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Andalucía, el cuento de la bella muriente

Andaluces votando el 28F de 1980

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He aquí la bella durmiente, la que no revive nunca, la que fue sultana, cigarrera o ilustre fregona. Con su maceta de geranios en la memoria, con sus pájaros de marisma y sus cumbres borrascosas. Con la cal y el olivo, con las mezquitas convertidas en catedrales, fenicios y americanos, con un pie en Roma pero otro en la sinagoga; ya saben, crisol de culturas y de parados, encrucijada de destinos y de capataces decidiendo qué brazos eligen hoy para el invernadero.

Iba a ser, madre mía, la California europea en lugar de volver a ser lo que fuimos, como dice ese himno que solo suena en las efemérides, como si fuera un réquiem en el funeral de nuestra quimera. De aquel incendio de espejismos y esperanza, de encendidos discursos, todo quedó en los altos humos de las chimeneas obsoletas, en los neumáticos ardiendo por la reconversión naval, en la fogata de la pesca desguazada y en las candelas nocturnas de los polígonos donde las ciudades pierden su nombre, sin arbonaidas colgando ya de sus balcones. 

Con el quejío y las corraleras, con la copla y el amor brujo, con palomas de Picasso y meninas de Velázquez, con los centros vacíos y los campos no solo secos por la sequía; con la fresa y las aceitunas hablando wolof, dariya o andaluz; con los transmiserianos que cruzan Despeñaperros, trenes descarrilados que se van y no vuelven, rumbo a la vendimia francesa o al I+D+I de otros lugares donde escatiman menos que aquí en microscopios y en probetas: antes, los nuestros llevaban maleta de cartón o canastos de mimbre, como ahora tablets y ordenadores portátiles. Solo que ya nadie guarda la blanquiverde pintada en los almanaques de bolsillo.

Hubo días en que esta tierra no era una idea, sino un escalofrío, el almirez y la turbina, el botijo de la utopía saciando una sed de siglos. Hemos cambiado, eso sí, la boina del abuelo por una gorra de beisbol, de no sé dónde

Fuimos tan andaluces que fuimos universales, pero hace mucho que el Guadalquivir ya no desemboca en el mar Caribe. Hubo un tiempo en que Andalucía ya no se llamaba simplemente el sur, sino que el andalucismo no era profesional, porque bullía en las tabernas y en el rock and roll, en los talleres de baja costura y en las peñas deportivas. Ahora, esta tierra es la hostia para los partidos que gobiernen y un desastre para quienes quieren volver a gobernarnos. Ni so que te pares, ni arre que trote, pero la desazón en las tripas, donde antes había emociones. Hubo días en que esta tierra no era una idea, sino un escalofrío, el almirez y la turbina, el botijo de la utopía saciando una sed de siglos. Hemos cambiado, eso sí, la boina del abuelo por una gorra de beisbol, de no sé dónde.

Quienes vivimos aquello, podemos jurarlo. ¿Qué se hizo de aquella energía colectiva, de aquel presentimiento? Luego, vimos cruzar coches oficiales, palabras mayúsculas, las rojigualdas tragándose a las blanquiverdes, los terratenientes parcelando latifundios para trincar más subvenciones de la Unión Europea. Con bases y sin bazas, sin reforma agraria y sin reforma urbana, el nacionalismo andaluz no es precisamente un trending topic, tan solo un eslogan que sale a pasear de cuando en cuando o una nota a pie de página en sesudos ensayos, o en manifiestos tan largos que no caben en un tuit.

Somos, ya lo sabemos, andaluces de temporada, una simple partida de nacimiento, en años como estos donde otras banderas ocultan su verdadera patria, la del dinero; su verdadero proyecto, el de dejarnos al pairo en la tormenta de la globalización, con el populismo a caballo como los viejos caciques; con otras soberanías que serían legítimas si no pretendieran volver a esquilmarnos.

El 28 de febrero de 1980, Andalucía era una urna cargada de futuro. Ahora, malhaya, un vago recuerdo de juventud, al que ya no reconocemos en los espejos de hoy. Sin príncipe ni princesa cuyo beso le despabile, esta tierra seguirá dormida como en un cuento sin hadas, a no ser que por sí misma despierte. 

Viva Andalucía Viva, gritábamos por las calles. Pero Andalucía parece estar muerta y, por lo tanto, no lo sabe.     

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