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Doble legitimidad

Pedro Sánchez vota en la consulta a las bases del PSOE.

Javier Aroca

La consulta del PSOE a sus bases ha dado como resultado un apoyo del 92% a la propuesta de su dirección, con una participación muy superior a aquella otra consulta a la que fueron convocados con ocasión de los amoríos con Ciudadanos.

El dato es muy relevante, coincide con los voceríos expresados por la militancia callejera socialista en la noche electoral, tratados de deslegitimar por los espontáneos orgánicos –que no conocían la voluntad de Pedro Sánchez– con el argumento de que eran infiltrados de Unidas Podemos. Tiene que ver también con un apoyo apabullante a las tesis de su actual secretario general, Pedro Sánchez. El acuerdo de Gobierno de Sánchez con Pablo Iglesias tiene vía libre y eso no es noticia menor.

No lo es porque, hasta la fecha, la sensación percibida y publicada era de una tutela y tutoría de los vejestorios del socialismo sobre la persona de Pedro Sánchez. Si alguna vez lo fue, lo sería, así parecía, pero después de esto, los militantes socialistas no solo han apoyado a su líder; han decidido, con una especie de Grito de Morelos emancipatorio, desligar el socialismo actual del que representan los vetustos gurús del pasado.

Una de las noticias más relevantes de este presente socialista es que hasta Susana Díaz, en su aspiración de despojar a la derecha ultraderechista del Gobierno de Andalucía –repitiendo su última victoria electoral– ha decidido desprenderse, igualmente, de la tutela filipina que tanto ha influido en la política discrepante de sus tiempos rebeldes.

Un 92% ha dicho dicho sí, de lo que se puede deducir que solo una exigua proporción ha dicho sí al pasado; la mayoría aplastante ha despreciado el oráculo de Bellavista, intromisión hasta ahora consentida, derecho libre de expresión de los viejos santones, por supuesto; Felipe González y Alfonso Guerra, ahora unidos, con su antigualla de seguidores orgánicos, ni cuentan. Huérfanos de representación, según González, militantes que no simpatizantes, según él mismo, militantes en fuga según las evidencias. Quizá esa sea la clave, que hace ya mucho tiempo que la soberbia y orgullo de los antiguos no les permite simpatizar y sí militar, con ánimo de lucro, pero sin cubo ni brocha, ni obediencia o lealtad militante.

Desde luego que la vieja guardia, que nunca consultó, tiene todo el derecho a discrepar. Pero solo eso. Todo un mensaje, si es que el PSOE tiene intención de ser algo nuevo. A estas alturas, ya deben de tener claro que sin las camballás de sus clásicos quizá no hubiera explotado un 15-M, ni tampoco hubiera brotado Podemos.

Los antiguos quieren que nada se mueva, para que así ellos no sean movidos. Un egoísmo insolidario pero, sobre todo, una gran irresponsabilidad, deslealtad, ventaja al adversario y una mutación ideológica sin congreso ni militancia de por medio. Estas veleidades ideológicas, más allá del social-liberalismo y más cerca del ultraliberalismo, explican la indecencia del silencio ante la masacre ciudadana por parte del autoritarismo criollo hispanoamericano, predicado desde púlpitos madrileños, la capital, como vislumbró Ernest Lluch.

Y con todo, un aire fresco del pasado. Probablemente se equivocó en lo económico, pero nadie ha sido tan decente socialmente al frente de un gobierno en España como José Luis Rodríguez Zapatero. No sucumbió ni se dejó seducir por el “vargasllosismo” madrileño disfrazado de progresía de bien. Hoy no le ha intimidado el ambiente retozón de la Corte para afirmar con contundencia democrática que en Bolivia ha habido un golpe de Estado. Salve Zapatero. Sin puertas giratorias, pero con vergüenza. No todos son iguales.

Vuelvo a la consulta. La derecha, aún consternada por la derrota, no articula argumento alguno que no sea deslegitimar un gobierno progresista. Poco democrático argumento pero felizmente contestado por la militancia socialista –se espera que también lo sea por la de Unidas Podemos–. Tanto PSOE como Unidas Podemos tienen la legitimidad de las urnas y el paraguas democrático de la propia Constitución. A esa legitimidad añaden la de sus bases, en un ejercicio fresco de democracia participativa. Doble legitimidad, que no se exige pero se agradece porque agranda la justicia del acuerdo de Gobierno.

Y pista libre, segundos fuera, gurús lejos, camino franco para una nueva transición democrática. Solo queda otra legitimidad, no asumida: la que corresponde a una oposición decente. Le toca al PP, también desprendido de sus antiguos; o una oposición legítima o una oposición trabucaire, en manos de la regresión, débil y cómplice frente a la extrema derecha. Ilegítima.

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