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Ave, Caesar! Dormituri te salutant
Si tuviera su pluma, hubiera titulado esta columna Lenguaje panfletario. Así lo hizo George Orwell con una suya, en Tribune, en marzo de 1944. Si tuviera su ingenio empezaría dictando sentencia de muerte contra palabras y expresiones. De él aprendí el significado de las palabras muertas, enfermas y tóxicas. En su sentencia de 1944, incluyó algunas que bien podrían merecer hoy similar destino: “apuñalar por la espalda”, “traición cínica”, “lacayo”, “perro rabioso”, “férula”, “cabeza de hidra”.
No me atrevo a dictar sentencia y mucho menos a señalar a las ajusticiables del reciente momento, quizá “no es no”, “banda”, “veto”, “bloqueo”, “encuesta”, pero no me estiro. No estoy hoy para aguantar el piar reticular de los fans, bots, trolls o groupies que tan enfurecidos andan y hasta dolidos y rabiosos con la libertad de expresión de los otros. Sí sostengo que en nuestro vocabulario o gramática política de ahora hay palabras enfermas y tóxicas que ya no ayudan a nada y menos a construir un futuro más allá de las ya inevitables elecciones del mes de los muertos, de los nuestros y de los suyos.
Pedro Sánchez tiene razón: en los próximos comicios sabremos más que antes. Y tanto, no somos tan torpes. Hemos podido observar todo lo que ha pasado e incluso evadirnos y evitar eso que, con tanto atino, tituló Orwell y yo ni me atreví: lenguaje panfletario. Sabremos tanto que igual hasta estamos resabiados; tendremos más datos pero, también, otras razones, otros estímulos y hasta temores diferentes. La vida cambia, lo debe saber todo dirigente que se presuma de izquierdas.
El lunes asistiremos a la última consecuencia del sufrido artículo 99 de la Constitución. Su final ha sido deslucido: hay un cierto consenso académico, debidamente ignorado por políticos y medios, en que el rey se ha excedido en su interpretación. Para mí que el casi centenario artículo no es tan malo, aunque desde la lista más votada ya se han hecho votos para reformarlo. La verdad es que da muchas oportunidades y, ciertamente, ante el fracaso de su manejo, no falla el procedimiento sino los protagonistas. No es la lista más votada la que sale malparada, ni lo es el aspirante a la investidura: es el pueblo que votó el que ha visto cómo su voluntad de que haya un gobierno progresista se ha dilucidado en los trajines de La Zarzuela, en vez de en el espacio de la palabra democrática, el Parlamento. Con un debate serio y abierto.
Ha perdido la gente, incluso los que tenían otras expectativas, porque el citado precepto constitucional no penaliza el fracaso. El fracaso del que recibía el encargo, solo uno, de formar gobierno; y en proporción menor, otros que protagonizaron el desenlace.
Lo quieren reformar para facilitar el camino a los incapaces, haciéndolo más ligero. Mala idea: la democracia también debe castigar a los inútiles y si estos políticos no han sido útiles formando un gobierno, el que sea, –ya ocurrió en otras legislaturas–, la mejor reforma del artículo 99 de la Constitución debería consistir en que los aspirantes que ya han fracasado no se puedan volver a presentar. Es duro tener que votar otra vez, han impugnado nuestra voluntad, pero no hay que rendirse. Habrá que votar, otra vez, más si cabe; el pueblo tiene que derrotar a los políticos mediocres y al mal funcionamiento de sus instituciones.
No, la peor consecuencia del fracaso en formar gobierno no es volver votar, se vota y punto, lo peor es que hay que votar a los mismos. Habrá que hilar fino.
Será difícil porque, como decía al principio, siguen las palabras antiguas, las que ya no valen para el futuro. Nos quieren llevar a otras elecciones pero con el mismo morral repleto de antiguallas. Pero se puede oír, escuchar de otra manera, no hay que tener miedo a pensar en libertad sin la presión piante de los agentes de la inmovilidad, de esa militancia agresiva, desafiante y cautiva que no tiene imaginación. Ya lo decía Orwell, la imaginación es como algunos animales, que no se crían en cautividad.
Decía que hay que estar atentos, no ceder, exigir, y, sobre todas las cosas, no dormirse, no sea que nos pase como a lo gladiadores que saludaban al César antes de morir. Los que van a morir, los que van a dormir. No, no nos vamos a dormir, estaremos muchos en vela hasta el 10N.