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Chonismo antipatriota

Unos turistas consultan la carta de un restaurante del barrio de La Barceloneta. / Efe

Jose A. Pérez Ledo

Como cada año por estas fechas, millones de españoles se desplazan más allá de nuestras fronteras en pos del muy necesario asueto estival. Cuando esto ocurre, el ciudadano de a pie, voluntaria y lúdicamente exiliado, se ve convertido, quiéralo o no, en un embajador de la marca España.

Ese español en París, Algarve, Nueva York o Venecia es más que un turista; es, de facto, un representante de esta hermosa nación de naciones, una muestra de nuestra historia y nuestra cultura, un modelo de nuestras aspiraciones y anhelos como sociedad. Ese turista, con esas bermudas, esa cámara de fotos mal cogida y esas gafas de sol es, en sí mismo, flamenco y Alhambra, Ribera del Duero y txakoli, pulpo a feira y Sagrada Familia. Esa persona sudorosa y desubicada, que gira en bucle un plano por no activar la itinerancia, es, en definitiva, un Instituto Cervantes en chanclas.

Entenderá el lector, por tanto, que vacacionar fuera de nuestro país, además de enriquecedor y caro, resulta ser un sin igual acto de patriotismo. Al menos, si se hace correctamente. Esto, por desgracia, no siempre ocurre, provocando que nuestros bienintencionados veraneantes añadan nuevas muescas de ignominia a la ya de por sí maltrecha imagen internacional de España.

¿Quiere ayudar a nuestra nación? Sea patriota: no grite. Respete las colas. No robe las tollas en los hoteles, tampoco los jabones ni los ceniceros. Si una persona no sabe castellano, procure recordar que no lo aprenderá de golpe por muy alto que le hable usted. No grite “¡mozo, un café con leche, descafeinado, con leche fría!” en una terraza del Boulevard des Capucines. No berree “¡Jonathan, sal del agua, que te va a dar un corte de digestión!” en Nápoles. Es más, no llame Jonathan a su hijo y, si ya lo ha hecho, anímele a que se cambie de nombre tan pronto como sea posible.

En definitiva: no se comporte usted como un choni (entendiendo la palabra como adjetivo genérico, sea usted hombre o mujer). Si no puede evitarlo, por complejas razones psicosociales en las que no entraremos aquí, procure veranear en España, donde todos estamos más o menos acostumbrados a estas actitudes.

Y no escude su nulo patriotismo en el hecho de que en todas partes cuezan habas. No alegue, por ejemplo, que los ingleses también gritan y beben como animales y se vomitan, a veces, en la propia camiseta. No me saque a relucir el balconing. No espete, como birriosa defensa, que los italianos varones, agrupados en camadas, tienden al comportamiento precivilizado, casi neandertal, porque todo eso es cierto, pero no justifica nada. Los españoles, solo por serlo, debemos compararnos con lo mejor, con lo supremo, no con lo mediocre ni, menos aún, con lo italiano.

Los graves problemas que atraviesa nuestra nación exigen que todos y todas demos lo mejor de nosotros mismos empezando por hablar bajo, respetar las colas y sacarnos el First. Anímese y sea patriota; cuesta lo mismo que ser choni y es menos lesivo para la garganta.

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