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Esto no es noticia

Afganos en la frontera con Macedonia

Ana I. Bernal Triviño

La mayoría podrá esperar que este artículo trate sobre la investidura. Las tertulias y columnas de los diarios ocupan, como es normal, cientos de análisis y estrategias. Este artículo no va de eso.

En la película ganadora del Óscar, Spotlight, sobre la investigación periodística de los abusos sexuales de sacerdotes en Boston, los periodistas se preguntan una y otra vez… “¿Cómo no lo habíamos visto antes?”. Tuvieron la noticia en su mano. La relegaron a un faldón. Tuvieron testimonios de las víctimas en una caja repleta de documentación. Relegaron esa caja a los almacenes. O somos bastante miopes o bien estamos bastante ciegos ante la luz de los grandes titulares de la prensa y el poder que ejercen las autoridades sobre nosotros.

Por eso mismo, este artículo nace con la certeza de que apenas tendrá repercusión porque su contenido no es el titular de día. A pesar de atentar contra los derechos humanos, no son noticias porque se han instalado en lo cotidiano. No tienen nada de excepcional. No venden. No son portada porque cuestionarían el sistema capitalista y eso pone en peligro el negocio. Negocio puro. Dinero. Y de ser así, pondría sobre la mesa, de forma diaria, el debate sobre la justicia social.

No sé si se han enterado de que han gaseado a niños en la frontera entre Macedonia y Grecia. Que una niña enferma ha muerto en Gaza sólo por el bloqueo de Israel. Que en otros casos nadie llega a escribir sobre emigrantes y refugiados. Y los que mueren de hambre, jamás serán noticia.

Tampoco es noticia, más allá de la cifra de la subida del paro, la voz de quienes lo padecen cada día. O de aquellos que suspiran por alcanzar cada mes un sueldo mínimo. Que los derechos laborales se están aniquilando. Que nuestra deuda pública está disparada y eso sólo se traducirá en menos inversión para todos. Que en cuanto tengamos Gobierno, Europa no se anda con bromas y nos mandará más recortes. Que cuando se apruebe el TTIP seremos auténticos peleles en manos de lobbies.

Que vivimos en un país donde se piden tres años de cárcel a personas que evitan desahucios, mientras los robos y la corrupción reciben penas ligeras o la más absoluta impunidad. Que aquí las eléctricas recaudan dinero a mansalva y nos recargan gastos que ni se corresponden con nuestro consumo real. Que en nuestro recibo del gas pagamos 182 euros para cubrir la indemnización por el fracaso del caso Castor, de Florentino Fernández. Que seguimos teniendo a dependientes en lista de espera, operaciones que se retrasan por falta de personal y medios o personas que acuden a bancos de medicamentos porque no pueden ni pagarlos. Que tenemos una institucionalización de la caridad frente a la solidaridad y que muchos de ellos, más que ayuda, sólo buscan los beneficios fiscales.

Hace días leí sobre la pared de un barrio: “La pobreza es terrorismo”. Y hemos asumido, durante muchos años, que todo ese poder se puede ejercer sin oposición y con impunidad. Y todas estas noticias reflejan un opresor y un oprimido.

Hay días que detesto esta profesión. Porque hay meses en los que apenas da para comer y porque me queda la sensación de que estos mensajes son como gritos en el desierto, que carecen de utilidad. Sólo reaccionamos cuando tenemos aquí los atentados del Daesh, cuando tenemos nuestro bolsillo vacío, cuando los recortes nos afectan… y antes de llegar a cada catástrofe, vinieron muchos avisos, muchas noticias en breves que actuaron como semillas, muchas noticias en el cubo de la basura. Y entonces nos preguntamos… “¿Cómo no lo habíamos visto antes?”. A veces, demasiado tarde.

No sé qué hubiese sido de nuestra crisis si cada día hubiésemos titulado con un desahucio, con un niño que no tiene para comer, con quien se siente machado por la realidad, con quien ha muerto por depresión ante su falta de esperanzas… No sé si hubiésemos podido evitar esta crisis galopante. Pero sí sé que, al menos, hubiésemos tenido una mejor sociedad, con las ideas más claras de lo que es justo y de lo que no.

De ser así, lo que acabo de escribir no sería noticia porque estaría vencido.

Y de ser así, nuestra decisión en las urnas habría sido absoluta. Y un día como hoy, no estaríamos con un acto de investidura en la cuerda floja.

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