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El nuevo director del Matadero responde tras la bronca con el gremio teatral

Mateo Feijóo y Celia Mayer presentando el nuevo programa del Matadero

Mónica Zas Marcos

Su nombre ha aparecido en los últimos días junto a titulares catastrofistas y en medio de una nueva guerra cultural en el Ayuntamiento de Madrid. Mateo Feijóo (Portugal, 1968) salió este martes a presentar el proyecto con el que ganó el concurso para dirigir las antiguas Naves del Matadero, ahora rebautizadas como Centro Internacional de Artes Vivas al separarse del Teatro Español.

Acompañado por Celia Mayer, el nuevo director artístico del espacio habló de nuevas oportunidades para el arte urbano, la música electrónica y las creaciones interdisciplinares. Fue entonces cuando prendió la llama en el patio de butacas: ¿dónde dejaba esta programación al teatro de texto? La respuesta era fuera del Matadero.

El ambiente ya llegaba caldeado a la presentación. Tres días antes, los carteles que daban nombre a las salas Fernando Arrabal y Max Aub habían desaparecido sin previo aviso causando el estupor del propio Arrabal y de los familiares del segundo. Manuela Carmena y Mayer rectificaron rápido con una carta a los parientes y anunciando a la prensa que fue fruto de “una confusión por un rollo administrativo” y no por razones ideológicas.

Este remiendo trasladó el foco a Feijóo, que en cuestión de dos días pasó de ser un nombre conocido entre el gremio a uno de los responsables de “la muerte del teatro” en Madrid, señalada por varios personajes mediáticos del sector como Blanca Portillo y Sergio Peris Mencheta, que avisó en Facebook de que la renovación supondría “el desmantelamiento paulatino de este espacio” y bajo “un gobierno de izquierdas”.

Mateo Feijóo contesta en su primera entrevista tras una “polémica inesperada” y derivada, en parte, “de una mala estrategia de comunicación del Ayuntamiento”. Lo que deja claro el director es que su trabajo en Matadero es hacer arte, “no política, porque entonces no sé si aguantaría”. Habla de que Aub y Arrabal no representan a su proyecto, de la necesidad de internacionalizar las artes madrileñas y de exigir la independencia de los espacios artísticos del yugo político.

Se avecinan nuevos tiempos en el Matadero. ¿Qué querían transmitir con el cambio de nombre a Centro de Artes Vivas?

El cambio tiene sentido en la línea de una nueva dirección y un nuevo proyecto. Para mí era importante contar con un nombre lo más neutro posible y el de Naves Matadero se puede mantener si dentro de tres años el espacio vuelve al arte o al teatro clásico.

Creí que el subtítulo de Centro Internacional de Artes Vivas lo definía muy bien, porque simboliza mi deseo de la internacionalización y de la confluencia de trabajos de diferentes disciplinas. En Francia, por ejemplo, hace años que no se habla de Artes Escénicas, sino de Art Vivant. También es verdad que yo llevo casi seis años fuera de España y tengo una aproximación a los espacios que tal vez aquí no se estila del todo.

¿Esperaba esta polémica respuesta a la presentación de su programa?

Ha sido una grandísima sorpresa. No sé decir si desagradable o no. Yo pensaba que esto era Madrid y que aquí primaba la idea de generar un espacio que pueda competir en el ámbito internacional. Que lo esencial era desarrollar proyectos que permitan a los artistas locales enmarcarse en otros ámbitos. Sabía que no iba a dar en el gusto de todos, pero jamás imaginé que fuese a derivar en todo esto.

Algunos medios y artistas han calificado esta nueva etapa del Matadero como una “muerte para el teatro”. ¿Cómo se llevan estos comentarios a las puertas de un nuevo proyecto?

No tengo redes sociales. Le dije a mi equipo que me informara solo de lo necesario. Pero me llegan ecos por todos lados de que está ocurriendo algo muy grave. Sé que la situación está muy convulsa. La verdad es que me da mucha pena. Aunque a veces doy una imagen de prepotente y de persona fuerte, esto me ha hecho sentir muy débil. Muy frágil.

Y también me hace repensar cosas. Creo que es importante establecer un diálogo desde distintos lugares. A veces no enfocamos las preguntas donde tienen que estar. Incluso por parte de la profesión hay un desconocimiento que provoca una reacción dolorosa. Y pienso que la propia profesión tendría que atender a una visión más generalista que la de ciertos sectores. Cuando dicen que hay un 90% de paro, es verdad, pero la profesión es todo.

¿Comprende la posición de ciertas compañías de teatro de texto que se han sentido amenazadas con este cambio?

Sí, lo puedo entender. Creo que los que tenían asegurado un lugar han sentido la pérdida y, si lo veo solo desde ese pequeño prisma, claro que lo entiendo. También me he dado cuenta de que la precariedad se ha acentuado muchísimo con la crisis en Madrid. Hay menos espacios y se ha impuesto como obligación el hecho de ir a taquilla. Se ha destruido un poco más el tejido desde que yo me fui.

Tampoco sé si la protesta y la lucha se han llevado por el camino más correcto. Creo que esta reacción tendría que haber surgido cuando se hicieron públicas las bases del concurso. Pero lo que me da lástima es que yo me haya convertido en el foco, porque solo trato de sacar adelante un proyecto que ha sido seleccionado a través de un concurso.

Pero ahora usted es la persona de referencia para los artistas que se han quedado fuera. ¿Cómo va a afrontar la comunicación con ellos?

Puedo asegurar que más del 80% de las compañías que he recibido hasta la fecha son de este sector. Mi función como director del Matadero es también la de articular un trabajo pedagógico con toda esta gente. Es más, hay propuestas de compañías que no me interesan para este espacio, pero les he ofrecido participar en otros proyectos o de la mano de otros artistas. En ese aspecto, estoy totalmente abierto.

En la presentación se anunciaron decisiones que ya estaban tomadas antes de su llegada (como la desaparición del Festival Frinje). ¿Cree que le están culpando de cambios que competen al Ayuntamiento?

La polémica ha surgido antes de anunciar mis propias decisiones. Yo no quito ni pongo nada. He presentado un proyecto y lo han seleccionado. Si mañana el Ayuntamiento de Madrid dice que se retoma el Frinje, yo diré que vale.

Lo que yo tengo muy claro es que no voy a incluir un Frinje en mi programación, entre otras cosas porque no tengo presupuesto para asumir otro festival. Y además me fastidia la falta de memoria, porque Frinje surgió en el Conde Duque y, cuando pasó al Matadero, lo tutorizaba el Teatro Español. Parece que la culpa es de quien se encarga del Matadero ahora, o sea mía. Pero no creo que la culpa sea de nadie; son decisiones.

También tiene que ver con cómo se comunican las decisiones y cómo se manejan estos tiempos. Eso sí que es un problema. Yo creo que en esta ciudad siempre se llega tarde, sobre todo en política cultural.

Vistos los resultados, ¿hay que cambiar la comunicación desde el Matadero?

Claro, eso es muy importante. Desde luego voy a respetar las decisiones del área de Cultura, pero tengo muy claro que voy a ser autónomo en la comunicación. El problema es que los espacios culturales en España son esclavos de las decisiones políticas. Dependemos de las decisiones políticas totalmente a la hora de afrontar un proyecto artístico, y eso es un error gravísimo que nos mantendrá frágiles toda la vida.

Es una asignatura pendiente de nuestro país con la Administración pública. Se le tiene que dar autonomía a los espacios de producción. Mientras no lo hagan, jamás estaremos al nivel de cualquier estructura pública en Europa.

Denunció las presiones políticas y mediáticas en Cultura. ¿Ha recibido alguna de las dos desde que aterrizó en Matadero?

De las primeras no he tenido porque creo que soy muy poco políticamente correcto. Nadie me ha dicho desde el área de Cultura lo que tengo que hacer y tampoco creo que puedan. La presión mediática me preocupa más porque no es imparcial, está muy politizada y hace ruido.

E incido, se generan muchos malentendidos si los espacios artísticos no tienen independencia. Hace falta mucha educación sobre cómo funciona la administración cultural, incluso entre el propio sector. Y la formación también tiene que llegar a la política. No pueden utilizar los espacios culturales como un arma arrojadiza, ni de propaganda ni de difusión de sus intereses. El problema no es cuando se inmiscuye una cuestión política, sino ideológica.

Hablando de ideología, se criticó que esa había sido la razón de la retirada de los carteles de Max Aub y Fernando Arrabal. ¿Por qué decidieron eliminarlos en un principio?

Bajo mi percepción de director artístico del Matadero, pienso que un espacio que cambia su rumbo tenga dos salas de exhibición que se llamen Max Aub y Fernando Arrabal no define este proyecto.

Creo que los nombres tienen una gran carga simbólica y hay que pensarlos muy bien. Yo, personalmente, soy partidario de la neutralidad, sobre todo cuando son espacios públicos. También sé que, en lo que a mí respecta, no se hizo por razones ideológicas. De hecho, en las propias bases la convocatoria ponía que el concurso era para las naves 10, 11 y 12. Creo que se ha utilizado solo para hacer daño.

¿Teme que la batalla política en el Ayuntamiento eclipse su labor artística?

Tenemos que ponernos las pilas en la comunicación, como he dicho. Porque yo tengo una capacidad de aguante y quiero hacer mi trabajo. Me interesa el arte y me fascina abordarlo desde muchísimos lugares, pero necesito centrar mi atención en eso. Si debo tenerla en lo político, entonces me desinflo, pierdo fuerza y no sé si lo aguantaré.

Con total sinceridad, he pasado por un momento muy crítico al inicio. El arte no cambia el mundo y no he venido a cambiarlo. En ese sentido tengo que protegerme un poco, porque no creo que sea una figura pública. Puedo tener la obligación de dar la cara frente a ciertas cosas, pero no quiero aparecer todos los días en el periódico ni aguantar los insultos de nadie. Eso no me toca a mí.

Sobre el proyecto artístico, ¿cómo atraería a un público que no está muy familiarizado con las Artes Vivas hacia su programación?

Se define por los términos de internacional, interdisciplinar y espectador, en cuanto a individuo social, para que sea el protagonista absoluto en varios de los proyectos. Para mí, son las tres claves fundamentales. ¿Por qué? Porque me interesa mucho generar un diálogo desde dos lugares: primero, desde el artista hacia otras disciplinas diferentes a la suya, y también una comunicación directa con la sociedad.

Cuando hablo de sociedad no me gusta usarlo como término global, porque cada proyecto debe estar dirigido a colectivos determinados, y no todo puede llegar del mismo modo a todo el mundo. Pero sí creo que es muy importante la labor de formación.

Por último, la gran ventaja de que en Madrid convivan las tres instituciones. Lo creo necesario. Y que estas, desde el plano cultural, puedan estar juntas y se den la mano en proyectos. Una rivalidad entre qué hago yo y qué haces tú tiene poco interés.

Y por último, ¿cómo pretende abrir este complicado diálogo con la política cultural de Madrid?

Lo estoy planteando ya. De hecho, me he reunido con directores de otras estructuras, espacios e instituciones, y estoy intentando ver a directores de otras administraciones. Creo que mucho más allá de la cuestión ideológica está la del trabajo y del proceso. Por ejemplo, ahora mismo estamos desarrollando un taller y todos los participantes son bailarines profesionales de la Compañía Nacional de Danza. Pero tampoco quiero tener grandes pretensiones al inicio.

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