Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
La izquierda presiona para que Pedro Sánchez no dimita
Illa ganaría con holgura y el independentismo perdería la mayoría absoluta
Opinión - Sánchez no puede más, nosotros tampoco. Por Pedro Almodóvar

José María Calleja, la violencia de la idea

Fallece por coronavirus el periodista José María Calleja

Juan José Téllez

3

Era tan vasco que no era vasco. Y como era vasco, era más español que nadie. Tenía cuerpo de frontón y alma de bañista de año nuevo en Donosti. Una de las muletillas favoritas de José María Calleja (León, 16 de mayo de 1955-Madrid, 21 de abril de 2020) era: “Para habernos matado”. Y a él, que le hizo frente a la dictadura franquista y al terror de ETA, lo acaba de matar un virus sin bandera clara y tan extraño como el tiempo que le tocó vivir.

Ese ha sido su último servicio periodístico: el de ponerle un nuevo rostro y nombre al terrible cementerio que la COVID-19 abre en las entrañas del planeta. Las cifras suelen edulcorar la vida y la muerte: lo saben todos aquellos que contabilizaban a los inmigrantes muertos en el mar, sin conocer su identidad, su semblante, ni la historia personal que llevaban entre los restos de su naufragio íntimo y colectivo. Calleja, que dedicó un libro a aquellos espaldas mojadas, le ha puesto un santo y seña más a los caídos en la pandemia, ante los ojos corales de quienes le conocieron, admiraron o vituperaron.

Padre de dos hijos, compartía, con muchos otros plumillas de su generación, el lema que ondeaba en aquel viejo periódico del Far-West al que los hermanos Dalton saqueaban en las viñetas de Lucky Luke: “Independiente, siempre. Imparcial, nunca”. Su biografía también hizo suyo un verso del cantautor portugués Luis Cilia: “La violencia de la idea contra la idea de violencia”. Su oposición a la dictadura franquista le llevó a la cárcel, aún siendo extremadamente joven: cualquier despotismo es violencia de Estado en grado supremo. Su denuncia del terror cotidiano de ETA le hizo partícipe, junto con otros periodistas vascos, de las amenazas de la banda.

Fue precisamente entonces, a raíz del Premio Agustín Merello que les concediera la Asociación de la Prensa de Cádiz, cuando Calleja descubrió esta ciudad a la que llamaba cómplicemente eusCádiz, pero donde apreciaba que más allá de las diferencias ideológicas había sitios como esas calles del sur en donde se podía discrepar sin rencor y coincidir sin demasiadas efusiones. El que había sido compañero de viaje del PCE y que llamaba a Pablo Iglesias y a medio mundo como “compañero del metal”, era en el fondo un liberal de 1812; enfrentado desde dos siglos atrás contra los serviles, retardatarios, curas trabucaires y espadones de cualquier signo.

A comienzos de siglo, Calleja viajó a Nueva Zelanda con un grupo de periodistas españoles que hizo escala en Sidney. Allí, uno de sus colegas le preguntó: “¿Por qué estás tan alegre, tanto te gusta Australia?”. “No –repuso--, es porque aquí no necesito llevar guardaespaldas”.

Más allá de sus intervenciones en radio y en televisión, sus artículos periodísticos –contaba con columna propia en eldiario.es--, su brillante trayectoria académica, o su participación en debates y conferencias de toda suerte, si repasamos su bibliografía –una docena de títulos propios y varias obras colectivas- se encuentra marcada por esa rebelión contra los violentos. A favor de las víctimas, como tales, más allá del papel que unas y otras reivindicaran respecto al conflicto vasco o con respecto a todos los conflictos, desde “Contra la barbarie. Un alegato en favor de las víctimas de ETA”, en 1998, a su “Algo habrá hecho. Odio, muerte y miedo en Euskadi” (2002) y sus “Estudios sobre la violencia” (2010).

También la derecha cavernícola tenía en Calleja a uno de sus más devastadores adversarios, ya que no esgrimía contra ella el exabrupto sino la reflexión, con la frescura dialéctica que mantenía en perfecto estado de revista cuando estaba a punto de cumplir 65 años este mes de mayo. Su último libro se ha titulado “Lo bueno de España” y es un prontuario de por qué y a pesar de los pesares, la progresía de este país puede sentirse orgullosa de la madre y madrastra de Blas de Otero. Más que una marca, una bandera sobre un estanco o un cuartel, o el patriotismo barato de quienes hablan tanto de España que a menudo machacan a sus habitantes, Calleja era español a contracorriente, de los de Machado, Azaña, Montseny, Alberti o Chaves Nogales, de los de las Misiones Pedagógicas y la ilustración, de quienes se negaban a llevar el nombre de Caín como apellido.

Entre cruzcampos y txacolís, no seremos pocos quienes brindaremos para que su memoria siga gozando de la debida salud.

Etiquetas
stats