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Este joven refugiado ansiaba una familia en España y ellos se la dieron

Gabriela Sánchez / Alejandro Navarro Bustamante

Él los llama “mamá” y “aita” (papá en euskera), aunque los conoce desde hace algo más de un año. Ellos le insisten en la necesidad de continuar sus estudios, a pesar de que, hasta hace poco tiempo, creían que la etapa de velar por las responsabilidades de sus hijos había finalizado.

Él es Naveed y vive en España después de atravesar Pakistán, Irán, Turquía y el mar Egeo hasta llegar a Grecia. Ellos, María y Patxi, residen en Aranjuez y decidieron ofrecerle algo que ni el Estado ni las ONG eran capaces de proporcionarle: una familia.

Podría tratarse de una historia de tantas en las que ciudadanos abren las puertas de sus casas a solicitantes de asilo recién llegados, pero la forma de llevarse a cabo, la relación creada entre Naveed y sus redes, y la naturalidad con la que se ha desarrollado su acogida hacen que la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) vea en este caso un modelo a imitar.

El paquistaní se encontraba bloqueado en un campo de refugiados de la isla griega de Lesbos cuando conoció a Patxi, quien, recién jubilado, había decidido materializar esa frase que se repetía en la cabeza de tantas personas tras la llamada “crisis de refugiados”: “Necesito hacer algo”.

Casi dos años después, María y Patxi acogen en su casa a Naveed, que huyó de su país cuando aún era menor para solicitar protección en Europa. El vínculo entre ellos había empezado a gestarse tiempo atrás y fue reforzándose de forma paulatina hasta cristalizar en lo que hoy es. “Yo nunca vivía solo en Pakistán. Estoy acostumbrado a vivir en familia. Aquí a María le llamo 'mamá'. A él, 'aita', que es papá”, aclara antes de romper a reír con timidez mientras mira de forma cómplice al matrimonio.

Ellos responden con risas admitiendo esta pequeña “victoria” de Naveed. “Al principio me costaba que me llamase 'mamá'. Yo le decía: 'no soy tu mamá, tú tienes a tu mamá'. Él, como es así, me llamó María durante un tiempo, hasta que un día insistió e insistió... Y, dije, 'bueno, pues mamá”, relata María. “Para mí es mi familia de aquí. Tengo familia de allí y de aquí”, apunta el joven paquistaní, que habla “todas las semanas” con su madre y su padre, de los que muestra fotografías con orgullo.

Si Naveed emplea las palabras “mamá y papá”, asume María, es porque echa en falta ese vínculo familiar que dejó atrás en su país de origen. “Ha sido un proceso largo, lento y nos ha dado tiempo a ir viendo cómo lo encajábamos. Y encajábamos bien. CEAR le daba un apoyo fundamental y necesario, pero había algo que él demandaba y nosotros estábamos dispuestos a dar: el afecto, la cercanía. Él desde el principio demanda una estructura familiar”, describe.

Aunque ahora todo lo cuenta entre risas, los últimos años de la vida de Naveed han transcurrido cargados de dolor y complicaciones, como también relataban los miles de refugiados que Patxi y María veían por televisión con impotencia en 2015. Después de aquel verano, cuando el maestro vasco estaba a punto de jubilarse, las imágenes de miles de personas alcanzando la orilla de las islas griegas en inestables embarcaciones abrían informativos y acaparaban portadas. “Siempre había querido colaborar con alguna ONG y me plantee que con la jubilación tendría tiempo”, explica Patxi en el jardín de su casa.

La mano de Naveed necesitaba una operación urgente

Llegado el momento, cuando ya tenía todo planeado, las circunstancias en la islas griegas habían cambiado. Era marzo de 2016 y, recién firmado el acuerdo de la Unión Europea con Turquía, que suponía el encierro y devolución de todas las personas que arribasen de forma irregular, la incertidumbre se propagaba por Lesbos. Finalmente, Patxi viajó a Grecia en abril para colaborar como voluntario durante dos meses en el campo de Pikpa, destinado a acoger a personas muy vulnerables, como Naveed.

El joven paquistaní llegó a Grecia después de una larga y peligrosa travesía a pie desde su país hasta Turquía. A las ya complicaciones intrínsecas del viaje migratorio se sumaron las bajas temperaturas de las montañas localizadas en la frontera turco-iraní, donde sufrió un proceso de congelamiento en su mano derecha. Sin poder recibir tratamiento médico adecuado durante el camino, Naveed alcanzó suelo europeo con su mano derecha gangrenada.

A pesar de los intentos de diálogo con las autoridades griegas, explican desde Comisión Española de Ayuda al Refugiado, pasaban los días y a Naveed no se le practicaba la cirugía urgente que requería. En ese tiempo de espera, el joven perdió un dedo, recuerdan desde la organización.

Varios voluntarios españoles, entre ellos los bomberos de la ONG Proem Aid, siguieron y difundieron su caso y, alertados por su gravedad, decidieron contactar con CEAR. “La única solución que le daban era esperar a que se le cayeran los dedos”, alertaba en un comunicado la organización, que inició los trámites y lanzó una campaña para lograr el traslado de Naveed a España.

Pasaron tres meses hasta que CEAR consiguió que el Gobierno aprobase un visado humanitario para que Naveed recibiese la atención médica necesaria. En ese tiempo de espera y burocracia, su mano empeoró y, cuando el joven fue intervenido en un hospital de Madrid, solo fue posible salvar uno de sus dedos.

Cuando Naveed salió del hospital y comenzó a vivir en el centro de refugiados de CEAR en Getafe, se acordó de Patxi. “En el centro no tenía muchos amigos, no había mucha gente de Pakistán y me acordé de que Patxi, al que había conocido en Lesbos, vivía en Madrid”.

Entonces, la familia de Aranjuez recibió la llamada que marcó un punto de inflexión en sus vidas. Patxi, relata, pudo entender poco más de tres palabras: “Naveed. CEAR. Getafe”. Ese joven paquistaní, que tantas veces se había sentado a su lado en el campo de refugiados donde colaboró como voluntario, había llegado a Madrid para ser operado de urgencia.

Un proceso lento hasta la acogida completa

El “modélico” proceso gradual de acogida comenzó, señalan, cuando Naveed se encontraba en la primera fase de acogida como solicitante de asilo en España, que supone su estancia durante seis meses en un centro de refugiados. El matrimonio comenzó su relación con el joven a través de quedadas puntuales: visitas al centro, excursiones a la sierra, una comida en Lavapiés...

Poco a poco, cuentan, cuando su vínculo y amistad aumentaba, fueron introduciéndole en sus redes de amigos e incorporándole en tareas de su vida cotidiana, como su participación en el huerto urbano con el que colabora la familia desde hace años.

“En Navidad se vino con nosotros de vacaciones y ahora conoce a todos nuestros amigos y familia, es uno más. Toda nuestra red forma parte de su proceso de integración”, apunta Patxi. El siguiente paso consistió en pasar los fines de semana en la casa de la familia, como forma de preparación para la etapa que acaban de iniciar: el traslado de Naveed al hogar de Patxi y María.

“Estamos construyendo algo que no sabemos como va a ser. Nuestros planes consisten en darle la posibilidad de integrarse en España lo más fácilmente posible teniendo el apoyo de una familia. El tiempo que él necesite. No sabemos si un año, dos, tres....”, reflexiona María. ¿Hasta cuándo? Hasta que lo necesite. “Igual que hemos hecho con nuestras hijas. Las cuidamos, estamos detrás pero les damos autonomía para que se emancipen. Hasta que él pueda independizarse, estamos aquí y lo vamos viendo, como hemos hecho desde el principio”, concluye.

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