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La corona retratada

El cuadro 'La Familia de Juan Carlos I', de Antonio López. / Efe

Suso de Toro

Es de lo más razonable el ser republicano y no monárquico, pero no debemos olvidar que la vida no es razonable y por eso hay personas que creen que una monarquía es lo ideal. ¿Y si tuviesen razón? Hay que respetar ese punto de vista.

Muchos pensamos que vivir en un régimen republicano permite una vida digna y que una monarquía convierte a las personas en súbditos, pero hoy que las monarquías no tienen la fuerza ejecutiva para someter a la gente, ¿por qué hay personas monárquicas en sociedades democráticas, como Dinamarca, Holanda o Noruega? Y son personas informadas e inteligentes. La explicación es que no están sometidos al poder de un rey sino que son voluntariamente devotos de la monarquía y lo hacen porque creen que es lo más conveniente para su país, es decir para ellos mismos. Y, en la medida en que lo creen, funciona y la vida del país se desenvuelve más o menos ordenadamente presidida por un monarca.

Las sociedades necesitan orden y referencias claras, no pueden vivir mucho tiempo en períodos de ansiedad, y en esa idea de orden en las cabezas de las personas hay un lugar para los símbolos. Siempre habrá un intelectual que niegue la importancia de los símbolos y de lo irracional en la vida social pero qué le vamos a hacer, las personas somos como somos y aún los más estupendos pecamos contra la sensata razón. A algunos incluso nos gustan las artes, tan irracionales.

La monarquía es en sí misma algo ridículo, tanto la idea de reinar por un designio divino como la de transmitir la legitimidad de ese poder a través de una estirpe de sangre especial. No hay por donde coger ese argumento desde el punto de vista racional, pero las monarquías pertenecen al mundo de lo irracional. Las monarquías en sociedades democráticas se alimentan y se sustentan sobre el deseo de la gente, es un acto de fe de una gran parte de la sociedad que quiere tener un símbolo colectivo. Los ingleses tienen una reina porque la mayoría desea tenerla, cree que eso les hace más fuerte como nación y que la desaparición de la monarquía supondría un golpe moral y una pérdida política. Es esa gente la que crea y da legitimidad a esa monarquía.

Nada de eso ocurre en España en la actualidad. El cuadro de Antonio López, La Familia Real recuerda al Retrato de Dorian Gray pero al revés. El esquivo pintor ha ido pintando a lo largo de décadas un cuadro secreto en un estudio escondido de nigromante, el siniestro cuadro mantiene bellas y lozanas las figuras cuando han perdido cualquier brillo, han envejecido y se han transformado en fantasmales. Es el retrato de una casa real que no existe.

Por muchos cuentos chinos que nos cuenten con voz hueca, amenazadora, solemne o admonitoria, aquella restauración de la monarquía borbónica se legitimó sobre lo que sabemos todos, sobre el miedo a la violencia del Ejército y a una guerra civil. Tener que leer y oír todavía babosadas sobre que los españoles fueron muy responsables y decidieron libremente etc., es para vomitar. Aquellos españoles estaban cagados de miedo, cogieron lo que les daban, respiraron aliviados y que les durase.

Lo que hubo entre aquella Familia Real, aquella monarquía restaurada de Juan Carlos I, y lo que hay hoy es una ruptura y un vacío. Se trata de otra monarquía, una mutación de la familia Borbón que rompe con su pasado inmediato, el rey Felipe es un rey solo. A la Casa Real le hizo falta romper con el pasado para salvar la institución pero, cuando ya no opera el miedo de la misma manera que cuando Franco decidió restaurar la monarquía, ¿que legitima y sustenta este reinado? De qué se alimenta.

Las peripecias de los protagonistas de la “comedia real” presenciada en los últimos años ya les piden mucha fe monárquica a la población pero, sobre todo, la verdadera crisis nacional que vive España afecta de modo determinante a la monarquía. Las políticas de la derecha tanto en el plano nacional interno como en el plano económico y social han debilitado al estado, que recurra a la represión de la ciudadanía con leyes y policía refleja la debilidad política. Las encuestas indican una pérdida de legitimidad impresionante de los políticos y de todas las instituciones. Al apoderarse el PP de todo el estado lo condena a su propia suerte, su descrédito y su caída arrastra a las instituciones entre la ciudadanía.

La única baza para que esa nueva monarquía ganase legitimidad sería tener un papel en la solución de la crisis territorial y social, pero con Rajoy eso es humanamente imposible. De modo que está condenada a flotar sin suelo debajo y en peligro. De hecho aquí hay que hablar nuevamente de Podemos, que dentro de sus muchos aspectos, está queriendo ocupar el lugar de referencia nacional central. Más allá de la confianza política en un Gobierno de ese partido lo que hay es la emergencia de una referencia moral con una crítica política con amplio predicamento. El rey Felipe no puede representar y simbolizar el sufrimiento y las frustraciones que atraviesa la sociedad de parte a parte, uniéndola así, pues no puede enfrentarse al Gobierno. Un Gobierno al que contempla creando problemas y agudizándolos.

El rey necesitaría parte de la energía simbólica que sujeta hoy Pablo Iglesias, pero eso no parece posible a corto plazo. ¿No?

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