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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Represión de las protestas en Kenia contra el fraude electoral: “La policía disparó y se llevó sus cuerpos”

Los principales feudos de la oposición en Kenia recuperaron la calma tras las protestas y la represión policial en la que murieron decenas de personas después de que el presidente Uhuru Kenyatta fuera reelegido entre acusaciones de amaño.

Pablo Moraga

Leon está acostumbrado a escuchar disparos. Son, dice este joven de 24 años, los “ring tones” de su barrio, Mathare, uno de los más pobres de Nairobi, la capital de Kenia. La tarde del 11 de agosto se tendió vestido en su cama, esperando el infierno de la noche, y publicó en Facebook fotografías de neumáticos ardiendo en mitad de las calles. “Recen por Kenia. Hay mucha confusión, caos y disparos aquí en Mathare”, escribió.

Raila Odinga, el líder de la oposición y el candidato más popular en los barrios empobrecidos, había rechazado los resultados de las elecciones presidenciales celebradas tres días antes, en las que fue reelegido el presidente Uhuru Kenyatta, miembro de una de las familias más ricas de África.

Entonces, cientos de personas formaron barricadas en algunas calles y protestaron contra el Gobierno y la comisión electoral. “Uhuru debe irse”, coreaban los partidarios de la oposición.

Este jueves, las protestas han vuelto a Mathare y también a otros bastiones de la oposición, en una nueva jornada electoral en la que se han repetido los comicios tras la anulación judicial debido a las irregularidades cometidas durante el proceso. Los helicópteros han sobrevolado los slums de Nairobi. Se han vuelto a escuchar los disparos de la Policía y al menos seis personas han muerto.

33 muertos durante la represión policial en agosto

El país votó a su nuevo presidente en un clima de “brutal represión” policial, según denuncian las ONG, que han criticado el uso excesivo de la fuerza por parte de los agentes. En agosto, los policías utilizaron munición real y gases lacrimógenos para dispersar a los manifestantes, que consideraron “criminales violentos” que aprovechaban el caos para robar.

En Nairobi murieron al menos 33 personas. Un médico explicó que era difícil llevar el cómputo de cadáveres porque los policías los recogían y los almacenaban en sus camiones. Amnistía Internacional y Human Rights Watch (HRW) han documentado que, en ocasiones, la policía persiguió a los manifestantes por los callejones, disparando y golpeándolos. También lo hicieron, aseguran, con personas que no participaban en las protestas.

David Ochieng recibió un disparo mientras protestaba la noche del 11 de agosto en el condado de Kisumu. Eran las once de la noche y Ochieng estaba arrojando piedras cuando los agentes comenzaron a dispararle. “La bala pasó por su oreja derecha y salió por el otro lado”, relató a HRW un conocido que estaba en aquel momento con él. El hombre murió dos días después en el hospital.

En la mañana del 12 de agosto, la policía entró en la casa de Onyango Otieno y Ochieng Gogo. Según los testigos, los adolescentes fueron golpeados por los cuerpos de seguridad, que les dijeron que huyeran. “Mientras huían, la policía les disparó por la espalda y se llevó sus cuerpos”, dicen en una investigación de la ONG.

“Vimos saqueos y vimos hombres con uniformes militares, verdes como la jungla. Escuché a un oficial gritar 'matad a esos criminales' y dispararon”, cuenta un testigo del asesinato de Raphael Ayieko, de 17 años, Privel Ochieng Ameso y Shady Omondi Juma, ambos de 18, en el área de Babadogo. Solo estaban, dice el testigo, presenciando la escena.

Vincent y su tío volvían de ver un partido de fútbol a las nueve de la noche “cuando los oficiales de policía, que se escondían en la Escuela Primaria Bar Union, comenzaron a dispararles”, relata su tía. Vincent estaba hablando por teléfono. “Los primeros dos disparos lo sobresaltaron y él se cayó. Fue el tercer disparo lo que lo mató”.

Repetición electoral entre acusaciones de fraude

El 1 de septiembre el Tribunal Supremo de Kenia canceló la validez de las últimas elecciones presidenciales, a pesar de que todos los observadores internacionales habían emitido anteriormente comentarios positivos sobre las votaciones. Este movimiento deslizó que los enviados extranjeros no eran totalmente neutrales.

Raila Odinga, el líder de la principal alianza de partidos opositores de Kenia (NASA por sus siglas en inglés), rechazó durante semanas los resultados de las pasadas elecciones incluso antes de que se publicasen, calificando el proceso como una “farsa”. El político aseguraba que el sistema electrónico que contaba los votos y publicaba los resultados online estaba manipulado, pero el Gobierno y la comisión electoral ignoraron estas advertencias, y el 11 de agosto anunciaron la victoria de Uhuru Kenyatta, que ha presidido el país desde el 2012.

Cuando las protestas estallaron, los observadores internacionales llamaron a la calma, y acusaron a los políticos de la oposición de “avivar tensiones étnicas” con sus declaraciones. Los comentarios de Odinga también asustaron a muchos analistas y empresarios, que recordaban en todos los medios de comunicación que después de las elecciones del 2007 más de 1.100 personas murieron durante enfrentamientos por los resultados.

Las autoridades keniatas han repetido las elecciones este jueves, aunque todavía no se han aplicado las reformas que el Tribunal Supremo y la oposición recomendaron. El mismo presidente de la comisión electoral ha denunciado las interferencias de políticos, y ha advertido que “será difícil garantizar unas votaciones libres, justas y creíbles”.

El líder de la oposición decidió retirar su candidatura en un proceso que ha calificado de “falso” y ha pedido a sus seguidores que se quedaran en casa. Sin embargo, según la agencia EFE, las barricadas han vuelto a algunos bastiones de la oposición para evitar que llegaran los materiales de votación a los colegios electorales. De nuevo, la respuesta de las fuerzas de seguridad: gas lacrimógeno, disparos al aire y camiones con agua. Nadie sabe con certeza qué ocurrirá durante los próximos días.

El Gobierno de Kenia: un aliado clave de Occidente

Los analistas keniatas sugieren que, a pesar de los comentarios de Raila Odinga y otras pruebas que señalaban que las elecciones habían sido falsificadas en agosto, los observadores internacionales de la UE y el Centro Carter felicitaron a la comisión electoral para evitar posibles protestas masivas en las calles o incluso un cambio de régimen.

Las irregularidades eran bastante evidentes, y la doctora Wandia Njoya ―una de las comentaristas políticas más populares de Kenia― escribió en su blog: “Nunca hubiese podido imaginar que en nombre de la democracia se pudiese cometer un fraude masivo contra el pueblo keniata con la participación de la comunidad internacional. (...) Los comentarios que alaban estas elecciones son cómplices del capital internacional racista y están en contra el pueblo de Kenia”.

Durante meses los medios de comunicación “alimentaron al pueblo keniata con una narrativa que equiparaba la paz con la aceptación de Uhuru Kenyatta como presidente, y la violencia con el cuestionamiento del régimen”, sostiene Njoya. Los periodistas condenaron fuertemente las críticas de la oposición. Cualquier persona que plantease preguntas era considerado un defensor de la violencia, y las fuerzas de seguridad financiadas en parte con dinero de Occidente, como la reciente donación de helicópteros por parte de EEUU se desplegaron en los barrios pobres.

Lo cierto es que Kenia es un aliado importante para Occidente y otros países de la región. La economía del país está creciendo con una tasa del 5% anual, más del doble del promedio mundial, y la lista de empresas extranjeras que operan dentro de sus fronteras sigue aumentando.

En los años 80 y 90, Kenia fue uno de los países africanos que menos obstáculos pusieron a las recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial: los Programas de Ajuste Estructural que, entre otros resultados, iniciaron una serie de privatizaciones que colapsaron el sistema sanitario, y redujeron la producción de alimentos básicos, fortaleciendo las relaciones de dependencia con el sistema internacional capitalista.

Kenia también ha colaborado estrechamente con los Estados Unidos para defender los intereses de Occidente en África. Por ejemplo, el ejército keniata está implicado en la guerra estadounidense por el control de Somalia.

Desde el 11-S, el Departamento de Estado de los EEUU ha descrito Kenia como un “estado en primera línea” en la guerra contra el terrorismo, y tanto el ejército estadounidense como el británico tienen bases permanentes en su territorio.

En parte, por estos motivos, en el 2015 Kenia se convirtió es el segundo país africano que más dinero recibió de los donantes internacionales: 1.505 millones de dólares.

El 42% de los keniatas vive en la pobreza

Los invasores británicos introdujeron la propiedad privada y se convirtieron en los dueños de los terrenos donde vivían miles de africanos. En los años 50, un grupo de keniatas comenzó una revolución contra la dominación colonial. El gobierno británico declaró el estado de emergencia y mató a 11.500 rebeldes y presuntos colaboradores, frente a los 32 blancos que murieron.

La organización militante se llamaba 'Ejército de la Tierra y la Libertad de Kenia', pero, según el escritor Ngũgĩ wa Thiong'o, los invasores británicos y los periódicos difundieron un nombre diferente, Mau Mau, para “sugerir algo tenebroso y salvaje”. El historiador Martin Meredith explica que los colonos blancos, los funcionarios, los misioneros y el Gobierno británico fueron unánimes en considerarlos “un movimiento tribal siniestro que ocurría en un pueblo en gran medida primitivo y supersticioso, confundido y desconcertado por su contacto con el mundo civilizado, y víctima de los proyectos malvados de políticos ambiciosos”.

Ahora los medios de comunicación dicen algo parecido sobre las personas que apoyan a Odinga en los barrios marginales y organizan protestas. Los periodistas escriben en todas partes que están manipulados. O que han tomado las calles debido a sus afiliaciones “tribales”, ya que el presidente Kenyatta pertenece a la etnia kikuyu, y Raila Odinga es luo.

La doctora Njoya dice que “Occidente siempre ha deseado controlar Kenia como un medio para controlar la región. Solamente existe un inconveniente: el pueblo de Kenia. (...) Somos un pueblo orgulloso. Hemos dejado una huella en el mundo al resistir el colonialismo y el neocolonialismo. Acabamos de avergonzar a los grupos de observadores occidentales al exponerlos como estafadores. (...) Conocemos la retórica de la democracia de los enviados extranjeros y sus países de origen. Sabemos que Occidente (...) está dispuesto a sacrificar una cantidad enorme de vidas keniatas para apoyar a un dictador que le entregará lo que desee”.

En Kenia, “una élite pequeña posee casi toda la tierra y la riqueza, mientras la mayoría se está hundiendo en un sistema opresivo que la condena a la pobreza y las dificultades”, afirma el periodista Henry Makori. A pesar del crecimiento económico, el 42% de los keniatas son pobres. En el 2014 un estudio reveló que aproximadamente dos tercios de la economía de Kenia estaba en las manos de un grupo de 8.300 personas, y casi todos los millonarios tenían conexiones políticas o enormes extensiones de terrenos.

“¿Para quién está trabajando este tipo democracia?”, preguntaba Makori.

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