La “antirresignación” de Hemingway
Los que vieron Midnight in Paris, de Woody Allen, aún podrán acordarse de los rostros de Luis Buñuel, Gertrude Stein, Scott Fitzgeral o Ernest Hemingway recreando aquellos felices años veinte a los pies de la Torre Eiffel. Allen les puso una luz penumbrosa, un cromatismo que vadeaba entre el idealismo y el desencanto. Y la película gustó a millones de espectadores.
Este retrato de aquella generación, prácticamente con esa misma luz, ya estaba en el famoso libro de Hemingway, París era una fiesta, del cual se acaba de lanzar una nueva edición traducida por Gabriel Ferrater en Lumen y que ha sido bastante jaleada en las redes sociales durante los últimos días. El escritor norteamericano que dejó en su epitafio aquello de “con morir, no basta” reprodujo los dorados y salvajes años de su juventud en una narración que tiene mucho de canto a la amistad, y a lo que podrían haber sido esos sueños de veinteañeros que tiempo más tarde, cuando el autor de Adiós a las armas decidía morir pegándose un tiro en 1961, parecían haberse colado por el sumidero del baño.
Y si el desencanto y el idealismo están tan presentes en Hemingway, esta reedición y su literatura nos entroncan con una situación en la que nos debatimos entre el hartazgo y la desilusión. Y es cierto que el escritor se suicidó y con una bala acabó con todo, pero también dejó escrito que el último paso del hombre debe ser la resignación, ya que “es el sentimiento que precede a la aniquilación”. París puede seguir siendo una fiesta.
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