Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Catorce años sin ETA: la verdad del final que algunos no soportan
Este fin de semana se estrenaba 'La última llamada', serie documental con vocación de plasmar los momentos más significativos, la memoria protagonista de los que han sido presidentes del Gobierno de España, Felipe González, José María Aznar, Mariano Rajoy y la de quien es el tercero en esta lista, cronológicamente, pero el primero para el logro de gran parte de la paz y de las libertades como la igualdad, que hoy muchos disfrutamos, Jose Luis Rodríguez Zapatero. Fue bajo la presidencia de este último, un socialista, cuando se tejió, sin precio ni contraprestación, el final de un terror, el de ETA, que llenó de muerte y dolor España y Euskadi, y cuyo fin se anunció un día como este lunes, el 20 de octubre de hace 14 años.
Ese día, para centenares de personas se acabó con un martirio que se llevó por delante no sólo libertad y vida, sino también salud, física y mental, la de los perseguidos por una organización terrorista que no tuvo piedad con nosotros ni con nuestros compañeros, amigos y familia. Ni siquiera con nuestros hijos. A todos los perseguidos, ETA nos llenó de miedo, acoso y estigmatización social. Nos regó con rechazo de una sociedad de la que formábamos parte, porque la persecución y el señalamiento nos hizo indignos, ilegítimos. Fuimos las 'x' que ETA marcaba en las mochilas de nuestros hijos, en los buzones de nuestras casas y portales y en las puertas de nuestros domicilios. Esas 'x', a veces pintadas y otras invisibles, fueron nuestras particulares 'estrellas de David' en este holocausto planificado de aquellos que no nos consideraban dignos del universo de ETA y de su País Vasco exclusivo y excluyente.
Más de 50 años de violencia, más de 800 víctimas mortales, miles y miles de atormentadas víctimas de persecución y acoso de una organización terrorista que hoy, hace 14 años, puso fin a su estrategia de aniquilación en Euskadi y España. Un día para recordar con orgullo y emocionarse con la memoria digna de tanta gente valiente. Las víctimas de ETA, por ejemplo, cuya verdad y resistencia fueron definitivas para poner fin a este grupo de terror.
A todas esas víctimas, unas conocidas, otras menos conocidas y algunas ni siquiera reconocidas, quiero deciros gracias y honrar vuestro nombre, porque fuisteis imprescindibles de ese fin de ETA. Sí, hoy otra vez, y mil veces más. Porque nos faltarán años para mostraros de forma suficiente lo agradecidos que estamos del país de libertades que tenemos gracias a vuestra resistencia y lucha.
Quiero además recordar especialmente a algunas personas, mucho tiempo injustamente tratadas y hasta vilipendiadas. Tuvieron un protagonismo político indudable en ese fin, hace 14 años. Me lo recordaba la serie que comentaba al inicio, 'La última llamada', dedicado al presidente Zapatero, y que retrata como nunca la historia de una pasión por la paz y por el derecho a una vida sin violencia de aquellos que éramos las 'x' de las acciones terroristas de ETA. Los semblantes emocionados de Zapatero y Jesús Eguiguren retratan en ese documental todas las heridas, aún cicatrizando, que su apuesta por la paz les ha costado en la vida. Y no sólo en la vida política.
Me produce un dolor cortante y seco ver cómo mucha mala e indecente política, todavía hoy, 14 años después del fin de ETA, sigue hablando de ella en presente. Porque está muerta. Lo está desde el 20 de octubre de 2011. Lo que no ha muerto —por desgracia— es el uso cínico de su memoria, y el manoseo indigno de la verdad de las víctimas.
Aquel día, hoy hace 14 años, como aparece en la serie, el presidente compareció ante los españoles con la serenidad de quien sabe que acaba de cerrar el capítulo más oscuro de nuestra historia reciente. No hubo euforia ni alivio colectivo, porque el fin del terror no se celebra. Se honra. Desde el principio de su mandato, el presidente Zapatero tuvo claro que el fin de ETA debía ser una prioridad moral y política de su presidencia. Lo movía una convicción íntima, heredada de su abuelo fusilado. “Muero inocente y perdono”. Esa frase, ese testamento de no violencia, fue su brújula.
Además de esa brújula, el presidente contó con mi querido Jesús -“Eguiguren” para casi todos los demás- que fue su puente para la paz. Porque fue el hombre que vio el hilo posible y lo siguió sin pausa ni descanso. Eguiguren le dijo a Zapatero que había una oportunidad y este le respondió que adelante. Así sucedió y así lo recuerdan. Aquella decisión, aparentemente sencilla, cambió la historia de un país, Cambió la vida de muchísimas personas. Y las salvó también.
Eguiguren fue la mano de hierro y el guante de seda a la vez en un proceso largo y doloroso para el que fue siempre el interlocutor discreto. Ese vasco que entendía los silencios. Ese socialista que apostó por el diálogo cuando todo alrededor pedía venganza. Y que lo hizo para salvar la vida de los perseguidos por el terror. Zapatero y Eguiguren fueron protagonistas de un proceso para ganar la paz y la libertad -y salvar vidas- y, sin embargo, ambos recibieron como respuesta un odio feroz de media España. Les condenaron por traidores, por cómplices y por cobardes. Les escupieron en la plaza pública por haber vendido a España. Todo eso cuando la verdad, que hoy sabemos, es que gracias también a ellos, que actuaron desde la política, ETA desapareció sin conseguir nada. Ninguna contrapartida política y ningún precio.
Más al contrario, aquel 20 de octubre de 2011, a pesar dolor por las ausencias de tantas víctimas, España se convirtió en un país más limpio y más digno. Se acabó el miedo. Se acabó el señalamiento. Se acabó el acoso. Se acabó la matanza. Y empezó la esperanza. Con esa victoria, a lo mejor sin vencedores ni vencidos, pero que sí tuvo héroes, la verdad y la memoria de víctimas y de quienes apostaron por la política cuando otros solo sabían gritar “a por ellos”.
El presidente Zapatero siempre lo ha entendido con la lucidez de los hombres decentes: “La paz es mi hecho fundacional”. Y así fue. Esa decisión lo define. En medio del ruido político actual, donde todo se sobreactúa y se finge, su serenidad de entonces suena aún más valiente. Catorce años después, el país les debe un homenaje sereno. Por haber elegido la paz cuando costaba caro. Por haber creído en el diálogo cuando parecía ingenuo. Por haber devuelto a España su derecho a vivir sin miedo.
Nos dejó lo mejor. Y aunque algunos intenten reescribir la historia, el hecho esencial sigue ahí, inalterable. ETA murió hace catorce años. Y la democracia ganó derechos y libertades. Por fin. Para todos y para todas.
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