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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Ni yihadismo ni fascismo

Gonzalo Boye Tuset

Los brutales atentados de París nos obligan a serenarnos y plantearnos, en primer lugar, el tipo de sociedad que queremos ser y, después, la respuesta que daremos a delitos de tanta gravedad; las primeras reacciones de los políticos no parecen apuntar en la dirección correcta y sí sugieren que se pretenderá usar la barbarie yihadista como una nueva excusa para recortar nuestras libertades y derechos. La pregunta es si lo vamos a permitir o no.

Si queremos seguir definiéndonos como sociedades democráticas, libres, abiertas y solidarias lo primero que tenemos que descartar es que nos encontremos en una guerra contra el islam o contra el yihadismo; no estamos en guerra ni podemos estarlo, lo que tenemos es un problema de delincuencia y habrá de ser tratado como tal pero sin renunciar a ningno de nuestros principios y derechos.

La historia reciente nos demuestra que la histeria y la sobre actuación ante ataques terroristas de estas características solo nos conduce a espirales de las que luego, difícilmente, somos capaces de salir; el mejor ejemplo lo tenemos con el 11-S y la que Bush denominó “war on terror” (guerra contra el terror) que aún sigue pasándonos factura y de la que, sin duda, trae causa el propio atentado de París.

La administración Bush, luego de los ataques del 11-S, nos vendió la idea de encontrarnos en guerra contra el terror y, sobre esa base, se iniciaron una serie de acciones militares -auténticas guerras de mayor o menor intensidad- que han costado cientos de miles de muertes; junto a ello se implantaron programas de detención y tortura sistemáticas así como las bases para programas de vigilancia e interceptación masivas de comunicaciones a nivel mundial.

Los ejemplos más visibles de dicha “war on terror” no son otros que la desastrosa guerra de Irak, los centro de detención y torturas como Guantánamo y los programas de espionaje masivo de la NSA y otras agencias de inteligencia denunciados por Snowden; en eso y no otra cosa ha consistido esa “guerra contra el terror” una respuesta antidemocrática y marcadamente fascista.

Tales medidas solo han servido para recortar la libertad y los derechos civiles de millones de ciudadanos pero, muy al contrario de lo que nos prometieron, no han servido para que nuestras sociedades sean más seguras, más igualitarias, más solidarias o más democráticas sino todo lo contrario y marcadamente fascistas..

Tres años después de instaurada la llamada “war on terror” España sufrió el mayor ataque terrorista de la historia de Europa - los atentados del 11 de marzo en Madrid -y que causaron 192 muertos y miles de heridos; todos los que vivimos esos días en Madrid podemos comprender y comprendemos a todos los parisinos que hoy están como nosotros entonces: en auténtico estado de shock.

A diferencia de los Estados Unidos, en España y ante similares bestialidades, se optó por una respuesta acorde con los valores europeos: aplicación irrestricta de aquellos mecanismos propios de un Estado democrático y de derecho para, primero, esclarecer lo sucedido y, luego, exigir responsabilidades a sus autores. La diferencia en la forma de abordar el problema no solo nos reforzó como país sino, también, demostró cuál es el camino correcto para luchar contra el yihadismo.

Los Estados Unidos, en lugar de actuar con los mecanismos y medios policiales que tenían a su alcance, se despeñaron en una frenética dinámica de criminalización del diferente, de restricción de derechos, de violación de derechos humanos, de negación de garantías contempladas en diversos convenios internacionales y, al final y con todas las dudas que genera una dinámica como la expuesta, han conseguido condenar a una persona por su participación en los atentados del 11-S.

En España, y con independencia de la utilización política que se realizó de los atentados, los cuerpos y fuerzas de seguridad, con apego exquisito a las normas propias de un Estado de Derecho, lograron esclarecer los atentados, identificar a sus autores y recopilar pruebas suficientes para poder llevarles a un juicio justo, público y ajustado a Derecho que implicó la condena de 21 yihadistas, la mayoría de los cuales siguen cumpliendo sus respectivas condenas.

Entre uno y otro modelo de actuación la diferencia no solo es cuantitativa (21 condenados contra 1) sino, sobre todo, cualitativa; mientras un país (USA) se ha convertido en un paria del derecho internacional y en un violador masivo y sistemático de los derechos humanos, el otro (España) ha demostrado que con voluntad política, con respeto a la legalidad y con medios suficientes se puede combatir el yihadismo sin hacerse trampas al solitario.

En la forma en que han actuado, y siguen actuando, los Estados Unidos no combate un fenómeno criminal como el yihadismo, más bien se le alimenta y potencia hasta niveles tales como los que estamos viendo en la actualidad. Nadie en su sano juicio puede pensar que a unas personas religiosamente radicalizadas se les va a convencer, combatir o anular con más violencia porque, justamente, esa violencia es la que alimenta su odio y su radicalismo.

Obviamente sería ingenuo pensar que a unos radicales yihadistas les vamos a convencer de no serlo, pero podemos combatirles y anularles con los instrumentos legales que ya existen en nuestros ordenamientos jurídicos (digo en “nuestros” porque todos los países de nuestro entorno cuentan con normas similares para luchar contra el terrorismo) y, en ese proceso, no sólo les derrotaremos sino que, además, nos legitimaremos y consolidaremos como estados democráticos que, al fin y al cabo, es de lo que presumimos.

Para luchar contra el yihadismo no necesitamos ni guerras contra el terror, ni recortes de libertades, ni bombardeos indiscriminados, lo que realmente necesitamos es tener claro qué queremos ser como sociedad y, a partir de ahí, usar aquello con lo que ya contamos: los medios policiales para investigar lo sucedido y los instrumentos legales para exigirles responsabilidades a quienes se demuestren como responsables de tan atroces crímenes.

Frente al yihadismo no existen atajos ni trampas al solitario; una sociedad democrática, ante ataques como el de París, ha de crecerse y definirse pero jamás implicarse en actos que nos alejan de aquello que queremos ser o presumimos de ser.

El yihadismo es un fenómenos lo suficientemente complejo como para dejar su solución en manos de políticos irresponsables que, en muchos casos, actúan como auténticos bomberos-pirómanos intentan confundir a la ciudadanía para, hasta de la tragedia, sacar rédito político.

Solo hay un camino para combatir el fanatismo y espero que no se escoja ningún otro y, mucho menos, que se nos recorten derechos y libertades como si de ello dependiese nuestra seguridad porque no es cierto y quien lo diga miente o pretende arrastrarnos hacia un fascismo incompatible con lo que, mayoritariamente, deseamos como modelo de sociedad.

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