feliz a otros y transmitir tanta diversión era algo muy gratificante para mí. Dentro de Curro, he llorado de emoción. Uno de los momentos más duros fue cuando nos visitó Irene Villa (niña víctima del terrorismo de ETA). Sentíamos una debilidad por los niños y los bebés”. 

Con más humor recuerda el Día de Marruecos. Para celebrar su jornada grande vino el entonces príncipe marroquí, Mohamed VI, y “me harté de hacerle reverencias, pero no me respondía… resultó que no era él, sino un guardaespaldas”. También cuenta con orgullo que “como en aquella época yo hacía triatlón, eso me permitió llevar la antorcha olímpica de los Juegos de Barcelona. Me la entregó un regatista en el embarcadero y la paseamos por el lago de la Expo”.

Sin embargo, no todo eran emociones positivas a la sombra de Curro. “Las mayores dificultades eran el calor, ya que dentro los 30 grados de fuera pasaban a ser 50, y la capacidad de la batería, que limitaba las actuaciones a 15 minutos. Era un trabajo tan agotador que no pude disfrutar de la Expo como me hubiera gustado. Eran muchas horas y éramos muy pocos. Disfruté más durante la promoción, ya que allí echábamos más de 12 horas y estaba poco remunerado... Nos contrataron como autónomos y cuando terminó la Expo no nos quedó ni el paro”, critica.

Pilar recuerda el día de la clausura como un día “muy triste, de un enorme bajón, en el que pasamos de ser lo más importante a los enormes olvidados. Los amigos de Curro hemos sido los grandes olvidados, estamos muy dolidos. Después de aquello nadie se ha dignado a llamarnos o reconocernos, a pesar de que nuestra labor fue muy bonita”.

La carrera de Pilar como mascota no terminó, sin embargo, en la Expo. También hizo de Giraldilla en los Mundiales de Atletismo de Sevilla en 1999 y de Fino en los Juegos Ecuestres de Jerez en 2002, “pero la experiencia no fue la misma”.

Tras terminar la carrera de Educación Física, se convirtió en monitora de natación, ascendiendo a coordinadora de la piscina de San Pablo. Se hizo profesora tras nacer su primera hija. Ahora tiene tres.

Desde su punto de vista, “Sevilla dio un salto enorme, se convirtió en otra ciudad a raíz de la Expo. Hasta entonces no éramos más que un pueblecito estirado. Fue algo grandioso, increíble y maravilloso. La Expo fue un sueño de seis meses...”, concluye con nostalgia mientras el sol se pone sobre sus “niños” en algún rincón olvidado de la autovía Sevilla-Utrera.

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