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Nostalgia comunista

Paula Corroto/DK

Si nosotros tenemos Cuéntame y los norteamericanos tuvieron Aquellos maravillosos años, los rusos, letones, estonios y ucranianos ya pueden disfrutar de su serie nostálgica: The Eighties. Con un subtítulo evidente: qué bien se lo pasaban en aquellos tiempos en los que estaba prohibida cierta música occidental, solo había una marca en los supermercados y la dieta básica era la sopa de repollo. Bienvenidos a la ostalgie, como decían los alemanes orientales. La nostalgia del Este. La película Good Bye, Lenin también podría decir mucho al respecto.

Lo cierto es que la serie, producida por Sony Pictures Television Productions Russia, se ha convertido en solo una más del filón nostálgico televisivo que se vive hoy en los antiguos países comunistas, según informaba estos días la revista Bloomberg Businessweek. Otros ejemplos son Made in the USSR, producida por Endemol, que gira en torno a la vida de una familia rusa en los años setenta. En Bulgaria se emite en la actualidad Seven Hours Difference, la historia de un antiguo agente secreto durante la era comunista. Y en la República Checa, la productora HBO estrenó el pasado mes de enero Burning Bush, una serie sobre las protestas universitarias en 1968.

Por supuesto, detrás del gusto que puedan tener las audiencias locales, entusiasmadas con que no solo tengan que tragarse series importadas de los Estados Unidos sobre el american way of life, se encuentra el negocio. Y este se basa en cifras que las productoras occidentales, artífices de este “éxito”, manejan a la perfección. En solo cinco años, el número de suscriptores a los canales de pago –donde se emiten en su mayoría estas series- ha aumentado un 16% en estos países, mientras que en EE. UU. ha descendido un 1% y en la Europa occidental el ascenso ha sido solo de un 8%. A eso se unen los costes para las productoras: un cuarto de lo que supone una serie occidental.

Más ventajas: la posibilidad de vender la serie a muchos países de la ex órbita comunista. Al fin y al cabo, todos pasaron prácticamente por lo mismo. El mejor ejemplo es The real life, un reality ruso que ha sido vendido a Polonia, Lituania y Kazajistán para que hagan sus propias versiones locales.

Hay mucha nostalgia, sí, pero, sobre todo, lo que hay sobre la mesa es mucho dinero.

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