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Teresa Rodríguez: una activista veterana entrando en primera línea

Teresa Rodríguez en un autobús en Sevilla.

Olga Granado

Pasan las doce del mediodía y Teresa Rodríguez lleva ya tres cafés en el cuerpo, por lo que cuando llega a la cafetería de la Alameda de Hércules (Sevilla) concertada, no pide un cuarto. Ni siquiera un vaso de agua. La acompaña una periodista de Le Monde que le está haciendo un seguimiento para un reportaje. Hace poco más de un mes eran las cámaras de TV5 las que la registraban en el mitin que dio en Sevilla con Pablo Iglesias. “En Francia hay mucho interés por Podemos, porque no tenemos un fenómeno parecido, no entendemos por qué no hay indignados”, explica la periodista.

Es viernes 13 y se acaban de publicar los resultados del Estudio General de Opinión Pública de Andalucía (Egopa), que le dan a Podemos un 14,9% de votos en las inminentes elecciones autonómicas. Ella es la candidata de Podemos, pese a que no fuera la opción preferida por Pablo Iglesias para este primer reto del partido tras las elecciones europeas. No había mucho margen, y el partido trabaja contrarreloj en la construcción de su programa y en el discurso de su candidata. Ella no oculta ciertas diferencias con el fundador de Podemos, como cuando insiste en la necesidad de “dar más protagonismo a los círculos” y que sean “verdaderos órganos de participación”. Recela de las estructuras verticales, pone sus condiciones pero se siente respaldada y está convencida del proyecto.

El Egopa ni siquiera ha incluido su nombre a la hora de preguntar por el grado de conocimiento y la valoración de los líderes políticos andaluces, porque aún no estaba elegida. Y puede que para los grandes medios de comunicación Teresa Rodríguez fuera poco conocida hasta que se convirtió en eurodiputada. Pero no es nueva en la política, pese a que nunca se haya visto en un escaparate como éste. Equilibra espontaneidad y contención, permitiéndose 2 ó 3 segundos para contestar y no meter la pata. Sabe que está en primera línea. Frunce el ceño cuando se le pregunta por el equipo, por las injerencias de la dirección nacional a la hora de elaborar las listas, mientras derrocha pasión cuando habla de qué pretenden conseguir para Andalucía.

La más joven de los candidatos a la presidencia entre los partidos con opciones de tener más escaños (nació en 1981 en Rota, Cádiz) lleva militando en distintas organizaciones desde cría. Con apenas 18 años -todavía no había tenido ocasión ni de votar- fue en las listas de IU para las elecciones autonómicas de 2000. Luego concurriría a las elecciones municipales con Izquierda Anticapitalista para sacar un puñado de votos. Hasta que llegó Podemos. En paralelo, ha participado en movimientos estudiantiles, feministas, pacifistas, pro derechos humanos... “Soy militante”, comenta en un momento de la conversación. Y no es que le venga de familia, pese a que recuerda que su padre militó en el PSA. Simplemente, un día sintió que quería “hacer algo para mejorar las cosas”, conmovida entre otras muchas cosas con las imágenes en televisión de hambrunas en los 90. “Cuando somos pequeños todos somos más sensibles a las injusticias”.

Su empeño pasa por poder presentar un programa que vaya “muy a lo concreto” para combatir precisamente esta crítica que habitualmente se le hace a Podemos. Deja claro, sin embargo, lo injusto de esta visión cuando otros partidos han prometido el pleno empleo de cara a citas con las urnas, “por poner un ejemplo”. Los fuertes de su programa serán, según recalca, el cambio del modelo productivo, por un lado, “pero de verdad”, y la lucha contra la corrupción mediante transparencia y participación, por otro. Está entusiasmada con ello: “Tenemos un equipo de 30 economistas trabajando en el programa (...). Y para nuestro mecanismo de transparencia, hay ideas muy buenas, y resulta tan barato... Es tan fácil de hacer, si se quiere, que va a sorprender”. Pero no cuenta más. “Se está ultimando”.

Estudió Filología Árabe en la Universidad de Sevilla, en una promoción de la que salieron dos licenciados. De eso no iba a comer mucho, por lo que se preparó oposiciones. Hasta que ocupó el escaño en la eurocámara, daba clases de Lengua y Literatura en un instituto de Cádiz, lidiando con la chavalería en plena ebullición de hormonas. “No es para tanto”, afirma, pese a que no lo echa de menos en estos momentos en los que se enfrenta a su mayor reto en la política y a las contradicciones propias de una militante de izquierdas por vocación y convicción balanceándose en los difíciles juegos de equilibrios en los que se mueve Podemos. “Lo que decimos es que el debate no está ahora en la derecha o la izquierda. Pero claro que soy de izquierdas”. Y clava la oscuridad de sus ojos para despejar dudas que precisamente ella no despierta. Es más, insiste en que es “la misma” y que nadie está moderando su discurso ni poniendo coto a una naturalidad que la llevó en ese mitin con Pablo Iglesias a cantar por Carlos Cano o a marcarse una chirigota. Ella misma ha escrito coplas de carnavales callejeros.

“Soy de pueblo”

Le va la ironía. En cambio, tuerce el gesto cuando se refiere a las jugadas de una sobreexposición mediática a las que en todo caso resta importancia. Desde la entrevista que le hizo Interviú con el titular “Me encanta el sexo” hasta la secuencia de fotografías que circula por internet con el “Teresa Rodríguez ya no es tan perrifláutica” (por su progresivo cambio de imagen), pasando por esa otra que muestra a una mujer que se le parece, desnuda en la playa con un “Podemos”, y que se puede comprobar que no es ella.

“Soy de pueblo”, subraya con orgullo, pese a que últimamente vaya poco por Rota, porque desde hace meses ha sido un no parar entre Bruselas, Madrid y, más recientemente, Sevilla, con la candidatura. En Bruselas se ha aficionado mucho al flamenco por la morriña y se reconoce como una gran amante de la música de Semana Santa. “Es una música que va mucho a la boca del estómago”, cuenta. Eso sí, pese a tanto viaje, saca tiempo para coordinarse con su pareja -“mi compañero”, lo refiere las veces que lo menciona- y coincidir con él cuando está con los niños. “La Tere”, la llaman los niños, a los que ella les prepara magdalenas cuando puede. Porque le gusta la cocina. Ya lo mostró en Youtube cuando se grabó haciendo un guisote para hablar de encuestas. “¡La cocina no estaba tan desordenada!”, exclama cuando oye los comentarios sobre el vídeo. Que tampoco grabó con un “carísimo iphone 6, como han dicho algnos”. Y enseña su teléfono móvil: un android normalito y con la pantalla partida.

El tiempo se le consume más rápido que nunca, pese a que sabe lo que es llevarse un par de semanas sin dormir. Ve poco la televisión y ni se acuerda de la última vez que fue al cine. Tiene aparcado Calibán y la bruja, de Silvia Federici, porque su mesilla de noche la copan ahora propuestas de programa para el 22M y trabajos pendientes del Parlamento Europeo, que dejará en unos días. Haciendo un poco de memoria, cree haber dejado Juego de tronos en la segunda temporada. Pero en general le cuesta hablar de aficiones de este tipo cuando lo que le mueve la sangre es el activismo. “Cuando eres militante es porque te gusta”, reitera. Sólo se permite una licencia para confesar que echa en falta el baloncesto, porque solía echar sus canastas con “un grupo de puretas” de un club de Cádiz. Pero el partido está ahora en otro lado.

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