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Entrando en pista para despegue

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Begoña Huertas

El alcalde de un municipio de Fuerteventura, Domingo González Arroyo, se atrincheró en su despacho hace unos días. No quería abandonar su puesto, a pesar de haber sido inhabilitado para el cargo por un delito de prevaricación. Ante la inminente necesidad de cumplir la sentencia, este hombre se encerró en el ayuntamiento y la prensa se hizo eco del asunto, detallando que dos concejales de su partido y un agente de la policía local intentaban convencerlo para que depusiera su actitud por las buenas. La escena que se ofrece a la imaginación no tiene desperdicio:

-Venga, Domingo, coño, no me hagas esto –diría el policía local, amigo de toda la vida, quizás compañero de pupitre-.

-Que no me voy, Paco.

-No me hagas llamar a la guardia civil que tiran la puerta abajo.

-Que no, hostias.

-Mira que somos la comidilla de toda España, va, joder, Domingo, no puedes hacerme esto.

Domingo no es el único que no quiere irse. Pedro Gómez de la Serna tampoco quiere renunciar a su escaño, a pesar de haber sido apartado de la campaña electoral al revelarse su actividad como comisionista. Desde entonces no atiende el teléfono y ha ido a recoger su credencial de diputado un procurador, es de esperar que cuando comience la legislatura sea él quien acuda a trabajar y no un emisario. Aunque supongo que lo que le importa no es eso sino estar aforado.

¿Y Artur Mas?, Mas continúa en sus trece frente a la CUP para ser investido presidente de la Generalitat. No parece que pase por su cabeza la mínima posibilidad de que él tuviera que echarse a un lado. Y qué decir de Mariano Rajoy, imperturbable en su inercia “sensata”, pase lo que pase y caiga quien caiga a su alrededor, postulándose de nuevo como candidato si es que se repiten las elecciones.

Todos ellos tienen en común la querencia por el puesto, sí, por un puesto del que se han beneficiado (prevaricación, tráfico de influencias, fraude, corrupción) y desde el que abogan por la flexibilidad laboral, por trabajos temporales, precarios, irregulares y mal pagados. Cada vez hay menos barreras, se dice, el planeta se nos queda pequeño y además este año se ha descubierto agua en Marte, en nada enviaremos los flujos de emigrantes hacia allí. Mientras tanto ellos permanecen apostados en su sillón.

Desde que uno nace debe asumir las pérdidas: la del chupete, el biberón, la de la casa por la guardería, la del colegio por el instituto, los cambios de amigos, de ciudad y de trabajo. Hay quien vive esto como una sucesión de peldaños, sintiendo que cuando llega a un punto ha llegado realmente a algo y de allí no lo mueve nadie. Nada más alejado de la realidad. En lugar de en una escalera sería más acertado pensar en una cinta transportadora que puede cambiar de sentido sin detenerse nunca. Aquí todo es pérdida, viaje y renovación. La tierra se mueve a 1.700 kilómetros por hora, de modo que haríamos bien en acomodarnos para viajar todos lo más cómodos posible.

A nivel de sociedad tampoco el bien común es algo inamovible a lo que se llega y listo. Ya hemos comprobado cómo se puede retroceder y perder en los servicios públicos. Tal vez aquellos que no quieren moverse pretenden que la tierra gire sin afectarles. Que venga Einstein. Si hay quien no se mueve y somos nosotros los que salimos pitando en un cohete, cuando estemos de vuelta los que habrán envejecido serán ellos. Viajar a la velocidad de la luz rejuvenece.

Todos los comienzos de año tienen ese momento tonto e inevitable de deseos y expectativas. De cambios y de novedades. Este año nuevo la vida nueva no sólo se experimenta a nivel personal; a nivel colectivo, la sociedad, el país parece estar a punto de algo. ¿No experimentáis ese bienestar extraño de los aeropuertos? Esos momentos de esperar el embarque de un vuelo, el despegue del avión. Ese es el espíritu, la actitud. Así que mientras unos se piensan lo de levantar el culo de la silla levantemos los demás las copas no por el final del viaje sino por el tramo que nos toca recorrer. Entrando en pista. Feliz nueva transición.

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