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La libertad

Maruja Torres

No sé si escribir un artículo o una saeta. Probemos. Ayay, ayayayayay, ayay, míralos por dónde van, ayayayayayay, escolares de Primaria, ayayayay, a someterse a la LOMCE, ayayayay, ay, ay, mira tú a los profesores, ayayayayó, ayayayó… Y así, poniendo entre todos los alaridos y los motivos… ¿qué pasaría? Pues nada: quejas.

Y entre quejidos, surge la inoperancia, que tienta mucho tras la abulia veraniega o el simple cansancio después de la somanta implacable de crímenes contra la humanidad, violaciones de derechos, asesinatos de género y recortes democráticos con que la actualidad nos ha apaleado y aún suma y sigue.

Pero no, no eres tú mi cantar, que dijo el poeta. Ni de lejos. De manera que contemplemos las oportunidades, por pequeñas que sean.

Hay rebelión contra los libros de texto de la Ley Wert: comunidades autónomas y asociaciones dicen que no deben ser cambiados, que es un gasto inútil. Sintiéndolo mucho por los editores que se sacan una pasta a cada mutación educativa, me parece una gran oportunidad no el quedarse con los libros de la parida anterior -mucho menos peor que la última, por cierto-, sino el depositar el peso de la enseñanza en los profesores. Ya sé que bastante trabajo tenéis, pero ¿no sería hermoso arrumbar los libros obligatorios? ¿No habría que hablarles a los alumnos con ese corazón y esa sabiduría de maestros que se os supone y que la mayoría poseéis, para que empiecen a comprender la vida y sus valores, el mundo y sus complejidades? Ya sé que no pocos lo hacéis, luchando contra unos y otros. Pero a lo grande sería fantástico.

Porque cuando todo se ha pisoteado tanto, cuando los principios yacen, boqueando, en las alcantarillas, y las esperanzas tropiezan contra el muro de las rencillas y la desunión, ¿no sería hermoso empezar de nuevo, y contarles el cuento éste que vivimos, y que no es una mentira, a través del pensamiento de los grandes? Y, ya de paso, ponerles deberes para que los revisen los padres en casa. Víctor Hugo resumido para Primaria. Y primarios.

Seguro que es una tontuna mía, pero me ocurre cada vez más que, en lugar de lamentarme, como solía hacer, por no haber tenido estudios, ni carrera, ni becas, ni másters, bendigo esas ausencias que me obligaron a buscar el conocimiento en otras fuentes. Fuentes que me enseñaron pero que no me programaron.

No cuesta nada soñar. En esto del bien armar el espíritu para la vida pienso siempre que veo a una manada infantil en un museo, siguiendo con interés las explicaciones de un o una enseñante. Sentados, boquiabiertos, con los ojos brillantes, preguntando sin vacilar. Esponjas felices. Ahí, ahí empieza todo.

Ahí empieza, nada menos, la libertad.

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