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Romper la locura, romper el silencio

Romper la locura, romper el silencio

Javier Cuenca

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Hoy debía escribir un artículo centrado en la última campaña que hemos lanzado desde Save the Children para alertar sobre la necesidad de aprobar una Ley de protección de la infancia contra la violencia. Pero, antes de eso, he decidido acordarme de un libro que me leí hace unos tres años, el cual tiene una profunda relación con todo esto.

¿Has tenido la oportunidad de leer Instrumental, el libro en el que James Rhodes quiere hablar, según expresa él mismo, de música, medicina y locura?

En lo poco que puedas confiar en mi criterio, te recomiendo vivamente que te hagas con él y que lo leas. Se lee rápido, no es prosa profunda.  A veces, en ciertos pasajes, por desgracia, uno lo lee más rápido de la cuenta porque desea con angustia infinita pasar a la página siguiente lo antes posible.

Como digo, lo leí unos años antes de que Save the Children lanzara, el pasado miércoles, la campaña #Rompoelsilencio, con la cual queremos unir fuerzas para romper la locura de la que habla James en su libro. Una locura que nuestra sociedad parece pensar que no está aún preparada para romper. Pero sí lo estamos.

Como padre, trabajador de Save the Children, hijo, niño que fui, amante de la música y muchas cosas más, creo que el mero hecho de intentar entender esta locura, tal como la que sufrió Rhodes en su infancia, es un asunto que me mantiene voluntariamente cautivo durante una parte importante de mi día a día.

No es un trabajo fácil pararse a pensar qué hay dentro de los límites de esa locura, qué implicaciones puede tener para millones de niños y niñas en nuestro país y cómo afecta al presente de nuestra sociedad y al futuro de nuestro mundo. Y no es fácil, sobre todo, si no te ha pasado a ti.

Cuando pienso en el James que habla en su libro desde los abismos, roto por la locura, muerto cien veces y resucitado otras tantas, cuesta trabajo esperar encontrarte, años después, a un James que vive en Madrid y que se ha erigido como la figura pública más relevante en la demanda al Gobierno para que apruebe con urgencia una Ley de protección de la infancia contra la violencia.

Pienso que este James, el que ahora se me presenta como un torbellino de claridad, perseverancia y liderazgo ante los paradójicamente indecisos tomadores de decisiones, está ahí porque rompió el silencio. Porque encontró, desde los infiernos, una exigua luz para seguir alentando sus esperanzas de vivir, de revolverse, de no morir en las cenagosas torturas del silencio, del secreto, del sentimiento de culpabilidad y del más absoluto desencanto de todo lo que te rodea, de la soledad y de la falta de respuestas de aquellos que deberían protegerte, familia, amigos, profesores, vecinos. En su caso, como cuenta en su libro, esa luz fue la música, pero hoy es mucho más que eso.

La valentía que James mostró en su momento al romper su silencio es la misma valentía que han mostrado ahora Gloria, Emiliano, Alex, Nadia y muchas personas más que han decidido, por fin, gritar que ellos sufrieron abusos, que las víctimas necesitan protección, que los abusadores deben ser perseguidos y juzgados, que la ley debe estar orientada, como dice Gloria, a proteger a las víctimas y no a los agresores. Un sistema judicial que sobresee el 70% de los casos de abusos sexuales a niños y niñas que entran en proceso judicial necesita ponerse patas arriba sin dilación.

RompoElSilencio es un paso más a la hora de sacar a la luz una realidad que existe en nuestra sociedad y cuya dimensión es mucho mayor de la que imaginamos. Cuesta creer, como dice James, que todavía deba escribir un artículo gritando basta ya, pidiendo a los partidos políticos altura de miras para aprobar la Ley de protección de infancia y rogando a los medios de comunicación responsabilidad y valentía para hablar con claridad de lo que está pasando, para que hagan frente a instituciones como la Iglesia, que debe rendir cuentas de muchas historias horribles que han marcado la vida de miles de niños y niñas.

 

Cuesta creer que, en una sociedad tan supuestamente avanzada como la nuestra, no podamos poner medios para solucionar la violencia que sufren a diario miles de niños y niñas y que sigamos estando estancados en no se sabe dónde, mientras siguen muriendo a manos de aquellos que deberían protegerlos.

 

Por su sentido pedagógico y emotivo, el artículo de James, que tanto le ha costado que le publiquen, debería ser lectura obligada para políticos, legisladores, cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, profesionales que trabajan con niños, familias, papás, mamás, vecinos y amigos.

 

Y, a pesar de que sea significativo para nuestra sociedad que tenga que llegar James, un chico inglés de Londres, para tener los arrestos de liderar una causa tan necesaria y justa, sigo pensando que estamos más que preparados para romper el silencio, romper la locura. Podemos y debemos hacerlo.

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