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Una bisnieta, un testigo y un profesor: relato a tres voces del fusilamiento de Blas Infante, padre de la patria andaluza

Una imagen de Blas Infante.

Juan Miguel Baquero

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Kilómetro 4 de la antigua carretera de Carmona en Sevilla. 11 de agosto de 1936. Blas Infante arrastra su cuerpo malherido. Los golpistas han disparado varias veces, a bocajarro. Pero no lo rematan. El rastro de sangre enfila un cortijo cercano. Una salvación que nunca llega. Y los huesos del actual padre de la patria andaluza yacen arrojados desde entonces, en teoría, en la enorme fosa común de Pico Reja en el cementerio de Sevilla. Una tumba ilegal que ahora está abierta.

Muchas incógnitas siguen pendientes a los 84 años de la ejecución de Blas Infante. En el mismo enclave donde cayó fusilado, este martes se han reunido todos los partidos políticos con representación parlamentaria -de izquierdas y de derechas- para rendir homenaje al referente del andalucismo. Todos los grupos, con matices, se declaran andalucistas y reivindican el legado de Blas Infante. Un Gobierno de PSOE e IU impulsó la ley andaluza de Memoria. Un Gobierno en minoría del PSOE, apoyado en Ciudadanos, logró sacar adelante esa ley sin ningún voto en contra en el Parlamento. Hoy, el actual Gobierno de PP y Cs está ejecutando esa norma, incluida la exhumación de la fosa común donde se cree está enterrado Blas Infante. Pero también ha anunciado su derogación para sustituirla por otra norma, una ley de Concordia, que le reclama su aliado de legislatura: Vox. El partido de extrema derecha es el único ausente del homenaje al padre de la patria andaluza, reconocido así en el Estatuto de autonomía.

Han pasado 84 años de su asesinato, pero aún hay interrogantes sepultados en las cunetas del olvido. Como sus restos, a los que su familia nunca pudo dar un entierro digno. Como la sentencia que los franquistas le impusieron y que continúa vigente. Como el rastro de tantos que dieron su vida por la democracia en el país de la desmemoria.

Sirva esta suerte de narración como homenaje a Blas Infante Pérez de Vargas (Casares, 5 de julio de 1885-Sevilla, 11 de agosto de 1936). Y como desagravio extendido a todos los represaliados por el fascismo español. Como texto sobre su prendimiento y asesinato desde su residencia en Coria del Río (Sevilla) que llamó Dar al-farah, la Casa de la Alegría.

Un episodio contado aquí a tres voces: su bisnieta, Rosa María Delmás Bizcocho; la voz del profesor de Derecho Civil en la Universidad de Córdoba y patrono de la Fundación Blas Infante, Antonio Manuel Rodríguez; y un reportaje con el título “Yo vi matar a Blas Infante”, publicado hace 20 años en Diario 16.

La voz de la familia Infante

“Mi bisabuelo sabía de antemano que lo iban a asesinar. Pero tuvo un halo de esperanza hasta el último momento. Pensaría que de algún modo lo podían salvar de ser fusilado. O incluso que lo condenarían a cadena perpetua”, relata Rosa María Delmás, bisnieta de Blas Infante, nieta de su hija María de los Ángeles e hija del periodista Alejandro Delmás.

El día del secuestro. “La detención fue inesperada, y muy triste, estaban celebrando el santo de mi abuela Mari Ángeles”. Blas Infante era consciente del riesgo tras el golpe de Estado contra la democracia republicana. “Sabía que lo iban a buscar pero nunca llegó a pensar en el trágico final que le esperaba”, apunta su bisnieta.

“El encarcelamiento fue duro para él. Nunca pensó acabar allí”. Su mujer, Angustias García Parias, “se aferró a la esperanza”. Hasta el último momento “pensó que podría salvarlo”. El anhelo mutó “pronto” en despecho. Y el “destino era la muerte”.

“El momento de su asesinato fue duro y la familia piensa que pudo sobrevivir a los disparos, puesto que él intentó alcanzar una casa o choza cercana para que pudieran salvarle la vida, pero falleció antes de llegar”, narra Rosa Delmás.

Angustias “fue a llevarle comida, ropa limpia y algunos enseres como cada día”. Cuando los golpistas “le dieron sus gafas y su reloj, que fue lo único que pudo rescatar, supo en ese instante que su marido había sido asesinado la noche anterior”. El Padre de la Patria Andaluza asesinado, sin juicio ni sentencia. “El reloj de Blas Infante lo tiene mi padre, Alejandro Delmás, y las gafas se conservan en el castillo Dar al-farah”.

Un testigo: “vi matar a Blas Infante”

“Yo vi matar a Blas Infante”, titula un reportaje publicado en Diario 16 Andalucía el 9 de diciembre de 1990. El texto firmado por José Almoguera –que rescata la base de datos Todos los nombres– recoge la vivencia de Manuel Hernández, “único testigo del fusilamiento”. Un “viejo cabrero” entonces de 87 años que “rompe por fin su silencio” casi cinco décadas y media después del asesinato.

La tórrida noche del 10 de agosto del año 1936 Manuel ve cómo matan a tiros “a dos hombres en la antigua carretera de Carmona”. La canícula azota las duermevelas de una ciudad que dormita a escasos kilómetros. Y el trasiego con el ganado queda roto por el sobresalto de unos disparos.

Pasan 54 años para que Manuel se atreva a contar que una de aquellas víctimas, “que pudo llegar a un cortijo cercano, era Blas Infante”. Aquella noche está acompañado de otro cabrero, Juan El Granaíno. “Ambos se juraron no decir nunca nada, ya que se jugaban ni más ni menos que la propia vida”, escribe el periodista. Manuel, a la muerte de su compañero, rompe el contrato de silencio.

Y vence al “miedo”. Una persona que deja en el anonimato le convence de que ha pasado el peligro. Que el “dato histórico” no se puede perder. Manolo habla: “Sí, yo lo vi. Lo veía todas las noches (…) Como hacía mucho calor sacábamos las cabras por la noche y siempre pasaba igual, a eso de las tres o las cuatro de la mañana venía un camión, a veces dos, cargados de gente, los bajaban, durante dos meses más o menos desde el alzamiento”.

“Luego (los golpistas) siguieron (ejecutando), pero ya en las tapias del cementerio”, responde el cabrero en la entrevista. Pero la madrugada del 10 de agosto “antes de la hora normal, llegó un coche negro”. Continúa: “Bajaron a dos hombres, los pusieron de espaldas y dispararon contra ellos (…) Lo vimos todo”. “Yo en aquel momento no lo sabía”, que era Blas Infante. “Casi nunca remataban a nadie. Les disparaban y no se acercaban a ellos después”.

“Los ojos de la viuda y sus hijos”

“Una de mis obsesiones era haber buceado en los ojos de la viuda y sus hijos. A él lo asesinan, pero la resignación de Angustias, la mirada… ella mantiene el legado, el escudo, la bandera de Andalucía”, cuenta el profesor Antonio Manuel Rodríguez. En el momento de la detención, “conociendo a Blas Infante, debió haber actuado con calma y firmeza, argumentando su inocencia”.

La “tristeza infinita” de la familia que queda huérfana en la Casa de la Alegría. “Sabían que estaban arrestando, para asesinar, a un buen hombre”. No había “causa ni justificación” para los tiros que dejaron medio muerto a aquel “que se dirigía a los jornaleros para devolverles la tierra”.

Y el encarcelamiento, como contradicción, valida “una de las obsesiones infantianas”: la de “ser uno más”. Porque “hacinado en el cine Jáuregui era como el jornalero que tenía al lado”. En la “calamidad” es “uno más del pueblo”, lo que siempre quiso ser. “Conozco la grandeza espiritual de Infante. Uno de los compartimentos más desconocidos de su figura es su empeño en saberse nadie. Lo entendía como un elemento clave de lucha política”, explica Antonio Manuel.

El Padre de la Patria Andaluza enfila aquella madrugada de agosto el mandato de los gatilleros. “Con un inmenso dolor por su causa y el daño a su familia, como cualquiera de los asesinados en el genocidio franquista”. Siente el vacío. “Ya se sabe muerto”.

Quizás “no tiene miedo a gritar ¡Viva Andalucía libre!”. Y arrastra por su tierra su cuerpo malherido, sangrante, sin que nadie ofrezca “un átomo de vida al moribundo” hasta el lugar donde hoy, 84 años después, “seguimos gritando ¡Viva Andalucía libre!, porque a Blas Infante lo asesinaron para que no muriera nunca”.

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