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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Daesh, no uno sino dos problemas

Gonzalo Boye Tuset

Francia se adentra en su particular guerra contra el Estado Islámico (y usaré de aquí en adelante el término Daesh porque es el que menos les gusta por cuestiones fonéticas), y trata de arrastrar a ella al resto de países de su entorno - España incluida, no somos pocos los que pensamos que la mejor forma de combatir dicho problema pasa por un camino muy distinto al asumido por Hollande; la historia reciente demuestra que la violencia solo genera más violencia y que cuando fuimos a terminar con Al Qaeda lo que generamos fue un dificultad mayor como la que hoy representa Daesh.

Si bien está claro cómo surge Daesh y no son pocos los datos con los que contamos al respecto lo cierto es que estamos equivocándonos sobre los distintos desafíos que nos ha planteado el Estado Islámico.

Hollande está actuando con ignorancia, probablemente deliberada e interés electoralista, cuando nos arrastra a una guerra que no resolverá el problema; lo mismo ocurre con otros políticos, como Pablo Iglesias, cuando presentan sus propuestas para la lucha contra Daesh afirmando que “…en el corto plazo hay que reforzar y asesorar a las fuerzas locales para enfrentar al Estado Islámico por tierra” (lo que representa un auténtico pero encubierto llamamiento a la guerra) y que “la mejor manera de asegurar que no entran terroristas en Europa es acabar con las mafias que trafican con personas” partiendo, entre otros puntos, de la errónea visión de que Daesh “se financia especialmente con donaciones privadas provenientes de países como Arabia Saudí, Qatar o Kuwait” cuando no existen evidencias al respecto y las donaciones de particulares solo llegan a un 5 por cien de sus ingresos. Tanto en uno como en otro caso prima la ignorancia y el electoralismo.

Solucionar cualquier conflicto requiere, como paso previo y necesario, analizarlo y delimitarlo y en el caso de Daesh nos enfrentamos no a uno sino a dos problemas: uno de seguridad y otro de defensa; solo entendiendo que esto es así seremos capaces de abordarlos en sus adecuadas y justas dimensiones sin caer ni en histerias ni en intereses partidistas.

Lo sucedido estos días en París - y lo que falta aún por suceder - es un claro problema de seguridad en el cual un grupo terrorista de corte yihadista ha cometido graves y brutales atentados y cuya solución y respuestas se encuentran, justamente, en el ámbito de la seguridad y del derecho penal; bombardear Siria, Irak o allí donde esté desplegado Daesh no solucionará el grave problema de seguridad al que nos enfrentamos en Europa cuyo desenlace pasa por, entre otras cosas, dejar actuar a las fuerzas y cuerpos de seguridad dentro del marco del Estado de Derecho.

Lo que viene haciendo Daesh en Siria e Irak, donde tiene un claro control efectivo de un importante territorio como fuerza o autoridad política y militar, no es un problema de seguridad sino de defensa y la solución al mismo pasa, entre otros caminos, por la aplicación de las normas del Derecho Penal Internacional.

¿Por qué hay que realizar esta distinción? Básicamente porque debemos abordar el problema desde sus distintas aristas para que la solución sea, sobre todo, conforme con las necesidades, deseos y valores que priman o han de primar en nuestra sociedad y, principalmente, para evitar la indeseable impunidad e injusticia que sólo servirá para generar el siguiente problema.

Los responsables de los atentados de París, y de aquellos que se produzcan en el futuro allí, aquí o en cualquier otro país europeo, habrán cometido, entre otras cosas, claros delitos de terrorismo y todos los ordenamientos europeos tienen respuestas penales y procesales muy claras y contundentes para tales actos.

Lo que está haciendo Daesh en Siria e Irak no son actos de terrorismo, y estoy hablando en términos técnico-jurídicos, sino auténticos crímenes de guerra, lesa humanidad y, posiblemente, genocidio cuya persecución correspondería, por definición, a la Corte Penal Internacional cuya competencia “se limitará a los crímenes más graves de trascendencia para la comunidad internacional en su conjunto” entre los que destacan el crimen de genocidio, los crímenes de lesa humanidad y los crímenes de guerra.

El problema que tenemos es que ni Siria ni Irak son parte del Estatuto de Roma y, por tanto, la Corte Penal Internacional carece de competencias para ello a no ser que los gobiernos de Siria e Irak consientan que la Corte ejerza su jurisdicción respecto de estos crímenes.

El gran esfuerzo político y diplomático pasa, en estos momentos, por conseguir que los gobiernos de Siria e Irak se comprometan a una solución de estas características que, en definitiva, sería la única que garantizaría una respuesta conforme a derecho para terminar con un fenómeno que, de no abordarse adecuadamente, volverá a repetirse una y otra vez.

Conseguir trasladar los actos de Daesh a la Corte Penal Internacional representaría no solo un éxito del Estado de Derecho sino, también, la creación de un marco jurídico internacional que impediría que tan atroces crímenes queden impunes porque, en base al Estatuto de Roma, la persecución de estos hechos correspondería a todos los estados partes de dicho convenio; en cualquier caso, igual tenemos otras soluciones y precedentes como los Tribunales Penales para la ex Yugoslavia (TPIY) o el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR) que también serían alternativas si se cuenta con la voluntad política de la comunidad internacional.

La experiencia vivida con Al Qaeda nos demuestra que los bombardeos y las guerras no solucionan los problemas de seguridad, muy por el contrario, los acrecientan y generan mayores autojustificaciones para aquellos “perdedores radicales” dispuestos a matar y morir en nombre de una aberrante interpretación del Islam.

Esa misma experiencia con Al Qaeda nos demuestra que los bombardeos y las guerras tampoco solucionan el problema de defensa al que nos enfrentamos desde hace ya más de dos décadas; la respuesta en el ámbito de la defensa habrá de ser integral, certera y ajustada a derecho.

Desde el 11-S las potencias occidentales vienen equivocándose en el análisis y respuesta al desafío del yihadismo y ahora nos encontramos ante una oportunidad única de aprender de esos errores y evitar repetirlos; el problema de fondo radica en la “ignorancia deliberada” de la auténtica dimensión del tema y, sobre todo, de lo rentable que electoralmente resulta el “equivocarse”.

No es momento de errores sino de soluciones y las mismas deben aportarse desde la serenidad, la responsabilidad y el conocimiento; no podemos volver a equivocarnos y vernos, más temprano que tarde, en una nueva guerra que, como vengo diciendo, no solo no solucionará nuestro problema de seguridad sino que, además, nos enfrentará ante el próximo grupo yihadista que hará lo mismo que en su momento hizo Al Qaeda y ahora hace Daesh.

Ante el desafío planteado por Daesh no existen atajos y tampoco son buenas las trampas al solitario, tenemos que abordar cada uno de sus retos en sus justos términos (seguridad y defensa) con aquellos instrumentos que, como sociedades democráticas, nos hemos dotado en ambos ámbitos; lo contrario solo nos acercará a ellos en la peor de las vertientes y, seguramente, nos arrastrará a la comisión de conductas criminales tan graves como las que les estamos imputando. Ya tuvimos un Guantánamo y varios Abu Ghraib y de esos barros estos lodos pero recordemos que sin derecho no hay victoria.

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