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Un grito que se escuchó en mil gargantas

Uno de los momentos de la concentración "Grito por los refugiados".

Yeray S. Iborra

Un centenar de globos blancos se extienden al cielo junto a un buen puñado de pancartas improvisadas de cartón. “Grito por los refugiados”, se lee en una de ellas; la que sostiene Patricia Martorell mientras, con el otro brazo, aguanta un megáfono. Jordi Tur —su pareja— sonríe emocionado. Están rodeados de un millar de personas. La plaza Catalunya brilla mientras el sol se pone con lentitud, respetando la convocatoria. Una hora y media más tarde, Jordi y Patricia están exhaustos: tras un minuto de silencio y varios corrillos de personas charlando, la convocatoria se disuelve. Todo bajo la atenta mirada de una patrulla de la Guardia Urbana, que ha observado la protesta sin intervenir; con las prisas, Jordi no había comunicado la concentración y sufrían por las posibles multas de la Ley Mordaza.

Ya pueden gritar bien alto que han hecho algo.

Su indignación no se ha quedado en un “calentón de sobremesa”, como pronosticaba —agorero— uno de los primos de Jordi semana y media antes, el sábado 19 de marzo (Día del Padre) en una calçotada familiar en Sant Miquel de Campmajor. “Siempre habláis mucho de política y no tomáis partido”, añadía el familiar. Jordi, simpatizante desde hace años con los movimientos de izquierdas, cooperativista y miembro de los Colla de Diables de Sant Andreu de Palomar (muy activa en los movimientos vecinales), tiene una familia en la que son habituales los corrillos políticos tras los postres; esas charlas en las que el vino riega —y calienta— el pico de los asistentes, sin que después el suflé lleve a nada. Aunque esta vez, no fue así.

Patricia y Jordi fueron dos de las muchas personas (más de 350.000) que vieron el documental To Kyma. Rescat en el mar Egeu sobre los refugiados emitido por el programa Sense Ficció (TV3) a finales de enero. Se indignaron. Patricia, de 44 años y vecina del Eixample, acostumbra a poner por escrito sus impulsos. Esta psicóloga de profesión anota todo aquello que le nace: la madrugada de después de la calçotada, Patricia, que llevaba algunos días dándole vueltas a la cuestión de los refugiados, se levantó pasadas las cuatro de la mañana y escupió un texto.

—Jordi, quiero publicar un texto —le dice ella, al día siguiente.

—¿Dónde?

—No lo sé, pero quiero que lo lea el máximo de gente posible.

Después de pensar en el mejor formato, Jordi propuso a Patricia que lo colgase en su Facebook tras la cena, cuando los niños ya andan ante la televisión. Él, que es usuario activo —aunque amateur, se dedica a los seguros— de redes sociales, la supervisó. Ella ha entrado tres o cuatro veces en su perfil desde que está registrada.

Después de algunas pruebas en el ordenador de mesa que tienen en casa, crean un evento. El lunes 21 de marzo. Lo comparten con sus amigos. “¿Y si hacemos una concentración?”, propone Patricia. Ninguno de los dos cree que vayan a ir más de diez o quince amigos, los mismos con los que discuten a menudo sobre estos temas. Jordi, copia y pega el mensaje de Patricia en el muro de sus contactos (unos 200).

“¡Estoy llorando, de impotencia, de rabia y de dolor! ¡Me siento cómplice de lo que estamos haciéndole a los refugiados! ¡Creo que soy consciente de lo que pasa, pero no hago nada! ¡No sé hacia dónde mirar, no puedo ni mirarme a la cara! ¡La gente sufriendo y muriendo y yo quejándome de la crisis, del gobierno, de que me duele aquí o allá! ¡Y me digo basta! ¡Pero no puedo sola! ¡Os necesito! ¡Nos necesitan!”, escribe Patricia en el muro del evento, recuperando el texto escrito de madrugada.

La mañana siguiente se presenta movida. Tanto Patricia como Jordi son autónomos, ella tiene 44 años y él, 50. Y tienen dos peques. Después de un día de tapar agujeros aquí y allí, por la noche, le dan un vistazo al evento: ¡Más de 500 personas se han apuntado a la convocatoria! En un par de días, hasta 1.500 personas habían mostrado interés en el grito. A dos días de la acción había cerca de 39.000 invitados.

En ese momento, el Facebook de Jordi y Patricia empieza a echar humo: ciudadanos, entidades, organizaciones y ONG's los contactan. El día antes de la convocatoria, Pascale Croissard, encargada de comunicación del Centro de Ayuda al Refugiado (CEAR), recibe una llamada a su oficina de dos medios de comunicación “por si alguien sabe algo sobre una convocatoria de Facebook” que dice “Grito por los refugiados”.

Natty Riot, de la plataforma Stop Mare Mortum, es una de las personas que se pone en contacto con Jordi para ofrecerle ayuda en la logística. “¡Estoy por ponerle un monumento a Natty! No tuvimos nada en cuenta: ¡ni siquiera que hiciese falta megafonía!”, se sonríe Jordi. “Naty me aconsejó incluso que bajara a buscar cartones para hacer los carteles”. Así lo hicieron; muchos de los carteles que ilustraron la protesta vienen de la recogida que hicieron Patricia y Jordi.

Es precisamente la falta de experiencia y coordinación lo que provocó que algunas de las entidades criticaran la acción, tildándola de oportunista. “Todo lo contrario, nosotros queremos que sea la gente la que conduzca todo esto, como pasó en el 15M. De momento ya han surgido algunas iniciativas, como la de mandar una carta a los campos de refugiados para avisar a que aquí encontrarán un sitio donde les ayudaremos. En mi casa somos cuatro, pero sopa con verduras no le va a faltar a nadie”, subraya Jordi.

En la concentración del miércoles 30 de marzo todavía resonaba el eco de la negativa del gobierno de Mariano Rajoy de permitir el acuerdo por los 100 de Atenas. “El ”Grito por los refugiados“ pretende dar un toque de atención a los gobernantes: nosotros sí queremos ayudar. Y si no lo hacen ellos, lo haremos nosotros”, añade la pareja.

Este domingo está prevista una nueva concentración, a las 17:30h, esta vez sin megafonía: el objetivo es que ciudadanía y entidades aporten propuestas y todo el mundo estreche lazos. También para que, de alguna manera, Patricia y Jordi puedan desvincularse de la primera línea de la acción: “Nosotros sólo queríamos trasladar esta emoción, y lo hemos hecho. No tenemos ganas ni tiempo de capitanear esto”, coinciden los dos. Han creado una página de Facebook (Grito Por Los Refugiados) que pretenden que sea comunitaria, y en la próxima semana, empezarán a asistir a asambleas de otras organizaciones para seguir colaborando con la causa. El objetivo se ha conseguido, han hecho algo: el grito de Patricia ha sido el grito de unos cuantos centenares. Y se ha oído más fuerte.

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