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¿Por qué el Brexit ha beneficiado a Corbyn?

Corbyn dice que todavía puede ser primer ministro

Lina Gálvez

Jeremy Corbyn no ganó las elecciones del 8 de junio, Theresa May le aventajó en 47 escaños. Pero el líder laborista tampoco las perdió, porque ganó 31 diputados respecto a las elecciones de 2015, mientras que May perdió 12, junto con la mayoría absoluta.

Como me ocurriera el año pasado con el referéndum sobre el Brexit, estas elecciones también han coincidido con una estancia mía en las Islas Británicas y he podido comprobar de primera mano, la euforia de los progresistas británicos tras el resultado electoral, sobre todo porque están convencidos de que la estrecha victoria conservadora obligará a May a abandonar la estrategia de negociar un Brexit duro.

El apoyo que el partido laborista ha recibido de los jóvenes, que fueron los que más claramente se opusieron al Brexit, y la promesa laborista de alejarse de un Brexit duro son las razones que mis colegas universitarios esgrimen para explicar los resultados del laborismo. A lo que es posible añadir el propio carisma de Corbyn y la coherencia que ha demostrado, tanto a lo largo de su carrera política como durante la campaña, con los principios de la socialdemocracia, algo que no hicieron los líderes laboristas de la tercera vía como Tony Blair o Gordon Brown.

Si esos análisis son correctos, Corbyn se habría beneficiado del rechazo de parte de la población al Brexit o, cuanto menos, a la línea dura del mismo. Lo paradójico de ese argumento, tras haber leído completo el programa del partido laborista, es que Corbyn no dijo no al Brexit, ni propuso convocar un nuevo referéndum. Tampoco en Escocia. Sólo propuso una versión más blanda del Brexit, respetando los derechos adquiridos de los tres millones de ciudadanos de la UE que viven en el Reino Unido y reclamando lo mismo para el millón doscientos mil británicos que viven en países de la Unión.

El Brexit del programa laborista implicaría seguir manteniendo relaciones comerciales con su principal socio, la UE, pero mirando sobre todo por el “crecimiento, el trabajo y la prosperidad” del Reino Unido. Y ello incluiría la continuidad del programa Erasmus, la participación de fondos de investigación como los del programa europeo Horizon 2020 o la cooperación en seguridad y defensa.

Pero el Brexit del programa laborista también supondría acabar con la libre circulación de personas. El epígrafe del programa reservado a inmigración se sitúa dentro del capítulo dedicado al Brexit, donde se propone textualmente crear “un nuevo sistema que esté basado en nuestras necesidades económicas”.

En la propuesta laborista, el gobierno, junto con las empresas y los sindicatos, debería establecer cuáles son las necesidades o carencias del mercado de trabajo británico. Esas carencias, según el capítulo dedicado a educación, deberían de poder ser cubiertas en el medio plazo con la mejora del sistema educativo, pero en el corto plazo podrían serlo mediante la importación de trabajadores a la carta.

De hecho, en el capítulo reservado a sanidad y a la mejora del sistema nacional de salud (NHS), se alaba explícitamente la labor de los profesionales extranjeros e, incluso, se les promete una subida de sueldo y unas mejores condiciones de trabajo.

También son mencionados en el epígrafe de inmigración, y bienvenidos, los estudiantes internacionales, al reconocer sin rubor que aportan a la economía británica 25 billones de libras. Tal vez promocionar aún más la llegada de estudiantes internacionales fuera una de las estrategias que los laboristas tenían en mente cuando lanzaron una de sus medidas estrella, que sin duda está detrás del incremento en el número de jóvenes que se registraron para votar en las elecciones del pasado jueves. Me refiero a la gratuidad de la enseñanza universitaria. Una medida por otra parte muy justa y acertada, teniendo en cuenta que la deuda media de los estudiantes universitarios al graduarse en Gran Bretaña es de 44.000 libras.

Pero la remontada del laborismo le debe mucho más al Brexit que a esa medida y en una línea muy distinta a la apuntada por mis colegas. La salida de la UE ha permitido a Corbyn y a su Partido Laborista elaborar un programa electoral y, en particular, unas propuestas económicas marcadamente nacionalistas, que el mismo partido no podría haber planteado en caso de que el Reino Unido hubiera elegido seguir perteneciendo a la UE. Mediante esas propuestas, los laboristas británicos han abandonado la ambigüedad de la que adolece gran parte de la socialdemocracia europea acerca de qué modelo económico necesitamos para conseguir una sociedad más justa e igualitaria.

En el programa con el que Corbyn concurrió a las elecciones había medidas contrarias a las leyes de competencia y de liberalización de mercados de la UE, Entre ellas, por ejemplo, encontramos la propuesta de utilizar “todas las herramientas” para apoyar las exportaciones de las empresas británicas -especialmente de las pequeñas y medianas empresas- o la de nacionalizar los sectores estratégicos de la economía británica, incluyendo, claro está, la renacionalización de los ferrocarriles privatizados en 1993.

El programa con el que el Partido Laborista y Corbyn se presentaron a las elecciones del pasado jueves representaba una auténtica apuesta socialdemócrata y sonaba mucho a viejo laborismo, hasta en la ausencia de la transversalidad de género en el mismo, teniendo en cuenta que incluye un pequeño epígrafe sobre mujeres justo antes de uno sobre el colectivo LGTB, que precede a otro sobre diversidad y un cuarto sobre discapacidad. Todos los “colectivos” puestos en fila.

El programa de Corbyn abogaba por una redistribución de la riqueza a través de una fiscalidad progresiva y un amplio programa de gasto y servicios públicos, desde vivienda hasta el servicio postal, que haría también las veces de sucursal bancaria garantizando a todos los municipios el acceso a los servicios financieros. También retomaba el protagonismo de lo público, no sólo a través de las nacionalizaciones, sino creando sistemas nacionales de educación o dependencia al estilo del sistema nacional de salud. Y reforzaba el papel de los sindicatos.

En definitiva, un programa que, como apuntaba su propio título, buscaba alcanzar un bienestar que fuera “For the many, not for the few”, es decir, que los réditos del crecimiento económico se distribuyeran de manera más justa en la sociedad británica, a través de una continua rendición de cuentas en un parlamento que debería tener más poder que el que actualmente tiene, independientemente del cedido a Bruselas.

Tal vez la propuesta del actual laborismo británico de apostar por las fronteras del estado nación para garantizar un auténtico control democrático de la política, especialmente de la política económica, sea la solución por la que debe decantarse la socialdemocracia para no volver a caer en las ambigüedades en las que ha estado incurriendo en estos últimos años y así diferenciarse claramente de los planteamientos económicos neoliberales.

Personalmente, no sé si esa es la solución o si, por el contrario, es posible encontrar una manera de construir instituciones que garanticen una democracia global y bienestar para todas las personas y no sólo para los ciudadanos y ciudadanas de los países ricos que puedan permitirse una política nacionalista y una apertura de fronteras a la carta.

Desgraciadamente, no sabremos si la apuesta del Partido Laborista británico para las elecciones del 8 de junio era la correcta, porque el programa de Corbyn no ha resultado lo suficientemente atractivo o creíble para los británicos, que han decidido seguir siendo gobernados por el partido conservador y Theresa May.

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