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Subvencionado, tú

Los galardonados en los Premios Goya

Isabel Pedrote

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El lingüista George Lakoff nos habló en su popular ensayo No pienses en un elefante (Ediciones Península) de la importancia que tiene para el proceso de creación de opinión pública fijar un marco mental que delimite los términos del debate, y de que el principal instrumento para lograrlo es el lenguaje. Si en los últimos años en España hay una palabra clave que consiga establecer un encuadre altamente negativo en sólo unos minutos, esa es sin duda subvención. Es mentarla y empezar a borbotear improperios como una cafetera en ebullición, pese a que algunos en el frenesí se disparen en el pie de su propia incongruencia. Ocurre en cada edición de Los Goya. Los premiados dicen cosas que molestan al arco conservador y enseguida se activa el alfilerazo sin frontera. No tiene pérdida: cuando el dinero público va a los que me caen bien, se trata de ayudas, respaldo institucional, políticas de apoyo; cuando no, es subvención. Como un insulto. Subvencionado, tú.

No seré yo la abogada de las pesadísimas peroratas que los galardonados se marcan al recoger las estatuillas, una letanía de agradecimientos, afectadas dedicatorias y reivindicaciones variopintas que prolongan la gala hasta que te hormiguean las piernas de puro entumecimiento. Si bien ha de admitirse que es lo habitual en los festivales, y sucede en todas partes: desde Cannes a Hollywood, raro es quien se resista frente al micrófono a enumerar atropelladamente la lista de allegados o defender su causa. Tampoco me propongo escribir de los contenidos de las demandas, de si son justas o improcedentes, moderadas o abusivas, elegantes o chabacanas. Ni siquiera de por qué irrita tanto a ciertos sectores, que se creen con licencia para pontificar y dar lecciones, que los cineastas elijan para sus películas los temas que les inspiran y motivan, en lugar de los que a ellos les gustan. Y que lo reprueben con el habitual (y ya cansino) desparrame de sinónimos maledicentes de progresista.

Lo que llama la atención es el afán de ofender de quienes se ponen a gritar ¡al subvencionado! ¡al subvencionado! como si lapidaran herejes pillados en flagrante delito. ¿Qué piensan que son entonces los fondos europeos, la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta, facilitar la apertura de negocios, el emprendimiento o el fomento de la investigación, por mezclar churras con merinas para que se vea mejor? Tal vez habría que recordar lo obvio: las subvenciones son mecanismos tradicional e internacionalmente utilizados para incentivar políticas de interés general o social que requieren de respaldo económico. Pocos son los que sostienen que la cultura deba de ser rentable en términos monetarios y, en consecuencia, tratada como cualquier producto comercial. El papel de las administraciones como motor de las artes casi nunca se suele cuestionar. No queda otra.

¿Qué pasa entonces? ¿Por qué este ensañamiento crónico con la subvenciones a la producción de películas en las galas de Los Goya; unas ayudas, además, que ni rozan lo que destinan otros países a sus industrias? ¿Por qué ha caído casi exclusivamente en el cine todo el enorme peso muerto de este baldón? Quizás haya que buscar el motivo en el impacto inmediato de lo audiovisual y su capacidad de penetración. Lo que comentan nuestras celebrities llega rápido y lejos, influye, suscita debate, crea opinión y hasta tendencia, que después viene el Instagram. Desengañémonos: lo que molesta y fastidia es el discurso progresista no la subvención. Mientras tanto, tiene su punto de sarcasmo que columnistas especializados en libros ad hoc para el patrocinio de ayuntamientos diversos y que predican desde periódicos que sobreviven gracias al apoyo público a través de la publicidad institucional se pongan estupendos. Subvencionado, tú. Pues anda que tú.   

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