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Manel Martínez, se apaga la voz crítica y transformadora de Sant Martí de Provençals

Manel Martínez, líder de la AV Sant Martí, muerto a los 73 años

Jordi Molina

Barcelona —

Barcelona es una gran ciudad con pequeñas realidades conviviendo en su interior. La personalidad de sus barrios es tan profunda que la hacen intensamente plural y genuina. Cada barrio tiene sus propias lógicas, con un tejido asociativo y vecinal que, en muchos casos, ha hecho y hace de cojín social más que la administración. Sobre todo en las zonas más periféricas y humildes.

Quizá por eso, cuando un líder vecinal como Manel Martínez muere, una parte de la esencia de la ciudad desaparece, pero otra pervive para siempre. No sólo en el afecto de los vecinos o en el recuerdo de una vida de lucha incansable; sino también en la transformación del barrio. En este caso Sant Martí de Provençals, que no sería lo mismo sin Manel. De la misma manera que Barcelona no sería la que es hoy sin su movimiento vecinal.

Una de las principales satisfacciones del activista era, precisamente, haber conseguido después de años de lucha, la llegada del metro, tal y como explica en el libro Sant Martí de Provençals, de la vila al barri, escrito por el periodista Néstor Bogajo. Seguramente una de las múltiples reivindicaciones que más han contribuido a la dignificación de este popular barrio situado entre el Clot, la Sagrera, la Verneda y la Pau. Una batalla de tantas, como la conversión de la calle de Guipúzcoa en Rambla o la erradicación de las barracas del barrio de la Perona. A pesar de logros como este, sin embargo, este luchador nato no ha podido vencer el cáncer, la misma enfermedad que padece su mujer, a la que quería seguir cuidando. Este era uno de sus últimos deseos, junto con el de ver la primera residencia para ancianos de San Martín.

Así le volvió a decir al alcalde Xavier Trias hace unos meses, durante la colocación de una placa conmemorativa con su nombre en la Plaça dels Porxos en noviembre pasado, un espacio público largamente reivindicado durante los años 80. Martínez, como todo buen activista, siempre aprovechaba la presencia de alcaldes y concejales en las inauguraciones para recordarles lo que aún quedaba por hacer. Y los reconocimientos, que siempre agradeció, no le restaban contundencia a su espíritu crítico. En el año 2000 recibió la Medalla de Honor de Barcelona, tres años más tarde, la AV Sant Martí de Provençals -que él mismo fundó- fue galardonada con la Medalla de Oro al Mérito Cívico y en el año 2004 el Tripartito le dio la Cruz de Sat Jordi.

Su asociación nació, como muchas otras AV de Barcelona, en los últimos alientos del franquismo. Pero fue todavía en plena dictadura cuando Martínez se impregnó de la beligerancia que más adelante se expresaría en democracia en forma de capacidad transformadora. Su militancia se forjó en clandestinidad, bajo la influencia del PSUC, y en más de una ocasión pasó por la cárcel. Desde entonces y hasta el pasado enero -cuando anunció que abandonaba el activismo- este catalán hijo de inmigrantes murcianos, no perdió el espíritu combativo y rara vez se mordió la lengua.

La muerte de Manel Martínez sirve para poner encima de la mesa qué papel es el que deben jugar las asociaciones de vecinos de la ciudad, en un momento en el que no todo el movimiento vecinal ha mantenido el tono crítico con las instituciones. Martínez no sólo fue incómodo al Ayuntamiento, fue una lapa para el resto de fuerzas políticas, pero también fue capaz de establecer puentes de diálogo en beneficio del bien común. Una fotografía con él significaba escuchar la ciudadanía. Él lo sabía y, a pesar de recibir ofertas para entrar en política, nunca se dejó seducir. Un auténtico contrapoder a quien, incluso, en época del alcalde Narcís Serra, se le vetó la entrada al consistorio.

En una entrevista reciente en el diario El País decía que mientras tuviera salud, nadie lo podría detener. Incluso en esto cumplió su palabra. Sólo el cáncer ha sido capaz de frenar su activismo, su forma de entender la vida. Sant Martí de Provençals y la ciudad de Barcelona pierden un activo para la lucha social, pero ganan uno de los referentes más íntegros del movimiento vecinal.

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