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Furibundos

Mensaje de Vox en las redes sociales para alentar una cacerolada contra el gobierno el 2 de mayo.

María Iglesias

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No contentos con que en España los ciudadanos afrontemos el Covid-19 y su catástrofe económica sin la unidad política que sí hay en el entorno europeo, la derecha partidista y mediática se ha empeñado en romper la unión de los balcones. Y lo ha logrado.

Amagaron la semana pasada con los minutos de silencio que instituciones como la Junta de Andalucía convocaron sobre las ocho de la tarde, cuando se homenajea a los sanitarios por su heroico trabajo. En teoría, el silencio era en homenaje a los muertos e instantes antes. Lo cierto es que los aplausos ya fueron menos. Pero esta semana el boicot a la unidad vecinal ha pasado de mudo a ensordecedor vía cacerolada.

El sábado, a las siete de la tarde, en los barrios que elección tras elección dan victorias al PP y Vox, martillearon cazos con más entusiasmo y minutos del que ni en los días más negros han recabado quienes exponían sus vidas para cuidar de los demás en hospitales, farmacias, residencias de ancianos, coches patrulla, supermercados, retenes de bomberos, desinfecciones del ejército…

Los caceroleros golpeaban furibundos. Podría haber sido indignados por el disparatado cierre del hospital de Ifema a instancia de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, donde ella, otros políticos de la asamblea, sanitarios y enfermos de alta festejaban hombro con hombro, dándose manos, abrazos y palmadas como si no hubiera Estado de Alarma. Pero la insensatez de Díaz Ayuso se perdona porque es del PP.

Podría haber sido, aquí en el sur, por el gravísimo reparto por la Junta de Andalucía de más de diez mil mascarillas defectuosas y caducadas entre doctoras, enfermeros, celadoras y auxiliares en hospitales de las ocho provincias. Pero tampoco porque, tras 37 años, el ejecutivo andaluz es del PP (con Ciudadanos, y apuntalado por Vox). Había que escucharlos cuando el gobierno de Pedro Sánchez compró tests y mascarillas que no valían a dudosas empresas chinas. Ahora que la Junta andaluza ha incurrido en lo mismo las caceroladas… ¡siguen siendo contra el gobierno de España!

¿Por qué? Por lo uno y lo contrario. El 10 de marzo, ¡el 10! dos días después de la protesta feminista del 8M que tanto les escuece, el presidente de la Junta, JuanMa Moreno, seguía defendiendo que no había razón para cerrar los colegios, ni cancelar la Semana Santa o el Festival de Cine de Málaga. Pero cuando, el 14, Pedro Sánchez dictó el Estado de Alarma ya iba tarde y exigían un cierre más fuerte. Y en cuanto el gobierno dictó la hibernación de la economía no esencial entonces es que se pasaba y nos traía la ruina y había que abrir enseguida. Pero cuando se anunció la desescalada y apertura de los comercios a un tercio de capacidad, era que total así no convenía abrir.

Usan el Covid-19 para intentar que el Gobierno caiga

Usan el Covid-19 para intentar que el Gobierno caigaMientras el líder de la derecha portuguesa, Rui Rio, respalda las medidas de su gobierno de izquierda “porque así no estoy apoyando al partido socialista, sino a Portugal atacado por el Covid-19”, la derecha española de Pablo Casado y Santiago Abascal, dos caras de la misma moneda, es tan incapaz de soportar que haya un gobierno de izquierdas, sobre todo con un PSOE de Pedro Sánchez frente al de Susana Díaz que preferían, sobre todo con ministros de Unidas Podemos, sobre todo con Pablo Iglesias de vicepresidente que usan el dolor, los muertos, el paro, el miedo y el enfado ciudadanos para intentar que el gobierno caiga.

Las caceroladas son contra el gobierno de España no por lo que hace, por ser. Y, de camino, contra la mitad del país. Como las banderas con crespones negros que se atreven a acusarnos a quienes no las ponemos de no llorar a los muertos.

Del sentimiento de hermandad, por el sufrimiento y esperanza compartidos, de las tardes de aplausos y el Resistiré cantados por gargantas de todas las ideologías hemos pasado a un clima de pugna y amedrentamiento, mi postura es la buena, no la tuya.

El extremismo españolista y catalanista se han unido en argumentos falaces: “el país es solo nuestro”, “si gobernara el partido que yo quiero habría menos muertos”.

Es descorazonador. Pero puede empeorar. El PP lleva una alocada carrera –además de la de Rajoy saltándose el confinamiento- en competición con el ultra Vox. Y Vox no tiene límite en su radicalidad. Para ellos el propio líder de su iglesia, encarnación de Dios en la Tierra, merece -por pedir la renta básica- que Santiago Abascal le degrade llamándole, en vez de Papa Francisco “ciudadano Bergoglio”. De ahí para abajo, imaginaros.

De momento, la convocatoria falangista #STOPConfinamiento afín a Vox, que desafiaba el Estado de Alarma con protestas el 2 de mayo ante los Ayuntamientos no ha tenido gran seguimiento. Pero es intolerable como amenaza al gobierno legítimo, a sus votantes y la democracia, a partir del simbolismo de la lucha contra Napoleón. 

Ello, unido al belicismo exhibido por Abascal, Espinosa de los Monteros y Ortega Smith defensores de portar armas de fuego y autor, este, de los intolerables tiros en una base militar murciana, justifican la inquietud cuando en EEUU bandas armadas asaltan el Capitolio de Michigan para imponer el desconfinamiento sin garantías sanitarias que dicta el fanatismo ultracapitalista de los de Trump y Abascal.

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