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Un refugiado sirio con cáncer terminal pide permiso para ir a Suecia y no morir lejos de su familia

Ismail y su esposa Maysun en el hospital en Atenas en abril. | Raquel Perianes

Fabiola Barranco

La guerra no da tregua a nadie, tampoco a los enfermos. Pero el exilio no es menos ingrato. Ismail, un hombre sirio de 47, viajó desde la devastada Alepo junto a su mujer, su cuñada y sus tres hijas pequeñas en busca de refugio rumbo a Europa. Como tantas otras familias, se vieron obligados a cruzar el Egeo siguiendo la estela de las mafias, arriesgando la vida una vez más. Pero este padre de familia también tenía -y tiene- que arrastrar con él la sombra del cáncer. Su cuerpo está condenado a apagarse por una metástasis que afecta ya a varios órganos.

Así lo constata el informe médico del hospital griego de Attikon, donde está siendo tratado, a 20 kilómetros del campo de refugiados de Skaramagas, donde aún permanecen sus hijas y cuñada, a las que últimamente sólo puede ver cuando algunos voluntarios las acercan en sus coches particulares hasta el centro médico.

Ismail desea salir pronto del hospital para poder reencontrarse con su hijo mayor, Zakarías, refugiado en Suecia, y descansar allí para siempre. Con los suyos. Antes de morir desea ver unido y en un lugar seguro lo que la guerra rasgó: su familia. Pero el cierre de fronteras en Europa se lo impide. Al menos, hasta la fecha.

Por eso, reserva sus últimas bocanadas de aire para luchar por ello. Lo hace sabiendo que no está solo. Varios voluntarios y activistas, han puesto en marcha una campaña en la que solicitan a la embajada sueca en Atenas que “abra sus puertas”.

Según informa a eldiario.es Raquel Perianes, una joven española que está apoyando a la familia, la embajada sueca ha comunicado que “no va a hacer nada y han sugerido que acudamos a la agencia de migración que está en Estocolmo”. Perianes lamenta que “la alternativa que les ofrecen es que el hijo viaje a Grecia, pero sin ninguna garantía de que pueda regresar a Suecia”.

El tiempo juega en contra, por eso quienes arropan a Ismail, no descartan opciones y reclaman cualquier ayuda para conseguir así, una presión social que rompa el inmovilismo administrativo y ofrezca una solución a la petición de esta familia siria.

En España también está previsto lanzar un plan de envío masivo de correos electrónicos a eurodiputados que forman parte de la Comisión de Derechos del Parlamento Europeo, entre los que figuran Miguel Urban (Podemos), Javier Couso (Izquierda Unida), Elena Valenciano (PSOE), Nikos Androulakis (Grupo Socialista) o Lars Adaktusson (Demócrata Cristiano). A todos ellos se les solicita que “gestionen los trámites” para que Isamil “enfermo de cáncer terminal, viaje hasta Suecia con sus tres hijas, su mujer y su cuñada, para ver por última vez a su hijo refugiado en ese país y reagrupar a la familia”.

Los esfuerzos no cesan, pero los ánimos de Maysun, su mujer, se tambalean. “Está muy mal, está desesperada. Y él no sé cómo aguanta, no sé cómo está tan fuerte”, comenta Perianes, que está en contacto diario con la pareja.

Desde que, a comienzos de marzo, se cerrara definitivamente la ruta de los Balcanes y, ese mismo mes, entrara en vigor el acuerdo entre la UE y Turquía, miles de personas se quedaron atrapadas en Grecia sin poder continuar su camino, también aquellas especialmente vulnerables, como enfermos de gravedad.

El caso de Sami

Paradójicamente, una de las primeras víctimas de este terrible sello de fronteras en la abanderada tierra de los derechos humanos, ya había alcanzado Alemania. Se trata de Rami, un niño sirio de siete años enfermo de cáncer linfático, que escapó de la guerra junto con su familia, que tuvo que suspender durante meses su tratamiento y que sólo pudo reanudarlo en Alemania, después de cruzar el Mediterráneo y media Europa a pie con su padre, Abu Rami.

Una vez en suelo germano, los médicos avisaron a Abu Rami, del delicado estado psicológico del menor por sentirse lejos de su madre y advirtieron que sus hermanos eran los mejores candidatos como donantes de médula ósea compatible, imprescindible para el trasplante que necesitaba. Por ello, Abu Rami trató de conseguir la residencia para acogerse al programa de reunificación familiar y encontrarse con el resto de sus hijos y su mujer. Una burocracia lenta, que la familia no se podía permitir ya que la salud del pequeño gritaba urgencia. Por ello, se vieron obligados a seguir el peligroso viacrucis del exilio, siguiendo las huellas que, padre e hijo, dejaron meses antes.

Pero la esperanza de vida que aguardaban los hermanos, se truncó en Idomeni cuando Macedonia cerró el paso fronterizo con el país heleno, dejando atrapados a los posibles donantes de médula para el trasplante que tenía que ejecutarse en cuestión de semanas. Ante este callejón sin salida, Neda Kadri, una voluntaria siro-americana que conoció a la familia en Lesbos, puso en marcha, junto con otros compañeros, una campaña de denuncia en las redes y en la esfera pública que surtió efecto. Finalmente, Berlín y Atenas aceleraron los trámites y permitieron la reagrupación de la familia en Alemania. Pero lo que es más importante, se pudo realizar con éxito el trasplante, y Rami volvió a sentir el calor de su madre, ese que tanto añoraba.

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