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Strindberg, el padre del teatro moderno, también fotógrafo y pintor

EFE

Madrid —

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Cuando está a punto de acabar 2012 y con él la conmemoración de los cien años de la muerte del dramaturgo sueco August Strindberg, el padre del teatro moderno y una de las figuras más ricas y rompedoras de la creación contemporánea, aparece un libro con sus pinturas, fotografías y algunos textos y poemas.

Un libro cuidadosamente ilustrado con el título “Strindberg, escritor, pintor y fotógrafo”, en edición bilingüe, traducido por Carmen Montes Cano, con prólogo de Simon Zabell y editado por Nórdica, la editorial que ha publicado también este año los cuentos inéditos de este irreverente escritor, autor de “La señorita Julia”. Prolífico, obsesivo y lleno de fuego.

“Mi fuego es el mayor de Suecia y, si usted quiere, le prenderé fuego a esta guarida miserable”. Una de las frases más conocidas de Strinberg (Estocolmo-1849-1912) y cuya procedencia se aclara en este libro, que no es otra que la carta que mandó en 1876 a Siri von Essen, su primera esposa, de las cuatro que tuvo, y quien estaba casada cuando le conoció y quería ser actriz.

Esta es solo una pequeña muestra de lo que encierra este bello libro, cargado de pinturas que dejan ver también la precocidad del autor, su dominio de los colores y cómo influyó en los movimientos de los surrealistas o expresionistas, en la Escuela de Nueva York, en Mark Rothko o en Pollock.

Autor de cuentos, novelas, artículos periodísticos y poemas, Strindberg, el gran provocador, acusado de misógino, y quien vivió durante mucho tiempo atormentado y paranoico, fue un precursor en todo, y también de la fotografía, como muestra este libro.

Ya en 1886, el año en que publicó “El hijo de la sierva”, su novela autobiográfica -como recuerda Simon Zabell en el prólogo-, comenzó a autorretratarse fotográficamente.

“A veces se hacía acompañar por su esposa o su familia al completo; pero, sobre todo, su empeño era fijar su imagen de una manera poco menos que compulsiva que recuerda a lo que mucho tiempo después haría Andy Warhol” con su imagen y su Polaroid, explica Zabell en el libro.

Según la traductora, Carmen Montes, que ha seleccionado los textos, en este libro Strindberg ofrece una especie de sinfonía, “una sinfonía polifónica, un río intangible y diverso, como lo fue este personaje; de una talla descomunal tanto en su vida como en su obra”.

“Fue un ser titánico y apabullante, que también sufrió mucho. Tuvo dos objetivos claros, buscaba la verdad de las cosas y la libertad, y en un contexto en el que la existencia fuera razonable para el ser humano”, argumenta Montes.

Se anticipó a las vanguardias. Implantó el naturalismo en Escandinavia y puso los problemas encima de la mesa de una forma nada políticamente correcta. “El noruego Ibsen, que también aceptó el reto de escudriñar y reflejar la realidad con el naturalismo, lo hizo de una forma correcta y modélica, mientras que Strindberg se convirtió en el irreverente y en la oveja negra”, subraya la traductora.

“A ambos se los compara. Strindberg fue acusado de misógino, pero mientras Henrik Ibsen en 'Casa de muñecas' -precisa- muestra los problemas de la mujer (Nora) burguesa, sumisa y obediente; él, en 'La señorita Julia' indaga en las relaciones, pero con una mujer fuerte que habla a su marido de igual a igual”.

“Defiende a la mujer, pero no lo hace de forma programática -aclara Montes-, Strinberg consideraba que el honor era una herramienta para someter a la mujer”.

El autor de “La más fuerte”, “El salón rojo”, “El padre” o “El librepensador”, entre otras muchas obras, se dedicó a la pintura más al final de su vida, cuando en el terrero de la dramaturgia estaba en plena experimentación con el teatro del absurdo y la crueldad.

“En todo su trabajo buscaba reflejar el alma humana, en sus fotografías con sus retratos también buscaba eso: hacer un retrato psicológico”.

En el final del fragmento de “Maese Olof”, su primera obra dramática, incluido en este libro, Strindberg escribe: “No era la victoria lo que quería, ¡era la lucha!”, una frase que, en opinión de Carmen Montes, refleja muy bien el espíritu que el joven Strindberg nunca abandonó.

Carmen Sigüenza

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