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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Otras voces: ¿y los que no tomamos Focusyn?

Foto de Fundación Integrar. / http://fundacionintegrar.blogspot.com.es/

M. A. Nelo

Hay un capítulo de Los Simpsons en el que Bart recibe un medicamento llamado Focusyn que le ayuda a mantenerse concentrado y a tener cualidades de las que antes carecía... ¡Hasta se porta bien! Sin embargo, al poco de empezar con el tratamiento comienza a volverse paranoico y muy dependiente de esta medicación, así que los médicos le indican que debe sustituirla por otra diferente llamada Ritalin.

Este episodio, que nos puede parecer muy gracioso, representa en parte una realidad. Existe un “problema” conocido como Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), que se diagnostica en niños, jóvenes y adultos y presenta tres tipos de síntomas principales: dificultad para prestar atención y concentrarse en las tareas, hiperactividad y actuar sin pensar. Las personas diagnosticadas con TDAH se distraen fácilmente, son olvidadizas, cambian de actividad sin cesar, tienen dificultad para seguir indicaciones, para terminar labores, etc.

El diagnóstico del TDAH (o la sospecha de que tal diagnóstico podría explicar el comportamiento de ciertos niños) se está volviendo cada vez más común. No es raro escucharles decir a familiares, amigos, compañeros de trabajo, que sus niños presentan este trastorno y que han decidido llevarlos a especialistas e incluso medicarles.

En mi época no se medicaba a las personas con TDAH. De hecho, yo misma fui una niña con serios problemas de atención, dificultad para interactuar con el resto de los niños e incluso con problemas para aprender a leer, etc. Por ello, al escuchar que los niños son medicados me he preguntado: ¿qué sería de mí si mis padres me hubiesen medicado?, ¿habría querido ser medicada?, ¿ayuda la medicación a estos niños?

Atacando a bocajarro a un familiar que tiene un hijo con este trastorno, he conseguido que me responda algunas de mis preguntas:

¿Cómo te diste cuenta de que tu hijo tenía este problema?

El niño venía presentando un comportamiento rebelde, desobediente, quería llamar siempre la atención. Al buscar y leer información sobre el tema, encontré que el comportamiento de mi pequeño podría ser debido al TADH.

¿Qué decidiste hacer para afrontarlo?

Buscamos ayuda especializada. Primero con una psicopedagoga, que nos remitió a una psicóloga infantil.

¿Qué recomendaciones has recibido de esta especialista?

Que hay que mantener al niño ocupado con actividades físicas y mentales, corregir algunos comportamientos con premios o castigos. Sobre todo nos orientó a nosotros, los padres, explicándonos cómo actuar cuando hay un comportamiento rebelde, de desobediencia, gritos. Nos recomendó ignorar los berrinches, hablar con el niño en su mismo nivel, etc.

¿Medicas a tu hijo?

No. Mi madre nos sugirió que le diéramos tranquilizantes, pero hemos decidido no hacerlo.

¿Por qué crees que es tan importante resolver o mejorar el problema de atención de tu hijo?

Creo que es importante tratarlo porque, a medida que crezca, puede ocasionar conflictos en sus relaciones amorosas, laborales y familiares. Supongo que también puede causarle problemas de aprendizaje y que lo hace más propenso a quebrantar normas.

Después del interrogatorio recordé que cuando era pequeña, y debido a mi falta de atención, mis padres emplearon algunas de esas técnicas como, por ejemplo, darme algún premio por aprender. Esto no era sencillo, ya que no me interesaban mucho los premios. Pero fue de esta manera como logré hacerme con las matemáticas.

Mi vida transcurrió de manera “normal”, entre muchos despistes (todos más o menos graciosos, ninguno grave), hasta que intenté sacarme el carné de conducir. Suspendí muchas veces. Debido a mi falta de atención, cometía faltas graves, me saltaba los semáforos en amarillo o en rojo, cruzaba un paso de cebra donde había una abuelita esperando pasar, cambiaba de carril sin darme cuenta de que había un coche detrás. Un desastre. Conocía todos los errores que no debía cometer, pero aun así me despistaba. A los ojos de los examinadores estaba nerviosa, desanimada. La causa: mi problema de atención.

La medicación es algo relativamente nuevo. Actualmente, en algunos países se emplean dos tipos de fármacos: los estimulantes y los no estimulantes. Según algunas investigaciones, los primeros parecen mejorar los síntomas y tener pocos efectos secundarios. Por ejemplo, dificultad para conciliar el sueño, dolores de cabeza o pérdida del apetito. Los segundos se emplean solos o combinados con los primeros y entre los efectos secundarios que pueden presentar tenemos: aumento de ideas de suicidio, letargo, fatiga o sueño. Obviamente, todo depende de la frecuencia con que se manifiesten, pero, si yo fuera madre, me daría un poco de miedo darle una pastilla de esas a mi hijo.

No obstante, dependiendo de la gravedad de su caso, es posible que barajase la opción. La cosa puede ser mucho más seria que el hecho de no poder conducir. Si no se recibe ayuda durante la niñez, el cuadro empeora en algunos casos durante la adolescencia y en la edad adulta.

Se ha documentado una tasa mayor de fracaso laboral, problemas de drogas o un mayor riesgo de presentar trastornos psiquiátricos. Pocas personas con TDAH llegan a la universidad. Incluso presentando nivel de inteligencia similar al promedio, tienen discontinuidad laboral debido a la falta de habilidades sociales. Además, su hiperactividad hace que el entorno laboral les parezca monótono y aburrido.

Aunque por supuesto existen excepciones, en general el asesoramiento de un especialista es importante y tratar este trastorno en la infancia genera menos costes personales y sociales. En este sentido, y también para afrontar los sobrecostes que toda problemática de este tipo acarrea, la ayuda económica es muy necesaria. Es por ello que quizás sería lógico que un diagnóstico del TDAH conllevase automáticamente un reconocimiento del 33% de minusvalía (y no un examen caso por caso como parece que se hace ahora).

Por otro lado, en adultos independientes como yo, no sé si esto sería contraproducente. El etiquetado de las personas con base en trastornos de este tipo a menudo hace que la gente te mire de forma distinta. No es raro que se rían de personas que parecen presentar trastornos como éste o de bipolaridad, Asperger, Tourette o muchos otros. Una de las cosas que está sobrevalorada, aparte de la “belleza”, es la “inteligencia”.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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