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El contagio empieza a ser palpable

Es falso que la mayoría de detenidos por violencia machista sean extranjeros

Isabel Pedrote

La periodista francesa Mona Chollet relaciona en su libro Brujas (Ediciones B) la cacería desencadenada en Europa a principios de la Edad Moderna, que en realidad fue una guerra contra las mujeres, con la efervescencia humanista del Renacimiento. El estallido de esta orgía de sangre no ocurrió en la Edad Media, como a menudo se sugiere, sino en una etapa que asociamos con el inicio del progreso, las ciencias y las artes. Hubo más de un motivo -la necesidad de hallar un chivo expiatorio y el miedo a los cambios es siempre el origen de todas las persecuciones- pero, sin duda, se trató de una explosión de misoginia gradualmente acumulada ante la autonomía que trabajosamente iban adquiriendo las mujeres. Podían hacerlo y lo hicieron.

A cada conquista colectiva, a cada mutación trascendente, le sigue una respuesta involutiva. Es más, suelen ser simultáneas: a la vez que arraiga el avance se está construyendo ya la ofensiva de la reacción para desandar el camino y reimplantar el orden primigenio. En lo que concierne a la mujer, este vaivén de la historia ha sido una constante desgraciada. En cualquier época sobre la que pongamos la lupa, encontramos a quienes han percibido la más leve brisa de independencia y de igualdad como un huracán catastrófico. Y han corrido a dominarlo. Sólo en el siglo pasado las oscilaciones se amontonan: desde la práctica abolición de la mujer española como ser social tras la caída de la República, o el retroceso de la emancipación alcanzada en la Segunda Guerra Mundial, hasta la revancha de la opinión publicada durante los ochenta y noventa contra la expansión de las dos décadas anteriores.   

La sociedad española ha dejado de ver con normalidad el sexismo y la ausencia de mujeres en las esferas de poder. Ya no pasan inadvertidas esas chirriantes fotografías de ternos oscuros en los órganos decisorios o en cualquier palestra de la índole que sea. Los papeles secundarios, de comparsa, de complemento o de adorno resultan del todo intolerables y, sobre todo, se ha tomado conciencia de lo execrable de la violencia machista. Aunque las formaciones de izquierdas han sido las valedoras de las políticas de género al introducir acciones positivas y liderar la avanzadilla, hace tiempo que los partidos conservadores clásicos dejaron de lado (al menos verbalmente) los discursos refractarios del feminismo e hicieron suyas, con variaciones, las políticas favorables a la mujer. El PP lleva años hablando de su compromiso con la igualdad.

Ahora en Andalucía, al cambiar el concepto de “violencia de género” por el de “violencia intrafamiliar”, populares y Ciudadanos tratan de vender la rendición ante sus socios de Vox para aprobar el Presupuesto como un juego de palabras, una astuta maniobra, una treta ingeniosa sin repercusión práctica, en plan “para ti la perra gorda”. Pero la victoria de la extrema derecha al borrar la violencia machista de la lista de las prioridades públicas es más que simbólica, es aceptar pulpo como animal de compañía, es decir, renunciar a la razón y admitir lo inadmisible. Porque con esta dócil postración lo que se impugnan son los fundamentos jurídicos y académicos sobre los que se apoya.

Otras formas de estigmatizar

Es alarmante que PP y Ciudadanos se hayan doblegado a la extrema derecha y participen en el nuevo barquinazo regresivo que ésta quiere propinar a la sinuosa trayectoria de los derechos de la mujer. Los energúmenos se han quitado los disfraces y parece que ellos se los han colocado. Se obraría mal si se minimiza esta zancada hacia atrás o la respuesta es la indiferencia. Hoy sería inimaginable en este lado del planeta que las instituciones llevaran a las mujeres a la hoguera, y mucho menos bajo acusaciones tan delirantes como emprender vuelos nocturnos o copular con el diablo, como las que condujeron a cientos de miles de inocentes hacia el cadalso [un genocidio, por cierto, nunca contado como tal]. Pero existen otras formas de estigmatizar, y una de ellas es dejarse arrastrar por doctrinas ya superadas y negar el machismo estructural que explica la secular desventaja femenina, y que en España hayamos rebasado el millar de asesinadas por sus parejas y exparejas.

Menoscabar las políticas de prevención y protección del maltrato y el asesinato, reduciendo recursos o privatizándolos con un sesgo claramente escorado -como son los programas para embarazadas a través de “conciertos con asociaciones”, pactado con los ultras-, tendrá consecuencias en un lapso corto. No tardará en notarse. El centro derecha y la derecha españolas estaban ya lejos de cuestionar la lucha contra la violencia machista, y las políticas de género en general. La irrupción de Vox y los acuerdos que han sellado con ellos lo ha cambiado todo. El contagio empieza a ser visible y, lo que es peor, palpable.  

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