Solidaridad privatizada

Con ser grave, el desmantelamiento de los servicios públicos de educación y sanidad no es nada comparado con la privatización de la solidaridad que se esconde tras el desmantelamiento de las redes de atención social. No es sino el alma del neoliberalismo que nos invade, escondida en la puritana austeridad de los “bárbaros del norte”.

Los hospitales bien dotados, para los que puedan pagárselos con su dinero de pudientes, o con el del seguro privado de su sueldo de ciudadanos de bien. El que no sea capaz de subirse a ese carro, que sea objeto de la beneficencia. El excluido social se trueca en marginado, con acceso sólo a los comedores, dormitorios y hospitales para pobres sostenidos con las generosas (y piadosas) aportaciones de los ciudadanos privados. No es cuestión del Estado garantizar su techo en invierno sino, en la España católica, de las monjas de la caridad. No le corresponde al Gobierno garantizar su subsistencia física con pensiones no contributivas ni rentas sociales, sino a los bancos de alimentos sostenidos con productos caducados sin salida en el mercado.

En una sociedad que mantiene que la defensa del bien común no sólo no depende del Estado, sino que éste está obligado a mantenerse al margen. Que depende de sus individuos, que se organizan libremente para comerciar, y con el beneficio obtenido alimentarse, cobijarse, educarse, curarse… Dejar en manos privadas el cuidado de sus débiles es, no ya el culmen, sino el punto de partida de su ideología. El pobre, por tanto el fracasado, no debe ser objeto de la solidaridad del Estado, sino de la caridad organizada por eso que los convencidos de las bondades del Estado débil definen como la sociedad civil.