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Carta con respuesta es un blog del escritor Rafael Reig. Dejad vuestros comentarios en este blog sobre vuestras preocupaciones políticas, sociales, económicas, teológicas o de cualquier índole, y él os responderá cada martes.

La corona y el Gobierno en el diván de Freud

Rafael Reig

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Eso no quiere decir que no cumplan una función de vital importancia, en mi opinión: la función representativa.

La economía psíquica de nuestro sistema político requiere que el Ego ciudadano aprenda a sobrevivir situado entre las exigencias del Id coronado y el Superego gubernamental.

Porque eso es lo que representan, me parece a mí.

El rey es el Id, representa las pulsiones elementales, la entrega al principio del placer, a espaldas de la realidad. Un presidente de Gobierno en cambio es un Superego que quiere someternos al principio de la realidad, un padre severo que nos impone un modelo de conducta.

El rey, que representa nuestro Id colectivo, hace exactamente lo que le gustaría hacer en secreto a todo español. Tener cuentas en Suiza, por supuesto. Dormirse en los conciertos del pelmazo de Rostropovich a los que le arrastra su mujer, que es tan culta y marisabidilla. Liarse con cuanta doncellita andante se le cruza ante los ojos y le hace tilín. Pilotar helicópteros, automóviles, veleros, todo lo que se mueva. Ir mucho al fútbol en el palco. Mandar callar con grosería a quien le toca las narices. Cazar elefantes. Comer bocatas con los soldados y ser muy campechano. Ponerse uniformes de tierra, mar y aire. Contar chistes verdes. Irse de picos pardos. No leer jamás un libro y dejar en general esa matraca de la cultura para su señora, y que así quede claro que la cultura es una cosa de chicas, poco varonil: los hombres de verdad no leen bobadas, juegan al fútbol y meten un gol de cabeza. Hacer negocietes bajo cuerda. En fin: lo que le da la gana, que es justo lo que nos pide que hagamos nuestro Id infantil, insaciable y al que las consecuencias le importan un pimiento. Lo que de verdad nos gusta.

Los presidentes del Gobierno en cambio representan nuestro Superego. Lo que nos gustaría que nos gustara. Tienen que leer libros, que si Azaña, que si mucha poesía, que si Borges, que si libros de historia, que si un poquito de física cuántica, que si hablar catalán en la intimidad. Tienen que escuchar música clásica y hasta ir a exposiciones de pintura. Fingen modestia y humildad. Aprovechan las vacaciones para visitar arte románico y ponerse al día con las lecturas atrasadas, sobre todo los grandes clásicos. Hacen gimnasia y son muy frugales, comen sano y apenas prueban bocado. No ven televisión. Tienen que aprender economía (aunque sea en un par de tardes). Respetan a su señora y nunca sacan los pies del plato, y por si fuera poco tienen que valorarla como persona y no tratarla como un florero y dejar que se entretenga sola con su cultura o su ganchillo. Disfrutan con sus hijos, en lugar de mandarlos a educarse con Franco o al extranjero. Madrugan mucho y trabajan hasta muy tarde por la noche. Miden sus palabras, cuidan su aspecto y son prudentes, porque sus actos siempre tienen consecuencias (aunque en general sólo recaigan sobre nosotros, por supuesto). En resumen, representan en público el Superego del Yo ciudadano, tienen que portarse bien, hacer lo que nosotros sabemos que nos conviene, en lugar de lo que nos salga de las narices (que es lo que exige sin parar el Id monárquico).

Rajoy, entre paréntesis, es un presidente fallido porque se resiste a encarnar el Superego. No hace cientos de abdominales diarios, qué va: él duerme hasta que le da la gana. Y se fuma un puro. Y no se pierde un partido. Y prolonga las vacaciones todo lo que puede (con suerte hoy se habrá animado a terminar las vacaciones de Semana Santa). Un desastre, después de tipos tan correctos, timoratos y voluntariosos como Aznar y Zapatero, aunque es verdad que Rajoy hace visibles (y patéticos) esfuerzos por compensarlo, imitando una figura paterna de sólidos principios que habla de “los españoles de bien” y cosas así, como de abuelito de Heidi.

El Yo ciudadano tiene que contemporizar y templar gaitas, acorralado entre las demandas irresponsables del Id, que sólo quiere la gratificación inmediata y hacer lo que le dé la (real) gana, y las exigencias sensatas y soporíferas del Superego presidencial, que insiste en el estricto cumplimiento del deber.

Al Id monárquico hay que atarlo en corto, según Freud, porque está fascinado por el deseo de muerte. Incapaz de aceptar el principio de realidad, cumple todos sus caprichos y así descarga en un periquete la energía psíquica hasta que se para el motor y consigue su deseo final y secreto: volver al reposo eterno.

Al Superego presidencial hay que pararle los pies, porque es un padre castrador que sólo quiere conservar energía y reprimir nuestros deseos.

Mi opinión: el rey lo está haciendo de maravilla, representa a la perfección el Id infantil y caprichoso. ¡Si hasta pide perdón como un niño al que le han pillado haciendo novillos! En cambio Rajoy no es lo suficientemente estreñido ni severo para el papel de Superego.

Personalmente me inclino por la horda primitiva, por la fratría salvaje que mata al padre y abandona al niño para irse a pintar bisontes en las cuevas y cazarlos con una lanza de punta de sílex o de obsidiana, por el comunismo y por la sociedad sin clases.

Y aplaudo que Izquierda Unida hostigue al rey (mientras el PSOE de Rubalcaba mira para otro lado y silba una alegre tonadilla, como de costumbre).

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