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Una activista afgana por los derechos de la mujer, refugiada en Andalucía: “Los talibanes me iban a matar”

Dos mujeres afganas contemplan el paisaje en Kabul, capital de Afganistán

Javier Ramajo

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Un devastador atentado terrorista a las puertas del aeropuerto de Kabul fue el último recuerdo que se llevó de su país. Los vuelos internacionales de evacuación se daban por finalizados. Ella, su marido y sus dos hijos se embarcaron hacia la base aérea de Torrejón de Ardoz (Madrid) el 28 de agosto. Las bombas de Estado Islámico en las inmediaciones del recinto, que dieron muerte a 170 personas, precipitaron la salida de los contingentes occidentales ante el riesgo de nuevas explosiones. Mes y medio después de aquello, con la vida dada un vuelco, esta mujer atiende a elDiario.es Andalucía gracias a la mediación de Cepaim, una de las organizaciones encargadas de atender a las personas refugiadas procedentes de Afganistán en dispositivos de acogida de protección internacional.

Al día siguiente llegó al sur, a Andalucía. Esta mujer, que por su seguridad y por la de su familia pide no identificarse, trabajaba para el Gobierno de Afganistán. Desde Cepaim explican que en este tiempo trabajan en “estabilizar” su situación emocional, “muy difícil” tras el shock ocurrido en su país, y en facilitarles el acceso a recursos sociales básicos. Sus hijos están ya escolarizados y empiezan a poder vivir hasta ir alcanzando poco a poco cierta normalidad, explica Rosa Ruiz, trabajadora social. “La situación es muy mala en Afganistán”, “hay demasiados problemas en mi país”, repite insistentemente. Paralelamente, es consciente de que el futuro será aquí, en el sur de España, en una nueva vida, lejos de las labores gubernamentales que hasta ahora le ocupaban junto al activismo por los derechos de las mujeres en Afganistán “desde que estudiaba en la Universidad”.

En Kabul dejó a sus padres y a su hermana, viviendo una incertidumbre diaria de cómo se encontrarán. Estaba esperando un nuevo destino cuando los talibanes regresaron al poder en Afganistán tras veinte años de conflicto. Los avisos de cómo podía ir en la capital vinieron en forma de quema de edificios donde trabajan mujeres de provincias cercanas. “La política de los talibanes respecto a las mujeres que trabajan para el Gobierno es bien conocida”, apunta. El traslado, por todo ello, fue rápido, de no más de una semana. “Solo pensaba en el futuro de mis hijos y quería poner a salvo a mi familia”, expone con el amargo recuerdo de volver mentalmente a un pasado aún reciente. “Los talibanes me iban a capturar y matar”, asegura.

Confiesa que “en ningún momento” podía imaginar un regreso de los talibanes al poder en Afganistán tras la intervención extranjera de los últimos años y cuando se estaba intentando cerrar un acuerdo de paz. “Ahora temía por mi vida. Sin duda, por mi trabajo y mis ideas, me hubiera pasado como a otras, que me hubieran intentado capturar y me hubieran matado. Estaba en muy alto riesgo”, indica. “Los talibanes se habían comprometido en respetar a las mujeres y en cortar las relaciones con una veintena de grupos terroristas, pero no lo hicieron”, lamenta.

Hacia una nueva vida

“Las mujeres en Afganistán no pueden trabajar, ni estudiar, están obligadas a vestir de negro. Están escondidas y buscan su manera de sobrevivir. El 95% de la población se dedica a mendigar por la falta de salarios y todos los bancos están cerrados. El panorama es muy depresivo. La situación es muy mala”, incide durante su relato. “Mientras los talibanes estén en el poder, no podremos volver nunca. No son los mismos de los 90. Ahora su mentalidad ha cambiado a peor”, asegura.

Obligada a mirar hacia adelante, su sonrisa empieza a asomar cuando se refiere a su corta estancia en Andalucía. Desde Cepaim piden a este medio no situar la ciudad en la que reside actualmente, igualmente por su seguridad y la de los suyos. “La primera semana fue muy dura”. Las clases de español y el paso del tiempo van normalizando sus días en cierto modo. Con el pensamiento en sus hijos, el drástico cambio en su país se vive de otra manera. “Ellos están muy contentos y tienen nuevos amigos. Mi hija no podía haber seguido estudiando en Afganistán. Aquí la gente es muy amable. Deseo que sigan aquí y yo estoy estudiando mucho para integrarme también en esta sociedad”, señala. En todo caso, la comunidad que ahora les acoge no le es nueva. Participó hace unos años en un ciclo de conferencias relativas a la paz y a las mujeres, en colaboración con la Asociación de Familias y Mujeres del Medio Rural Afammer. Conocedora del movimiento feminista en España, espera poder “apoyar la causa” cuando el idioma no sea un obstáculo. “Mi sueño es poder seguir trabajando, como hacía en mi país, por que las mujeres de todo el mundo tengan libertad sin tener en cuenta su color, su raza o su religión”.

Repasa unas notas que había preparado para la entrevista. No quiere dejarse nada en el tintero y agradece que se difunda qué está pasando ahora mismo en Afganistán. El paso de los minutos supera las reticencias iniciales. “En Afganistán se están experimentando momentos muy difíciles. En su momento, tras el 11S, fue un refugio para el terrorismo y es un reto para la paz en todo el mundo. Hay miedo y terror, y se está persiguiendo a las mujeres que trabajaron para el Gobierno y a los funcionarios para capturarlos y matarlos”.

Restricciones a la educación para niñas

Según relata, “las mujeres están al servicio de los hombres”. “No pueden trabajar y su única función es tener hijos y obedecer a los hombres. Se tienen que cubrir para no provocar los instintos de los hombres”. Al decir esta frase, con la ayuda de Leticia Álvarez para la traducción, hace una pausa y se disculpa “por tener que decirlo así”. “Las mujeres no pueden hablar con nadie que no sea de su familia. Yo no podría estar hablando contigo, por ejemplo”, argumenta hacia el periodista.

Durante los últimos 20 años, esta mujer repasa los avances conseguidos por las mujeres: “6.000 mujeres en el Ejército, varias ministras, más de un centenar de diplomáticas, incluyendo embajadoras y cónsules”. “Somos dos generaciones de mujeres educadas y formadas, pero ahora no nos quieren”, señala respecto a las recientes restricciones en la educación para las niñas afganas. “Hay demasiados problemas en Afganistán”, repite. Explica además que “mucha clase media ha perdido sus trabajos” y hay “muchas familias que no han podido salir de Afganistán y que están escondidas porque si los talibanes los encuentran los matarían por haber colaborado con las fuerzas extranjeras”.

En tratamiento médico por su tensión alta, al igual que su marido, aspira a “aprender cosas nuevas” y centrarse “en el futuro de sus hijos”. No quiere dejar pasar la oportunidad de mostrar su “profundo agradecimiento” al Gobierno de España y a su Ejército por protegerla y sacarla de su país. “Mucha gente murió cuando salíamos en avión. Eso nunca lo olvidaré”. A partir ahora quiere que nuestro país sea también el suyo.

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