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Granada: la indignación es tricolor

Miguel A. Ortega Lucas

Este lunes, en Granada, de entre las miles de personas que salieron a la calle para pedir un referéndum constitucional en el día “histórico” de la abdicación de Juan Carlos I de Borbón y Borbón, cada cual tenía su historia para ver en la bandera tricolor el símbolo de muchas otras cosas que rebasan el mero debate sobre monarquía o república, rey sí o rey no.

La algarabía en la Plaza del Carmen –emplazamiento del Consistorio de la ciudad– era ya grande a las 20 horas, mientras se celebraban concentraciones similares en muchas otras ciudades del país. Y en los aledaños del núcleo de la protesta –con la calle Reyes Católicos cortada al tráfico– un jubilado y un joven de poco más de veinte años discutían sobre alguno de los tantos temas para los que daba la jornada: “… Que tú tienes tu formación y tu cultura –le decía el primero al segundo–, pero los demás también sabemos, eh, también tenemos nuestras cosas…”.

Había decenas de banderas tricolores, pero la más imponente de ellas, de varios metros de largo, había ido sobrevolando las cabezas de los manifestantes en la plaza, agitada por los cánticos, hasta acabar tendida en vertical en medio de la calle, como un óleo ante el cual se cantaba y se echaban fotos. ¿Qué significa este día para vosotras?, le preguntamos a un animado grupo de mujeres de mediana edad, pertenecientes, señalaron, al grupo Stop Desahucios de Granada: “Que hoy no tenemos rey, y que hoy es el primero [día] de la Tercera [república]”, respondió una, sin pensarlo.

“No aguantará mucho más”

La riada comenzó a avanzar (con euforia, pero sin incidente alguno) desde la Plaza del Carmen hasta llegar al cruce con Gran Vía, cortada al tráfico también. Ahí viró la marcha, espontáneamente, sin líder alguno encabezándola. “Sí se puede” era una de las proclamas que se confundían aquí y allá con el republicano Himno de Riego.

“…Claro que es un plebiscito al sistema entero”, reflexionaba Juan José, un hombre de poco más de sesenta años, mientras avanzaba por la Gran Vía en dirección al Triunfo. Para él, la familia real española es “la clave dentro de la gran trampa” que ha propiciado “este regreso a los peores tiempos de la dictadura, que yo sufrí y combatí modestamente”. “Yo trabajé en Suiza muchos años y ésta no puede ser la solución, sobre todo para nuestra juventud. Todo esto se les va a volver en contra. Por mucho menos que esto se proclamó la República del 31”.

¿Y serviría sólo cambiar monarquía por república para solucionar las cosas? “La república”, contesta Juanjo, convencido, “es el principio”. “La democracia sola no arregla los problemas, pero sin democracia desde luego no pueden arreglarse. Y sin república no puede haber democracia real. Ya sé que hay que evitar eso de ‘que todo cambie para que todo siga igual’. Pero por eso hay que acabar con la incultura democrática del pueblo español… Y el heredero del trono, como su bisabuelo Alfonso XIII, que coja su yatecito y se vaya a disfrutar de lo que pueda. Porque el pueblo no va a aguantar mucho más tantas barbaridades como se están viendo”.

“Se ha terminado una etapa”

Unos metros más allá, viendo pasar a la gente desde la acera, Mercedes, 69 años, reconoce sentir, junto a su marido, “alegría de ver a tanta gente joven” en la calle, “porque es la más perjudicada ahora”. Y cree que “una etapa se ha terminado. El pueblo tiene que decidir. Me parece bien lo que ha hecho el rey, pero ya es hora de que la gente decida, y si sale el príncipe, pues que salga, pero que la gente elija”.

No muy lejos, en la misma acera, una pareja de turistas holandeses de entre cincuenta y sesenta años contempla la riada. Explican que en su país también tienen una monarquía parlamentaria: entienden “la gran crisis que sufre España, sobre todo los jóvenes”, pero consideran que “tener o no un rey no va a solucionar eso. Lo que la gente quiere es tener trabajo… Y en Italia no tienen un rey, pero ¿queréis a alguien como Berlusconi de presidente de la república…?”.

Ya al final de la Gran Vía, con la multitud arremolinada en torno al mástil de la gran bandera de la rotonda junto a la Plaza del Triunfo, una pareja de cuarentañeros, “progresistas” moderados, dicen haber acudido a la calle “por ser un día histórico”, y por considerar que “es el momento de un cambio. Pacífico, por supuesto”. No creen que cambiasen muchas cosas en el caso de proclamarse una república, pero tampoco que alguien deba reinar “por la gracia de Dios, ni por la de la herencia”.

“Ya no pertenecemos a ese miedo”

Caía ya la noche sobre Granada cuando los varios cientos de manifestantes (jóvenes en su mayoría) que quedaban en la rotonda estallaron en vítores: uno de ellos se encaramaba al mástil de la gran bandera rojigualda y conseguía desarbolarla. El júbilo fue aún mayor cuando lograron izar una tricolor, de similares dimensiones. Quien pasara despistado por allí podría pensar que se trataba de una celebración futbolística, pero lo cierto es que se coreaban cosas como “Carmen y Carlos libertad”.

Un grupo de estudiantes muy jóvenes de Ciencias Políticas (entre 18 y 20 años) seguía los acontecimientos desde cerca. Varios de ellos analizaban en estos términos la situación: “Si yo fuese un monárquico inteligente convocaría el referéndum, porque no convocarlo es una pérdida total de credibilidad. Y la mejor forma de producir republicanos” … “Elegir al jefe del Estado es una cuestión de legitimidad” … “La cultura de la Transición nos inoculó aquello de preocuparnos sólo por conseguir un trabajo, por pisar la cabeza al de al lado. Eso se está acabando” … “Antes la gente tenía miedo a meterse en política, a significarse, pero nosotros ya no pertenecemos a ese miedo” … “Y si ahora llevamos esta bandera es porque también queremos hacer un homenaje a la gente que está en las cunetas. Porque tenemos un gobierno vergonzoso que no condena una dictadura fascista, cosa inconcebible en otros sitios de Europa…”.

La policía, que apenas se notó y no intervino ni un momento en toda la tarde, fue acercándose tranquilamente en sus vehículos a la rotonda conforme se iba evaporando la concentración, pasadas ya las once de la noche. La bandera roja, amarilla y morada aún seguía en el mástil.

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