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Valencia Shore: La burbuja del fútbol estalla en las manos de la Generalitat

Las obras paralizadas del nuevo estadio del Valencia en 2009 / Efe

Diego Barcala

El Ayuntamiento de Valencia contó durante una década con una concejalía de Grandes Proyectos. Era el símbolo de una idea. La del poder público al servicio del emprendimiento privado. La alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, con el turismo como motor de la economía de la ciudad y del País Valenciano dirigido por su exconcejal Francisco Camps, organizaba lo mejor de lo mejor de los eventos deportivos: Fórmula Uno y la Copa del América. Lujo a borbotones en el puerto. También postuló a la ciudad como subsede olímpica pero necesitaba un proyecto más popular todavía: una final de la Champions League.

Con ese propósito, el Ayuntamiento, la Generalitat y el Valencia CF firmaron en plena fiesta financiera de Bancaja un acuerdo urbanístico tan aparentemente sencillo como la propia especulación urbanística. Se vendería el viejo y céntrico estadio para construir viviendas y torres de oficinas. Con el dinero se construiría un Nuevo Mestalla más y mejor para orgullo de “valencianos y valencianistas”, como aplaudieron en 2007 los firmantes del acuerdo: Barberá, Camps y el presidente del club, el constructor Juan Bautista Soler. Esta primera burbuja explotó en febrero de 2009 cuando el club paralizó las obras por falta de liquidez. Pero algunos de los protagonistas decidieron inflarla de nuevo para apartar de paso al constructor del poder. Gracias a un nuevo crédito en 2010 avalado esta vez por los poderes públicos en lugar de por patrimonio inmobiliario, el club pasa ahora a manos de la Generalitat que garantizó como avalista una ampliación de capital en 2010 por valor de 81 millones de euros que no ha encontrado inversores.

“Era el cuento de la lechera y tiene dos culpables: Francisco Camps y Rita Barberá”, resume el excandidato a la alcaldía de Valencia por el PSPV, Rafael Rubio. El actual diputado socialista vivió en primera persona la negociación del pelotazo urbanístico ideado para Mestalla con miembro de la Comisión de Urbanismo local. “Era la pura megalomanía de estos señores que llevaron a cabo recalificaciones para un club de fútbol que no tenía músculo financiero. La crisis les ha explotado y ahora el terreno del que pretendían sacar la millonada no vale nada. Porque lo que no tiene comprador, no vale nada”, resume. En ese intercambio de suelos, el Ayuntamiento debía cobrar 17 millones de euros y unas parcelas que nunca llegaron.

El Nou Mestalla, en un preciado solar en la avenida de las Cortes valencianas que pasó con una firma de suelo deportivo público a privado, es el símbolo de una cultura inmobiliaria frustrada. Una mole gigantesca de cemento en pleno ensanche urbano abandonada desde hace dos años porque no hay dinero para pagar a la constructora. El banco que sostuvo la operación, Bancaja, se hundió y cuando Bankia absorbió el marrón financiero no ha querido saber nada de la operación. Harto de refinanciar al club, José Ignacio Goirigolzarri, sustituto de Rodrigo Rato en Bankia, no ha perdonado el vencimiento de un segundo pago de intereses de 4,5 millones. “La Generalitat ha ejecutado un aval que nunca preveía que tendría que ejecutar”, explica el diputado de EU, Lluís Torro.

El último capítulo del descalabro económico del club más grande de la ciudad se produjo en 2010, con la crisis financiera abriendo cada día los diarios. El Valencia CF llevó a cabo la citada ampliación de capital con el objetivo de refinanciar el club y abrir a la sociedad civil el accionariado para evitar la aparición de un ‘fondo buitre’ que desintegrase la emblemática entidad de la ciudad. Para tal empresa, José Luis Olivas (presidente de Bancaja) y Camps idearon la Fundación Valencia Club de Fútbol que se quedó con el 51% del club por 81 millones de euros.

Esta vez no había suelo que avalase la operación y la Generalitat valenciana llegó al rescate de la entidad ante el nuevo crédito bancario. El peor escenario se ha cumplido y
 la Fundación (sin ingresos porque no ha conseguido compradores de acciones) no ha podido hacer frente a los intereses de ese crédito firmado en plena recesión. La consecuencia es que la Generalitat “asume el pasivo y el activo” de la entidad, como explica Rubio. Es decir, una deuda bancaria cercana a los 300 millones de euros.

El vicepresidente de la Generalitat, José Ciscar, se mostró el pasado viernes crítico con el pasado. “La Generalitat está para generar puestos de trabajo y preservar políticas sociales, no para esto”, declaró. El nuevo equipo de Alberto Fabra, pese a pertenecer al mismo partido y algunos de sus miembros al mismo Gobierno de Francisco Camps, trata de renegar de
 ese pasado de especulación. En silencio, Rita Barberá, la que todos los críticos coinciden en señalar como la artífice de un proyecto calamitoso de la cabeza a los pies. “Se empeñó en construir un gigantesco estadio que no hacía ninguna falta”, denuncia Torro. Esquerra Unida ha pedido que la Generalitat no ponga “ni un duro” para el club de fútbol mientras adeude el pago de servicios públicos básicos como los 130 millones que asegura pagará a las farmacias próximamente.

Barberá, hace apenas unos meses, seguía con su sueño en la cabeza. Tras una especie 
de acuerdo con Bankia, anunciaba a la prensa sus conversaciones con Ángel María Villar, presidente de la Federación Española de Fútbol y Michel Platini, presidente de la UEFA, para albergar una final de Champions. “Me dice Villar que Platini le debe una”, aseguró en noviembre de 2011. Absorbida por Morfeo, aseguró que llamaría a Goirigolzarri por teléfono cuando Bankia decidió el pasado septiembre romper otra prórroga para terminar el estadio.

Al margen, pero afectado de lleno por esta situación, se encuentra el aspecto deportivo del club. De manera milagrosa o eficaz, según se mire, el equipo ha mantenido su nivel de élite en el fútbol español y europeo en los últimos años y en la directiva, influenciada por la deuda con Bancaja, se ve con buenos ojos el último giro surrealista de la economía del club. El presidente actual, Manuel Llorente, hombre de confianza de la familia Roig (Mercadona y Pamesa)
 entró en el club con el objetivo de reducir la deuda de la entidad con Bancaja, que avaló su nombramiento con un sueldo de 350.000 euros anuales. Con la venta de jugadores como Villa, Silva, Mata, Albiol, Jordi Alba... el equipo redujo su deuda con cerca de 90 millones de ingresos y mantuvo su categoría. “Hay que reconocer que pese a las críticas lo ha hecho muy bien”, resume Torro.

La prensa valenciana especula con la salida de Llorente hacia la Liga de Fútbol Profesional. La absorción pública del club le deja en una situación complicada. “Con la restructuración del sector público redujeron sueldos, despidieron a miles de trabajadores... ¿harán lo mismo con Llorente?”, se pregunta Rubio. De momento, la Generalitat deberá decidir qué acciones se queda de todas las que tiene en otros clubes de fútbol valencianos a los que también avaló como el Hércules de Alicante y el Elche. Las leyes deportivas impiden a una misma entidad tener más del 5% de varios clubes.

La crisis institucional del Valencia CF simboliza el deterioro de un modelo futbolístico basado en España en el apoyo público a clubes privados. Una herramienta eficaz para ganar elecciones municipales que pocos quisieron criticar porque, como explican muchos intelectuales aficionados al fútbol, las personas cambian de líder político, de ideas, de religión o de pareja. Pero nunca, nunca, nunca cambian de equipo de fútbol.

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